Un rabino condenado a muerte por la Inquisición descubre que la puerta de su celda está abierta. Recorre los húmedos pasillos de las mazmorras sin encontrar vigilante alguno. Todas las cerraduras están abiertas. Logra salir a la intemperie, respira la fragancia de la libertad y cae de rodillas, agradeciendo su suerte. Es un hombre religioso: entiende que Dios lo ha liberado.
Al alzar la vista, descubre a una figura junto a él. El gran inquisidor ha llegado ahí para apresarlo. El rabino comprende que todas las fases de la jornada no eran más que un suplicio previsto, el de la esperanza.
Cuento de Juan Villoro, basado en un relato de Villiers de L’Isle-Adam.
miércoles, 13 de abril de 2011
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