Mientras peregrinaba hacia la Meca, cierto día Nasrudín encontró un diamante al borde de la carretera. Según la ley, el que encontraba algo sólo podía quedárselo si anunciaba su hallazgo, en tres ocasiones distintas, en el centro de la plaza del mercado.
Como Nasrudín no deseaba eludir la ley, y además era demasiado codicioso como para correr el riesgo de tener que entregar lo que había encontrado, acudió durante tres noches consecutivas al centro del mercado de la plaza, cuando estaba seguro de que todo el mundo dormía, y allí anunció con voz apagada:
— He encontrado un diamante en la carretera que conduce a la ciudad. Si alguien sabe quién es su dueño, que se ponga en contacto conmigo cuanto antes.
Naturalmente, nadie se enteró de las palabras del mullah, excepto un hombre que se encontraba asomado a su ventana la tercera noche y oyó cómo el peregrino decía algo entre dientes. Cuando quiso averiguar de qué se trataba, Nasrudín le replicó:
— Aunque no estoy en absoluto obligado a decírtelo, te diré algo: como soy un hombre religioso, he acudido aquí esta noche a pronunciar ciertas palabras en cumplimiento de la ley. Y la he cumplido al pie de la letra.
Cuento de la tradición sufí.
lunes, 10 de mayo de 2010
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