Durante una visita a un instituto psiquiátrico, le pregunté al director qué criterio se usaba para definir si un paciente debería o no ser internado.
— Bueno —dijo el director—, hacemos la prueba siguiente: Llenamos una bañera, luego al paciente le ofrecemos una cucharita, una taza y un balde y le pedimos que vacíe la bañera. En función de cómo vacíe la bañera, sabemos si hay que internarlo o no y con qué tratamiento empezar.
— Ah, entiendo —dije—. Una persona normal usaría el balde porque es más grande que la cucharita y la taza.
— No —dijo el director—. Una persona normal sacaría el tapón.... Usted qué prefiere, ¿una habitación con o sin vista al jardín?
Cuento de origen desconocido.
miércoles, 31 de marzo de 2010
¿Cucharita, taza o balde?
martes, 30 de marzo de 2010
El monje cocinero
Hyakujo convocó a sus monjes, pues quería enviar a uno de ellos a abrir un nuevo monasterio.
Poniendo una jarra llena de agua en el suelo, preguntó:
— ¿Quién puede decir qué es esto sin llamarlo por su nombre?
El monje jefe, que esperaba ser el designado, respondió:
— No puede decirse que sea un zueco
— No es un estanque, pues puede ser transportado —dijo otro monje
El monje cocinero se acercó, hizo caer la jarra de un golpe, y se marchó.
Hyakujo sonrió y declaró:
— El monje cocinero será el maestro del nuevo monasterio.
Cuento de la tradición budista zen.
Poniendo una jarra llena de agua en el suelo, preguntó:
— ¿Quién puede decir qué es esto sin llamarlo por su nombre?
El monje jefe, que esperaba ser el designado, respondió:
— No puede decirse que sea un zueco
— No es un estanque, pues puede ser transportado —dijo otro monje
El monje cocinero se acercó, hizo caer la jarra de un golpe, y se marchó.
Hyakujo sonrió y declaró:
— El monje cocinero será el maestro del nuevo monasterio.
Cuento de la tradición budista zen.
lunes, 29 de marzo de 2010
Algo que aprender
El renombrado sabio sufí Baba Saifdar tuvo un discípulo llamado Miri, que solía quejarse de que Saifdar apenas hablaba con él después de haberlo admitido como discípulo suyo.
— Me encontraba mucho mejor antes de que me hiciera su alumno —decía Miri—, porque entonces por lo menos me trataba como un amigo y podía disfrutar de su compañía.
Baba Saifdar, sin embargo, conocía la condición interior de su alumno, pero no aludía a ella en sus escasos encuentros. Prefería esperar la ocasión adecuada para hacerle una demostración efectiva de la relación que mantenían y de su significado.
Un día, Miri estaba declarando como testigo en una audiencia pública al aire libre cuando pasó por allí Baba Saifdar. El juez acababa de decirle al testigo:
— ¿Se acuerda con nitidez de haber visto al acusado en el robo?
Miri, dirigiendo la mirada hacia su maestro y acordándose así del ejercicio de "recordar" que había aprendido de él, respondió mecánicamente:
— Sí, me acuerdo.
Tras esta afirmación de un "testigo ocular", el supuesto ladrón fue condenado de forma inmediata. Era inocente; y cuando Miri se retractó de aquella identificación, estuvo a punto de ser juzgado por perjurio.
Cuando finalmente lo pusieron en libertad, Baba le dijo:
— Esto es el equivalente, en la vida corriente, de lo que puede pasar en cuestiones más profundas. El elogio y la queja del propio maestro conducen a la insensatez. Lo mismo ocurre con toda infracción de sus reglas. Lo que es visible para él, es invisible para el estudiante.
Miri respondió:
— Sólo me cabe esperar que mi ejemplo sea útil para otros, de forma que, sin tener que pasar por este tipo de experiencia, se les permita continuar hacia cosas más elevadas.
Cuento de la tradición sufí.
— Me encontraba mucho mejor antes de que me hiciera su alumno —decía Miri—, porque entonces por lo menos me trataba como un amigo y podía disfrutar de su compañía.
Baba Saifdar, sin embargo, conocía la condición interior de su alumno, pero no aludía a ella en sus escasos encuentros. Prefería esperar la ocasión adecuada para hacerle una demostración efectiva de la relación que mantenían y de su significado.
Un día, Miri estaba declarando como testigo en una audiencia pública al aire libre cuando pasó por allí Baba Saifdar. El juez acababa de decirle al testigo:
— ¿Se acuerda con nitidez de haber visto al acusado en el robo?
Miri, dirigiendo la mirada hacia su maestro y acordándose así del ejercicio de "recordar" que había aprendido de él, respondió mecánicamente:
— Sí, me acuerdo.
Tras esta afirmación de un "testigo ocular", el supuesto ladrón fue condenado de forma inmediata. Era inocente; y cuando Miri se retractó de aquella identificación, estuvo a punto de ser juzgado por perjurio.
Cuando finalmente lo pusieron en libertad, Baba le dijo:
— Esto es el equivalente, en la vida corriente, de lo que puede pasar en cuestiones más profundas. El elogio y la queja del propio maestro conducen a la insensatez. Lo mismo ocurre con toda infracción de sus reglas. Lo que es visible para él, es invisible para el estudiante.
Miri respondió:
— Sólo me cabe esperar que mi ejemplo sea útil para otros, de forma que, sin tener que pasar por este tipo de experiencia, se les permita continuar hacia cosas más elevadas.
Cuento de la tradición sufí.
domingo, 28 de marzo de 2010
Noche y día
Un rabino les hizo a sus discípulos la siguiente pregunta:
— ¿Como podéis distinguir cuándo acaba la noche y empieza el día?
El primer discípulo respondió:
— Cuando en la lejanía puedes distinguir un perro de una oveja.
— No —dijo el rabino.
Otro discípulo aventuró su respuesta:
— Cuando puedes distinguir una palmera de una higuera.
— No —replicó el maestro.
— ¿Cuándo? –preguntaron a coro los discípulos.
Y el sabio respondió:
— Cuando puedes mirar el rostro de una persona y reconocer en ella a un hermano. Mientras esto no ocurre, es todavía de noche en tu corazón.
Cuento de la tradición jasídica.
— ¿Como podéis distinguir cuándo acaba la noche y empieza el día?
El primer discípulo respondió:
— Cuando en la lejanía puedes distinguir un perro de una oveja.
— No —dijo el rabino.
Otro discípulo aventuró su respuesta:
— Cuando puedes distinguir una palmera de una higuera.
— No —replicó el maestro.
— ¿Cuándo? –preguntaron a coro los discípulos.
Y el sabio respondió:
— Cuando puedes mirar el rostro de una persona y reconocer en ella a un hermano. Mientras esto no ocurre, es todavía de noche en tu corazón.
Cuento de la tradición jasídica.
sábado, 27 de marzo de 2010
El Buda viviente y el fabricante de tinas
Los maestros zen dan consejo personal en una habitación privada. Nadie entra mientras el maestro y el alumno están reunidos.
Mokurai, el maestro zen del templo Kennin, solía disfrutar hablando con comerciantes, y periodistas al mismo tiempo que con sus alumnos. Cierto fabricante de tinas, que era casi analfabeto frecuentemente tomaba té con él, le hacía preguntas tontas y luego se iba.
Un día, mientras el fabricante estaba allí, Mokurai quiso hablar en privado con uno de sus alumnos, así que le pidió al hombre que esperase en otra habitación.
— Según entiendo, tú eres un Buda viviente —protestó el sujeto—. Incluso los Budas de piedra de los templos jamás se niegan a recibir a las numerosas personas que se congregan frente a ellos. ¿Por qué entonces me excluyes a mí?
Mokurai tuvo que salir de la habitación para poder hablar con su alumno
Cuento de la tradición budista zen.
Mokurai, el maestro zen del templo Kennin, solía disfrutar hablando con comerciantes, y periodistas al mismo tiempo que con sus alumnos. Cierto fabricante de tinas, que era casi analfabeto frecuentemente tomaba té con él, le hacía preguntas tontas y luego se iba.
Un día, mientras el fabricante estaba allí, Mokurai quiso hablar en privado con uno de sus alumnos, así que le pidió al hombre que esperase en otra habitación.
— Según entiendo, tú eres un Buda viviente —protestó el sujeto—. Incluso los Budas de piedra de los templos jamás se niegan a recibir a las numerosas personas que se congregan frente a ellos. ¿Por qué entonces me excluyes a mí?
Mokurai tuvo que salir de la habitación para poder hablar con su alumno
Cuento de la tradición budista zen.
viernes, 26 de marzo de 2010
El significado
Un hombre, que había pasado muchos años intentando descifrar enigmas, acudió a ver a un sufí para comunicarle su búsqueda.
El sufí le dijo:
— Vete y cavila sobre éste: IHMN.
El hombre partió. Cuando volvió, el sufí se había muerto.
— ¡Ahora nunca conoceré la respuesta! —se lamentó el buscador de significados.
En ese momento apareció el discípulo principal del sufí y le dijo:
— Si estás preocupando por el significado secreto de IHMN, yo te lo diré. Son las iniciales de la frase persa "In huruf maani nadarand": Estas letras no tienen significado.
— Entonces, ¿por qué me dio esa tarea? —exclamó el hombre intrigado.
— Porque, cuando un burro acude a ti, le das coles. Ese es su alimento, con independencia de cómo lo llame. Los burros probablemente piensan que están haciendo algo mucho más significativo que comer coles.
Cuento de la tradición sufí.
El sufí le dijo:
— Vete y cavila sobre éste: IHMN.
El hombre partió. Cuando volvió, el sufí se había muerto.
— ¡Ahora nunca conoceré la respuesta! —se lamentó el buscador de significados.
En ese momento apareció el discípulo principal del sufí y le dijo:
— Si estás preocupando por el significado secreto de IHMN, yo te lo diré. Son las iniciales de la frase persa "In huruf maani nadarand": Estas letras no tienen significado.
— Entonces, ¿por qué me dio esa tarea? —exclamó el hombre intrigado.
— Porque, cuando un burro acude a ti, le das coles. Ese es su alimento, con independencia de cómo lo llame. Los burros probablemente piensan que están haciendo algo mucho más significativo que comer coles.
Cuento de la tradición sufí.
jueves, 25 de marzo de 2010
Catequesis
— El hombre —enseñó el Maestro— es un ser débil.
— Ser débil —propagó el apóstol— es ser un cómplice.
— Ser cómplice —sentenció el Gran Inquisidor— es ser un criminal.
Cuento de Marco Denevi.
— Ser débil —propagó el apóstol— es ser un cómplice.
— Ser cómplice —sentenció el Gran Inquisidor— es ser un criminal.
Cuento de Marco Denevi.
miércoles, 24 de marzo de 2010
Iluminación responsable
— Durante seis años busqué la iluminación —dijo el discípulo —. Siento que estoy cerca y quiero saber cómo he de dar el siguiente paso.
— ¿Cómo te mantienes? –preguntó el maestro.
— Ese es un detalle sin importancia. Mis padres son ricos y me ayudan en mi búsqueda espiritual. Gracias a ello puedo dedicarme por entero a las cosas sagradas.
— Muy bien —dijo el maestro—. Entonces, te explicaré el siguiente paso: mira al sol durante medio minuto.
El discípulo obedeció. A continuación, el maestro le pidió que describiese el paisaje a su alrededor
— No puedo hacerlo. El brillo del sol me ha deslumbrado.
— Una persona que mantiene los ojos fijos en el sol, termina ciega. Una persona que sólo busca la Luz y deja sus responsabilidades en manos de los demás, jamás encontrará lo que busca.
Cuento de la tradición sufí.
— ¿Cómo te mantienes? –preguntó el maestro.
— Ese es un detalle sin importancia. Mis padres son ricos y me ayudan en mi búsqueda espiritual. Gracias a ello puedo dedicarme por entero a las cosas sagradas.
— Muy bien —dijo el maestro—. Entonces, te explicaré el siguiente paso: mira al sol durante medio minuto.
El discípulo obedeció. A continuación, el maestro le pidió que describiese el paisaje a su alrededor
— No puedo hacerlo. El brillo del sol me ha deslumbrado.
— Una persona que mantiene los ojos fijos en el sol, termina ciega. Una persona que sólo busca la Luz y deja sus responsabilidades en manos de los demás, jamás encontrará lo que busca.
Cuento de la tradición sufí.
martes, 23 de marzo de 2010
La Tortuga y Aquiles
Por fin, según el cable, la semana pasada la Tortuga llegó a la meta.
En rueda de prensa declaró modestamente que siempre temió perder, pues su contrincante le pisó todo el tiempo los talones.
En efecto, una diezmiltrillonésima de segundo después, como una flecha y maldiciendo a Zenón de Elea, llegó Aquiles.
Cuento de Augusto Monterroso.
En rueda de prensa declaró modestamente que siempre temió perder, pues su contrincante le pisó todo el tiempo los talones.
En efecto, una diezmiltrillonésima de segundo después, como una flecha y maldiciendo a Zenón de Elea, llegó Aquiles.
Cuento de Augusto Monterroso.
lunes, 22 de marzo de 2010
¿Quién estudia a quién?
Un hombre que había estudiado en muchas escuelas de metafísica se presentó ante Nasrudín. Describió en detalle en cuáles había estado y qué había estudiado, para demostrar que merecía ser aceptado como discípulo.
— Espero que me acepte o, al menos, que me exponga sus ideas –dijo—, puesto que he empleado tanto tiempo estudiando en esas escuelas.
— !Que lástima! —exclamó Nasrudín—. Usted ha estudiado a los maestros y sus enseñanzas. Lo que tendría que haber sucedido es que los maestros y las enseñanzas lo estudiaran a usted. Entonces sí habríamos tenido algo interesante.
Cuento de la tradición sufí.
— Espero que me acepte o, al menos, que me exponga sus ideas –dijo—, puesto que he empleado tanto tiempo estudiando en esas escuelas.
— !Que lástima! —exclamó Nasrudín—. Usted ha estudiado a los maestros y sus enseñanzas. Lo que tendría que haber sucedido es que los maestros y las enseñanzas lo estudiaran a usted. Entonces sí habríamos tenido algo interesante.
Cuento de la tradición sufí.
domingo, 21 de marzo de 2010
El último día
Cierto hombre creía que el último día de la humanidad caería en una determinada fecha y se debía afrontar de modo adecuado.
Llegado el día, congregó en torno suyo a cuantos estuvieron dispuestos a escucharlo y los condujo a la cima de un volcán. Tan pronto estuvieron reunidos allí, el peso acumulado hizo que se hundiera la frágil corteza y todos terminaron en las profundidades del cráter. Y, en efecto, fue para ellos el último día.
Cuento de origen desconocido.
Llegado el día, congregó en torno suyo a cuantos estuvieron dispuestos a escucharlo y los condujo a la cima de un volcán. Tan pronto estuvieron reunidos allí, el peso acumulado hizo que se hundiera la frágil corteza y todos terminaron en las profundidades del cráter. Y, en efecto, fue para ellos el último día.
Cuento de origen desconocido.
sábado, 20 de marzo de 2010
El mono guerrero
El maestro de sable Tajima tenía un mono como mascota. Éste asistía a menudo a los entrenamientos de los discípulos y, siendo por naturaleza imitador, aprendió la manera de tomar un sable y de utilizarlo.
Cierto día, un guerrero errante expresó su deseo de confrontar su habilidad en el manejo del arma con Tajima. El maestro le sugirió que combatiera primero con el mono. El visitante se sintió amargamente humillado pero el encuentro tuvo lugar.
El guerrero atacó rápidamente al mono, que evitó ágilmente los mandobles. Pasando al contraataque, el mono consiguió acercarse a su adversario y desarmarlo. Cuando el hombre, avergonzado, volvió a ver a Tajima éste le hizo la siguiente observación:
— Desde el principio sabía que usted no era capaz de vencer al mono.
Habían pasado varios meses cuando el guerrero apareció de nuevo y volvió a expresar su deseo de combatir con el mono. El maestro, adivinando que el hombre se había entrenado intensamente, presintió que el mono se negaría a combatir. Por lo tanto no aceptó la petición de su visitante. Pero éste insistió y Tajima acabó por ceder.
En el mismo instante en el que el mono se puso frente al hombre, arrojó su sable y emprendió la huida gritando. Tajima terminó por concluir:
— ¿No se lo dije? No lo iba a vencer...
Cuento de origen desconocido.
Cierto día, un guerrero errante expresó su deseo de confrontar su habilidad en el manejo del arma con Tajima. El maestro le sugirió que combatiera primero con el mono. El visitante se sintió amargamente humillado pero el encuentro tuvo lugar.
El guerrero atacó rápidamente al mono, que evitó ágilmente los mandobles. Pasando al contraataque, el mono consiguió acercarse a su adversario y desarmarlo. Cuando el hombre, avergonzado, volvió a ver a Tajima éste le hizo la siguiente observación:
— Desde el principio sabía que usted no era capaz de vencer al mono.
Habían pasado varios meses cuando el guerrero apareció de nuevo y volvió a expresar su deseo de combatir con el mono. El maestro, adivinando que el hombre se había entrenado intensamente, presintió que el mono se negaría a combatir. Por lo tanto no aceptó la petición de su visitante. Pero éste insistió y Tajima acabó por ceder.
En el mismo instante en el que el mono se puso frente al hombre, arrojó su sable y emprendió la huida gritando. Tajima terminó por concluir:
— ¿No se lo dije? No lo iba a vencer...
Cuento de origen desconocido.
viernes, 19 de marzo de 2010
La olla difunta
Nasrudín le había pedido prestada una olla a su vecino. Como el tiempo pasaba y no la devolvía, el vecino llamó a su puerta.
— Maestro, si ya terminaste de usar la olla, ¿podría llevármela? Mi esposa la necesita hoy mismo.
Cuando Nasrudín volvió con la olla, el vecino se percató de que en su interior había una ollita.
— ¿Y esto qué es?
— ¡Felicidades, vecino! Tu olla dio a luz una ollita bebé —dijo Nasrudin.
El vecino, encantado, agradeció a Nasrudín, tomó su olla y la ollita nueva, y se fue a su casa. Unas semanas después, Nasrudín pidió prestada la olla nuevamente. Y, una vez más, demoró una eternidad en devolverla. El vecino no tuvo más remedio que pedírsela otra vez.
— ¡Ah! —se lamentó Nasrudin—. Me temo que tu olla murió.
— Maestro, eso no es posible. ¡Una olla no puede morir! — exclamó el incrédulo vecino.
— Mi estimado amigo, si aceptaste que puede dar a luz, ¿por qué no crees que también puede morir?
Cuento de la tradición sufí.
— Maestro, si ya terminaste de usar la olla, ¿podría llevármela? Mi esposa la necesita hoy mismo.
Cuando Nasrudín volvió con la olla, el vecino se percató de que en su interior había una ollita.
— ¿Y esto qué es?
— ¡Felicidades, vecino! Tu olla dio a luz una ollita bebé —dijo Nasrudin.
El vecino, encantado, agradeció a Nasrudín, tomó su olla y la ollita nueva, y se fue a su casa. Unas semanas después, Nasrudín pidió prestada la olla nuevamente. Y, una vez más, demoró una eternidad en devolverla. El vecino no tuvo más remedio que pedírsela otra vez.
— ¡Ah! —se lamentó Nasrudin—. Me temo que tu olla murió.
— Maestro, eso no es posible. ¡Una olla no puede morir! — exclamó el incrédulo vecino.
— Mi estimado amigo, si aceptaste que puede dar a luz, ¿por qué no crees que también puede morir?
Cuento de la tradición sufí.
miércoles, 17 de marzo de 2010
El fabulista y sus críticos
En la Selva vivía hace mucho tiempo un Fabulista cuyos criticados se reunieron un día y lo visitaron para quejarse de él (fingiendo alegremente que no hablaban por ellos sino por otros), sobre la base de que sus críticas no nacían de la buena intención sino del odio.
Como él estuvo de acuerdo, ellos se retiraron corridos, como la vez que la Cigarra se decidió y dijo a la Hormiga todo lo que tenía que decirle.
Cuento de Augusto Monterroso.
Como él estuvo de acuerdo, ellos se retiraron corridos, como la vez que la Cigarra se decidió y dijo a la Hormiga todo lo que tenía que decirle.
Cuento de Augusto Monterroso.
martes, 16 de marzo de 2010
Un viaje lento
Cierto erudito le dijo a un maestro sufí:
— Vosotros, los sufíes, soléis decir que nuestras cuestiones lógicas son incomprensibles. ¿Puedes darme un ejemplo de por qué os lo parecen?
—He aquí el ejemplo —repuso el sabio—. Yo viajaba una vez en tren y atravesamos varios túneles. Frente a mí estaba sentado un campesino que, obviamente, no había viajado antes por ese medio. Después del séptimo túnel, me tocó la rodilla y me dijo: "Este tren es muy lento. En mi burro puedo alcanzar mi pueblo en un solo día. Pero por tren, que parece más rápido, todavía no hemos llegado a mi casa, a pesar de que el sol ha salido y se ha puesto siete veces".".
Cuento de la tradición sufí.
— Vosotros, los sufíes, soléis decir que nuestras cuestiones lógicas son incomprensibles. ¿Puedes darme un ejemplo de por qué os lo parecen?
—He aquí el ejemplo —repuso el sabio—. Yo viajaba una vez en tren y atravesamos varios túneles. Frente a mí estaba sentado un campesino que, obviamente, no había viajado antes por ese medio. Después del séptimo túnel, me tocó la rodilla y me dijo: "Este tren es muy lento. En mi burro puedo alcanzar mi pueblo en un solo día. Pero por tren, que parece más rápido, todavía no hemos llegado a mi casa, a pesar de que el sol ha salido y se ha puesto siete veces".".
Cuento de la tradición sufí.
lunes, 15 de marzo de 2010
El zorro y los peces
Un zorro caminaba por la orilla de un río y vio a unos peces nadando presurosos. Entonces, le preguntó a uno de ellos:
— ¿De qué huyes?
— De las redes de los humanos.
— ¿Por qué no sales a tierra firme? Vivamos juntos, como lo hacían nuestros antepasados...
— ¡Y dicen que tú eres el más sabio de los animales! —exclamó el pez—. ¡Eres un tonto! Si en nuestro medio de vida tenemos que temer, ¡cuánto más temeremos en un medio que es nuestra muerte!
Cuento de la tradición jasídica.
— ¿De qué huyes?
— De las redes de los humanos.
— ¿Por qué no sales a tierra firme? Vivamos juntos, como lo hacían nuestros antepasados...
— ¡Y dicen que tú eres el más sabio de los animales! —exclamó el pez—. ¡Eres un tonto! Si en nuestro medio de vida tenemos que temer, ¡cuánto más temeremos en un medio que es nuestra muerte!
Cuento de la tradición jasídica.
domingo, 14 de marzo de 2010
Un poco de compasión
Una mujer anciana había sostenido a un monje durante más de veinte años. Le había construido una cabaña y le proveía comida mientras estaba meditando. Pero, pasado el tiempo, se preguntó qué progresos había hecho su protegido.
Para averiguarlo, pidió ayuda a una sobrina, joven y atractiva.
— Ve y abrázalo —le dijo—. E, inmediatamente, pregúntale:" ¿Y ahora qué? ".
La muchacha buscó al monje, lo abrazó y luego le preguntó qué iba a hacer al respecto.
— Un viejo árbol crece en una roca fría durante el invierno —respondió éste—. En ninguna parte hay calor.
La joven regresó y le contó a su tía lo que había sucedido.
— ¡Pensar que alimenté ese tipo durante veinte años! —exclamó la anciana enojada—. No era necesario que respondiera a la pasión, pero al menos debería haber demostrado un poco de compasión.
Y, al punto, se dirigió a la cabaña del monje y la quemó.
Cuento de la tradición budista zen.
Para averiguarlo, pidió ayuda a una sobrina, joven y atractiva.
— Ve y abrázalo —le dijo—. E, inmediatamente, pregúntale:" ¿Y ahora qué? ".
La muchacha buscó al monje, lo abrazó y luego le preguntó qué iba a hacer al respecto.
— Un viejo árbol crece en una roca fría durante el invierno —respondió éste—. En ninguna parte hay calor.
La joven regresó y le contó a su tía lo que había sucedido.
— ¡Pensar que alimenté ese tipo durante veinte años! —exclamó la anciana enojada—. No era necesario que respondiera a la pasión, pero al menos debería haber demostrado un poco de compasión.
Y, al punto, se dirigió a la cabaña del monje y la quemó.
Cuento de la tradición budista zen.
sábado, 13 de marzo de 2010
La lagartija y la araña
Una lagartija y una araña se encontraron a la orilla de un pantano. La lagartija preguntó:
— ¿Qué comes?
— Moscas —repuso la araña.
— ¡Yo también las como! —exclamó la lagartija—. Parece que somos iguales.
Y comenzaron a vivir juntas.
Una noche, estaban cazando moscas cuando se aproximó un gato. Mientras el felino se abalanzaba sobre ella, la lagartija exclamó:
— ¡Un gato me va a atrapar! ¿Qué hago?
— Teje una tela y sube hasta este agujerito donde me escondo.
Mientras la lagartija trataba de entender las palabras de la araña, el gato se la comió.
Cuento de la tradición sufí.
— ¿Qué comes?
— Moscas —repuso la araña.
— ¡Yo también las como! —exclamó la lagartija—. Parece que somos iguales.
Y comenzaron a vivir juntas.
Una noche, estaban cazando moscas cuando se aproximó un gato. Mientras el felino se abalanzaba sobre ella, la lagartija exclamó:
— ¡Un gato me va a atrapar! ¿Qué hago?
— Teje una tela y sube hasta este agujerito donde me escondo.
Mientras la lagartija trataba de entender las palabras de la araña, el gato se la comió.
Cuento de la tradición sufí.
viernes, 12 de marzo de 2010
Ejercitar la paciencia
A cierto mandarín le habían ofrecido un destacado cargo oficial. Preocupado por la responsabilidad, el hombre se reunió con un amigo de la infancia y lo puso al corriente de la situación. El amigo le dijo:
— Lo que te recomiendo es que siempre seas paciente. Es muy importante. No lo olvides, ejercítate sin descanso en la paciencia.
—Te prometo que así lo haré —aseguró el mandarín.
Mientras los dos comenzaban a disfrutar de un sabroso té, el amigo repitió:
—Sé siempre paciente. No dejes de ser paciente, suceda lo que suceda.
El mandarín asintió con la cabeza pero, unos minutos después, el amigo insistió:
— No lo olvides: adiéstrate en la paciencia.
—Lo haré, lo haré —repuso el mandarín.
Cuando iban a despedirse, el amigo añadió:
— Recuerda que tienes que ser paciente.
Entonces el mandarín, exasperado, exclamó:
— ¡Me tomas por un estúpido! Ya lo has dicho varias veces. Deja de una vez de advertirme sobre lo mismo.
El amigo se limitó a sonreír y el mandarín comprendió inmediatamente el motivo. Algo avergonzado, lo abrazó y le agradeció la lección.
Cuento popular chino.
— Lo que te recomiendo es que siempre seas paciente. Es muy importante. No lo olvides, ejercítate sin descanso en la paciencia.
—Te prometo que así lo haré —aseguró el mandarín.
Mientras los dos comenzaban a disfrutar de un sabroso té, el amigo repitió:
—Sé siempre paciente. No dejes de ser paciente, suceda lo que suceda.
El mandarín asintió con la cabeza pero, unos minutos después, el amigo insistió:
— No lo olvides: adiéstrate en la paciencia.
—Lo haré, lo haré —repuso el mandarín.
Cuando iban a despedirse, el amigo añadió:
— Recuerda que tienes que ser paciente.
Entonces el mandarín, exasperado, exclamó:
— ¡Me tomas por un estúpido! Ya lo has dicho varias veces. Deja de una vez de advertirme sobre lo mismo.
El amigo se limitó a sonreír y el mandarín comprendió inmediatamente el motivo. Algo avergonzado, lo abrazó y le agradeció la lección.
Cuento popular chino.
jueves, 11 de marzo de 2010
Los dos vigilantes
Había una vez un rey que tenía una hermosa huerta con una higuera repleta de frutos espléndidos. Para cuidarla, el soberano nombró a dos vigilantes. Uno de ellos era cojo y el otro era ciego.
Cierto día, el cojo, le dijo al ciego:
— Este árbol tiene unos higos deliciosos. Voy a subirme a tus hombros para recogerlos y nos los comeremos.
Así lo hizo y ambos guardianes se dieron un opíparo banquete.
Tiempo después, el rey visitó su huerta y, al ver la higuera, les preguntó:
— ¿Dónde están los higos?
Con aire inocente, el cojo respondió:
— ¿Acaso tengo piernas para subirme al árbol y recogerlos?
Y el ciego replicó:
— ¿Acaso tengo ojos para verlos?
Sin dudarlo, el rey ordenó que el vigilante cojo se subiera a los hombros del ciego y ambos fueron juzgados conjuntamente.
Cuento de la tradición jasídica.
Cierto día, el cojo, le dijo al ciego:
— Este árbol tiene unos higos deliciosos. Voy a subirme a tus hombros para recogerlos y nos los comeremos.
Así lo hizo y ambos guardianes se dieron un opíparo banquete.
Tiempo después, el rey visitó su huerta y, al ver la higuera, les preguntó:
— ¿Dónde están los higos?
Con aire inocente, el cojo respondió:
— ¿Acaso tengo piernas para subirme al árbol y recogerlos?
Y el ciego replicó:
— ¿Acaso tengo ojos para verlos?
Sin dudarlo, el rey ordenó que el vigilante cojo se subiera a los hombros del ciego y ambos fueron juzgados conjuntamente.
Cuento de la tradición jasídica.
miércoles, 10 de marzo de 2010
Nasrudín y el emperador
Durante una cacería, el emperador llegó de improviso a la posada que atendía temporariamente el mullah Nasrudín. El soberano pidió tortillas de huevos para él y su séquito y, cuando las hubieron comido, preguntó:
— ¿Cuál es el precio de nuestro almuerzo?
— A usted y a sus cinco acompañantes las tortillas les costarán mil monedas de oro —repuso el mullah.
El emperador enarcó las cejas.
— Los huevos deben ser muy costosos aquí, ¿tan escasos son?
— No son los huevos los que escasean aquí, majestad, sino las visitas de los emperadores.
Cuento de la tradición sufí.
— ¿Cuál es el precio de nuestro almuerzo?
— A usted y a sus cinco acompañantes las tortillas les costarán mil monedas de oro —repuso el mullah.
El emperador enarcó las cejas.
— Los huevos deben ser muy costosos aquí, ¿tan escasos son?
— No son los huevos los que escasean aquí, majestad, sino las visitas de los emperadores.
Cuento de la tradición sufí.
martes, 9 de marzo de 2010
La voz de la felicidad
Luego de la muerte del maestro Bankei, un ciego que vivía cerca de su templo le dijo a un amigo:
— Como no puedo ver la cara de las personas, debo juzgar su carácter por el sonido de su voz. Normalmente, cuando oigo a alguien felicitar a otro por su dicha o su éxito, también escucho un tono de secreta envidia. Cuando expresan condolencias por la desgracia, oigo el placer y la satisfacción, como si el que se conduele ganara algo con esa desdicha. Sin embargo, la voz de Bankei siempre fue sincera. Cada vez que expresó su felicidad, no oí nada más que alegría. Cada vez que manifestó su tristeza, todo lo que escuché fue dolor.
Cuento de la tradición budista zen.
— Como no puedo ver la cara de las personas, debo juzgar su carácter por el sonido de su voz. Normalmente, cuando oigo a alguien felicitar a otro por su dicha o su éxito, también escucho un tono de secreta envidia. Cuando expresan condolencias por la desgracia, oigo el placer y la satisfacción, como si el que se conduele ganara algo con esa desdicha. Sin embargo, la voz de Bankei siempre fue sincera. Cada vez que expresó su felicidad, no oí nada más que alegría. Cada vez que manifestó su tristeza, todo lo que escuché fue dolor.
Cuento de la tradición budista zen.
lunes, 8 de marzo de 2010
Charkhi y su tío
Se cuenta que un joven discípulo de Baba Charkhi estaba sentado en el vestíbulo de su casa cuando llegó un hombre y le dijo:
— ¿Quién eres tú?
El discípulo respondió:
— Soy un seguidor de Baba Charkhi.
El hombre preguntó:
— ¿Cómo puede Charkhi tener seguidores? Soy su tío, y si los hubiera tenido, yo lo habría sabido. Me temo que estás mal informado sobre su condición de maestro.
Después de este episodio, el tío de Charkhi se quedó en la casa muchos años, hasta su muerte y nunca creyó que su sobrino era un maestro sufí. "Lo conozco desde que era un niño", decía, "y no puedo creer que enseñe nada, porque siempre fue incapaz de aprender nada".
Incluso después de la muerte de Charkhi, muchas personas seguían sin creer que hubiera sido un santo.
Yunus Abus-Aswad Kamali, el teólogo, hablaba en nombre de éstas cuando dijo:
— Traté a Charkhi durante treinta años y jamás habló conmigo de asuntos elevados. Nunca trató de explicarme sus teorías ni intentó hacerme su discípulo. Me enteré de su supuesta condición de sufí a través del carnicero.
Cuento de la tradición sufí.
— ¿Quién eres tú?
El discípulo respondió:
— Soy un seguidor de Baba Charkhi.
El hombre preguntó:
— ¿Cómo puede Charkhi tener seguidores? Soy su tío, y si los hubiera tenido, yo lo habría sabido. Me temo que estás mal informado sobre su condición de maestro.
Después de este episodio, el tío de Charkhi se quedó en la casa muchos años, hasta su muerte y nunca creyó que su sobrino era un maestro sufí. "Lo conozco desde que era un niño", decía, "y no puedo creer que enseñe nada, porque siempre fue incapaz de aprender nada".
Incluso después de la muerte de Charkhi, muchas personas seguían sin creer que hubiera sido un santo.
Yunus Abus-Aswad Kamali, el teólogo, hablaba en nombre de éstas cuando dijo:
— Traté a Charkhi durante treinta años y jamás habló conmigo de asuntos elevados. Nunca trató de explicarme sus teorías ni intentó hacerme su discípulo. Me enteré de su supuesta condición de sufí a través del carnicero.
Cuento de la tradición sufí.
jueves, 4 de marzo de 2010
El grillo maestro
Allá en tiempos muy remotos, un día de los más calurosos del invierno, el Director de la Escuela entró sorpresivamente al aula en que el Grillo daba a los Grillitos su clase sobre el arte de cantar, precisamente en el momento de la exposición en que les explicaba que la voz del Grillo era la mejor y la más bella entre todas las voces, pues se producía mediante el adecuado frotamiento de las alas contra los costados, en tanto que los pájaros cantaban tan mal porque se empeñaban en hacerlo con la garganta, evidentemente el órgano del cuerpo humano menos indicado para emitir sonidos dulces y armoniosos.
Al escuchar aquello, el Director, que era un Grillo muy viejo y muy sabio, asintió varias veces con la cabeza y se retiró, satisfecho de que en la Escuela todo siguiera como en sus tiempos.
Cuento de Augusto Monterroso.
Al escuchar aquello, el Director, que era un Grillo muy viejo y muy sabio, asintió varias veces con la cabeza y se retiró, satisfecho de que en la Escuela todo siguiera como en sus tiempos.
Cuento de Augusto Monterroso.
miércoles, 3 de marzo de 2010
Lo más valioso del mundo
Cierto estudiante le preguntó una vez al maestro zen chino Sozan:
— ¿Qué es lo más valioso del mundo?
El maestro respondió:
— La cabeza de un gato muerto.
— ¿Por qué? —preguntó extrañado el discípulo.
— Porque nadie puede decir su precio.
Cuento de la tradición budista zen.
— ¿Qué es lo más valioso del mundo?
El maestro respondió:
— La cabeza de un gato muerto.
— ¿Por qué? —preguntó extrañado el discípulo.
— Porque nadie puede decir su precio.
Cuento de la tradición budista zen.
martes, 2 de marzo de 2010
Los dos lados
Un cierto rey de los francos, amante de la pompa, se vanagloriaba de su dominio de la filosofía. Le pidió a un sufí conocido como "El Agarin" que lo instruyera en la Elevada Sabiduría. El Agarin dijo:
— Te ofrecemos observación y reflexión, pero primero tienes que aprender cómo aumentarlas.
— Ya sabemos cómo aumentar nuestra atención porque hemos estudiado todos los pasos preliminares hacia la sabiduría de acuerdo con nuestra propia tradición —dijo el rey.
— Muy bien —repuso Agarin—, le haremos a Vuestra Majestad una demostración de nuestra enseñanza en un desfile que debe celebrarse mañana.
Se dieron las órdenes necesarias y, al día siguiente, los derviches de Agarin desfilaron por las estrechas calles de aquella ciudad andaluza. El rey y sus cortesanos se agrupaban a ambos lados del itinerario: los nobles a la derecha y los caballeros a la izquierda.
Cuando terminó la procesión, el Agarin se volvió hacia el rey y dijo:
— Majestad, por favor, preguntad a vuestros caballeros, que están enfrente, cuáles eran los colores de la ropa de los derviches.
Todos los caballeros juraron sobre las escrituras y por su honor que los vestidos eran azules.
El rey y el resto de la corte se quedaron sorprendidos y confundidos, porque eso no era en absoluto lo que ellos habían visto.
— Todos nosotros hemos visto con claridad que iban vestidos de marrón —dijo el monarca—. Y entre nosotros se encuentran hombres de gran santidad y fe y muy bien considerados.
Ordenó a todos sus caballeros que se dispusieran a un castigo y a la degradación.
Los que habían visto las ropas de color marrón se pusieron a un lado para ser premiados.
Después de esto, el rey le dijo al Agarin:
— ¿Qué encanto has realizado? ¿Qué maldad es ésta que lleva a los caballeros más honorables de la cristiandad a faltar a la verdad?
El sufí respondió:
— La mitad de las ropas que se veía desde vuestro lado era marrón. La otra mitad de cada vestido era azul. Sin preparación, tus expectativas hacen que tú mismo te engañes sobre nosotros. ¿Cómo podemos enseñarle nada a nadie en tales circunstancias?
Cuento de la tradición sufí.
— Te ofrecemos observación y reflexión, pero primero tienes que aprender cómo aumentarlas.
— Ya sabemos cómo aumentar nuestra atención porque hemos estudiado todos los pasos preliminares hacia la sabiduría de acuerdo con nuestra propia tradición —dijo el rey.
— Muy bien —repuso Agarin—, le haremos a Vuestra Majestad una demostración de nuestra enseñanza en un desfile que debe celebrarse mañana.
Se dieron las órdenes necesarias y, al día siguiente, los derviches de Agarin desfilaron por las estrechas calles de aquella ciudad andaluza. El rey y sus cortesanos se agrupaban a ambos lados del itinerario: los nobles a la derecha y los caballeros a la izquierda.
Cuando terminó la procesión, el Agarin se volvió hacia el rey y dijo:
— Majestad, por favor, preguntad a vuestros caballeros, que están enfrente, cuáles eran los colores de la ropa de los derviches.
Todos los caballeros juraron sobre las escrituras y por su honor que los vestidos eran azules.
El rey y el resto de la corte se quedaron sorprendidos y confundidos, porque eso no era en absoluto lo que ellos habían visto.
— Todos nosotros hemos visto con claridad que iban vestidos de marrón —dijo el monarca—. Y entre nosotros se encuentran hombres de gran santidad y fe y muy bien considerados.
Ordenó a todos sus caballeros que se dispusieran a un castigo y a la degradación.
Los que habían visto las ropas de color marrón se pusieron a un lado para ser premiados.
Después de esto, el rey le dijo al Agarin:
— ¿Qué encanto has realizado? ¿Qué maldad es ésta que lleva a los caballeros más honorables de la cristiandad a faltar a la verdad?
El sufí respondió:
— La mitad de las ropas que se veía desde vuestro lado era marrón. La otra mitad de cada vestido era azul. Sin preparación, tus expectativas hacen que tú mismo te engañes sobre nosotros. ¿Cómo podemos enseñarle nada a nadie en tales circunstancias?
Cuento de la tradición sufí.
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