Hace muchos años, había un ciervo que continuamente sentía en su hocico la fragancia del olor a musgo. Trepaba por las verdes pendientes de los montes y olfateaba ese perfume delicioso, penetrante, dulcísimo. Entraba en el bosque y percibía ese aroma en el aire, a su alrededor.
Obsesionado empezó a correr en busca del origen de aquel extraordinario olor. El pobre animal no quería ya comer, beber, ni dormir. Sentía un aguijón que lo impulsaba a buscarlo a través de cerros y colinas, hasta que, muerto de hambre y de cansancio, resbaló en una roca y cayó mortalmente herido.
Sus lesiones eran dolorosas y profundas. El animal se lamió el pecho sangrante y, en ese preciso momento, descubrió algo sorprendente. El perfume, ese perfume que lo había fascinado, estaba precisamente allí, adherido a su cuerpo, en el “portamusgo” que tienen todos los ciervos de su especie.
Cuento de la tradición hindú.
jueves, 6 de mayo de 2010
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