Cuando murió Narciso, las flores de los campos quedaron desoladas y solicitaron al río gotas de agua para llorarlo.
— ¡Oh! —les respondió el río—. Aun cuando todas mis gotas de agua se convirtieran en lágrimas, no tendría suficientes para llorar yo mismo a Narciso: yo lo amaba.
— ¡Oh! —prosiguieron las flores de los campos—. ¿Cómo no ibas a amar a Narciso? Era hermoso.
— ¿Era hermoso? —preguntó el río.
— ¿Y quién mejor que tú para saberlo? —dijeron las flores—. Todos los días se inclinaba sobre tu ribera y contemplaba en tus aguas su belleza.
— Si yo lo amaba —respondió el río—, es porque, cuando se inclinaba sobre mí, veía yo en sus ojos el reflejo de mis aguas.
Cuento de Oscar Wilde.
domingo, 30 de mayo de 2010
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