Cuando Sócrates estaba en la cárcel, ya condenado a muerte, su mujer, Xantipa, fue a visitarlo. Y a pesar de la forma poco afectuosa en que lo había tratado siempre, se echó a llorar. Entonces, Sócrates le dijo:
—No llores, todos estamos condenados a muerte por la naturaleza.
—Pero a ti te han condenado injustamente.
—¿Es que te parecería menos lamentable que me hubiesen condenado justamente?
viernes, 1 de abril de 2011
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