Había una vez un hombre muy pobre que vivía a la entrada de un profundo bosque. Apenas tenía para comer y siempre se quejaba de su suerte miserable.
Una noche, cuando se disponía a cenar, alguien llamó a la puerta de su casa. Era un monje errante que le pidió alojamiento. El hombre lo recibió amablemente, compartió con él su humilde cena y luego le cedió su propia cama para que pasara la noche.
A la mañana siguiente, antes de partir, el monje le dijo:
— Has sido amable y hospitalario conmigo, por eso, en agradecimiento, te voy a confiar un tesoro. Delante mismo de la puerta de tu casa, ahí, en ese espeso bosque, vive un animal fabuloso que se llama Satori. Su vida transcurre en la copa de los árboles, allí come y duerme. El que consiga cazarlo no tendrá que preocuparse nunca más por nada; podrá conseguir todo lo que desee y vivirá en paz el resto de su vida.
El hombre se puso muy contento y, cuando el monje partió, fue al pueblo, compró un hacha e inmediatamente se puso a talar árboles.
"Con un poco de suerte”, pensaba, “lo sorprenderé mientras duerme y antes de que se dé cuenta lo habré cazado".
Pero el animal Satori era muy sabio y muy viejo, y además poseía la facultad de leer el pensamiento; por eso, cada vez que el hombre se acercaba al árbol donde él estaba, se trasladaba a otro.
Así pasó el tiempo. El hombre había talado ya muchos árboles, y aprovechaba la madera para venderla como leña en el pueblo.
Así, sus problemas económicos se habían solucionado. Llegó el día en que ni siquiera pensaba en el animal. Cortaba un árbol, recogía la madera y se iba. El animal Satori también había dejado de temerle. No percibía en él ningún pensamiento amenazador.
Una mañana, el hombre cortaba un árbol, como de costumbre, cuando el animal Satori cayó a sus pies. Estaba durmiendo entre las ramas y no había podido detectar en la mente del hombre ni un solo pensamiento que le avisara de su presencia.
Cuento de la tradición budista zen.
viernes, 7 de mayo de 2010
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