El renombrado sabio sufí Baba Saifdar tuvo un discípulo llamado Miri, que solía quejarse de que Saifdar apenas hablaba con él después de haberlo admitido como discípulo suyo.
— Me encontraba mucho mejor antes de que me hiciera su alumno —decía Miri—, porque entonces por lo menos me trataba como un amigo y podía disfrutar de su compañía.
Baba Saifdar, sin embargo, conocía la condición interior de su alumno, pero no aludía a ella en sus escasos encuentros. Prefería esperar la ocasión adecuada para hacerle una demostración efectiva de la relación que mantenían y de su significado.
Un día, Miri estaba declarando como testigo en una audiencia pública al aire libre cuando pasó por allí Baba Saifdar. El juez acababa de decirle al testigo:
— ¿Se acuerda con nitidez de haber visto al acusado en el robo?
Miri, dirigiendo la mirada hacia su maestro y acordándose así del ejercicio de "recordar" que había aprendido de él, respondió mecánicamente:
— Sí, me acuerdo.
Tras esta afirmación de un "testigo ocular", el supuesto ladrón fue condenado de forma inmediata. Era inocente; y cuando Miri se retractó de aquella identificación, estuvo a punto de ser juzgado por perjurio.
Cuando finalmente lo pusieron en libertad, Baba le dijo:
— Esto es el equivalente, en la vida corriente, de lo que puede pasar en cuestiones más profundas. El elogio y la queja del propio maestro conducen a la insensatez. Lo mismo ocurre con toda infracción de sus reglas. Lo que es visible para él, es invisible para el estudiante.
Miri respondió:
— Sólo me cabe esperar que mi ejemplo sea útil para otros, de forma que, sin tener que pasar por este tipo de experiencia, se les permita continuar hacia cosas más elevadas.
Cuento de la tradición sufí.
lunes, 29 de marzo de 2010
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