miércoles, 30 de septiembre de 2009

Lectura instantánea

Cierto famoso fakir anunció, en la plaza del pueblo, que podía enseñar a leer a una persona iletrada por medio de una técnica relámpago. Entonces, Nasrudín salió de entre la gente.
— Muy bien, enséñame ahora.

El fakir tocó la frente del mullah y le dijo:
— Ahora, ve a tu casa y lee un libro.

Después de media hora, Nasrudín volvió a la plaza con un libro en la mano. El fakir ya se había ido.
— ¿Puedes leer ahora, mullah? —le preguntó la gente.
— Sí, puedo leer, pero ése no es el asunto. ¿Dónde está el charlatán?
— ¿Cómo puede ser un charlatán si ha logrado que leas sin aprender?
— Este libro, que procede de indiscutibles autoridades, dice: “Todos los fakires son un verdadero fraude”.

Cuento de la tradición sufí.

martes, 29 de septiembre de 2009

El mundo

Un hombre del pueblo de Neguá, en la costa de Colombia, pudo subir al alto cielo.

A la vuelta, contó. Dijo que había contemplado, desde allá arriba, la vida humana. Y dijo que somos un mar de fueguitos.
— El mundo es eso —reveló—. Un montón de gente, un mar de fueguitos.

Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás. No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco, que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca, se enciende.

Cuento tomado de “El libro de los abrazos”, de Eduardo Galeano.

lunes, 28 de septiembre de 2009

Yo verdadero

Un hombre angustiado se acercó al maestro de Zen.
— Me siento perdido, desesperado. No sé quién soy. Por favor, muéstreme mi yo verdadero.

Pero el aludido sólo desvió la mirada sin responder. El hombre comenzó a suplicar, pero aun así el maestro no le dio respuesta. Finalmente, rindiéndose, el hombre se dio vuelta para marcharse. En ese momento, el maestro lo llamó por su nombre en voz alta.
— ¡Si! —dijo el hombre mientras giraba.
— ¡Allí está! —exclamó el maestro.

Cuento de la tradición budista zen.

domingo, 27 de septiembre de 2009

La Rana que quería ser una Rana auténtica

Había una vez una Rana que quería ser una Rana auténtica, y todos los días se esforzaba en ello.

Al principio se compró un espejo en el que se miraba largamente buscando su ansiada autenticidad.

Unas veces parecía encontrarla y otras no, según el humor de ese día o de la hora, hasta que se cansó de esto y guardó el espejo en un baúl.

Por fin pensó que la única forma de conocer su propio valor estaba en la opinión de la gente, y comenzó a peinarse y a vestirse y a desvestirse (cuando no le quedaba otro recurso) para saber si los demás la aprobaban y reconocían que era una Rana auténtica.

Un día observó que lo que más admiraban de ella era su cuerpo, especialmente sus piernas, de manera que se dedicó a hacer sentadillas y a saltar para tener unas ancas cada vez mejores, y sentía que todos la aplaudían.

Y así seguía haciendo esfuerzos hasta que, dispuesta a cualquier cosa para lograr que la consideraran una Rana auténtica, se dejaba arrancar las ancas, y los otros se las comían, y ella todavía alcanzaba a oír con amargura cuando decían que qué buena Rana, que parecía Pollo.

Cuento tomado del libro “La oveja negra y demás fábulas”, de Augusto Monterroso.

sábado, 26 de septiembre de 2009

La oveja perdida

Una oveja descubrió un agujero en la cerca y se escabulló a través de él. Estaba feliz de haber escapado.

Anduvo errando mucho tiempo y acabó desorientándose. Entonces, se dio cuenta de que estaba siendo seguida por un lobo. Echó a correr y a correr..., pero el lobo continuaba persiguiéndola. Hasta que llegó el pastor, la salvó y la condujo de nuevo, con todo cariño, al redil.

Y a pesar de que todo el mundo lo instaba a lo contrario, el pastor se negó a reparar el agujero de la cerca.

Cuento tomado del libro. “El canto del pájaro”, de Anthony de Mello.

viernes, 25 de septiembre de 2009

No revuelvas demasiado el yogurt

Nasrudín, necesitado de dinero, decidió fabricar yogurt y venderlo.

Debido a su inexperiencia, muy poco alimento resultó utilizable. Tomó entonces un jarro, lo llenó de barro y colocó encima una capa delgada de yogurt.

Luego, se dirigió al mercado y se lo ofreció a un amigo que tenía un almacén.

Este, antes de pagarle, optó por probar la mercadería: tomó una cuchara, revolvió el yogurt y al instante el barro salió a relucir.
— ¡Pero Nasrudín! —exclamó el comerciante sorprendido—. Debajo de esta fina capa de delicioso yogurt hay un barro infecto.
— Es habitual —dijo el mullah—, siempre que se revuelve algo delicioso por arriba puede encontrarse una sorpresa desagradable por abajo.

Cuento de la tradición sufí.

jueves, 24 de septiembre de 2009

No más preguntas

Al conocer a un maestro de Zen en un evento social, un psiquiatra decidió hacerle una pregunta que rondaba por su mente:
— ¿Cómo ayuda usted a la gente, en realidad?
— Los coloco en una situación donde no puedan hacer más preguntas —contestó el maestro.

Cuento de la tradición budista zen.

miércoles, 23 de septiembre de 2009

Corazón de ratón

Había un ratón que estaba siempre angustiado porque le tenía miedo al gato. Un mago se compadeció del él y lo convirtió... en un gato.

Pero entonces empezó a sentir miedo del perro. De modo que el mago lo convirtió en perro.

Luego empezó a sentir miedo de la pantera, y el mago lo convirtió en pantera. Con lo cual empezó a temer al cazador.

Llegado a este punto, el mago se dio por vencido y volvió a convertirlo en ratón, diciéndole:
— Nada de lo que haga por ti va a servirte de ayuda, porque siempre tendrás el corazón de un ratón.

Cuento tomado del libro “La oración de la rana”, de Anthony de Mello.

martes, 22 de septiembre de 2009

La escudilla vacía

Un emperador salía de su palacio para dar un paseo matutino cuando se encontró con un mendigo. Tal como era la costumbre imperial, le preguntó:
— ¿Qué quieres?

El mendigo se rió y dijo:
— Me lo preguntas como si tú pudieras satisfacer mi deseo.

Molesto por la respuesta, el monarca replicó:
— Por supuesto que puedo satisfacerlo. Simplemente, dime cuál es.

Imperturbable, el mendigo dijo:
— Piénsalo dos veces antes de realizar esa promesa.
— Te daré cualquier cosa que pidas —afirmó el emperador, picado en su amor propio—. Soy muy poderoso y no hay nada que tú desees que yo no pueda darte.
— Pues bien, aquí está mi escudilla, ¿puedes llenarla con algo?

Inmediatamente, el monarca llamó a uno de sus servidores y le ordenó que llenara de dinero el recipiente. Pero en cuanto lo hizo, el dinero desapareció. Una y otra vez repitió la operación, pero la escudilla del mendigo permanecía siempre vacía.

Muy pronto, el rumor de lo que sucedía corrió por toda la ciudad y una gran multitud se reunió frente al palacio. El prestigio del emperador estaba en juego y éste les dijo a sus servidores:
— Estoy dispuesto a perder mi imperio, pero este mendigo no debe derrotarme.

Diamantes, perlas, esmeraldas... El tesoro se iba vaciando y la escudilla parecía no tener fondo. Todo lo que se colocaba en ella desaparecía instantáneamente.

Atardecía y la gente guardaba un profundo silencio cuando el emperador admitió su derrota.
— Has ganado —le dijo al mendigo—, pero antes de que te vayas, satisfaz mi curiosidad. ¿De que esta hecha tu escudilla?

El mendigo sonrió y dijo:
— Está hecha del mismo material que la mente humana. Simplemente, está hecha de deseos.

Cuento de origen desconocido.

lunes, 21 de septiembre de 2009

El combate del té

Una vez, un maestro de la ceremonia del té, en el antiguo Japón, accidentalmente ofendió a un soldado. Se disculpó con rapidez, pero el impetuoso militar exigió que el asunto fuera resuelto en un duelo de espada.

El maestro del té, que no tenía experiencia con las espadas, pidió consejo a un amigo maestro de Zen, quien sí tenía esa habilidad. Mientras su amigo le servia la infusión, el maestro de espada, notó cómo el maestro del té realizaba su arte con perfecta concentración y tranquilidad.
— Mañana —le dijo—, cuando se enfrente al soldado, sostenga la espada sobre su cabeza y déle la cara con la misma concentración y tranquilidad con que realiza la ceremonia del té.

Al día siguiente, a la hora y lugar acordados para el duelo, el maestro del té siguió este consejo. El soldado, dispuesto a atacar, miró fijamente durante un rato la cara completamente atenta pero serena del maestro del té. Finalmente, bajó su espada, se disculpó por su arrogancia, y se fue sin dar un solo golpe.

Cuento de la tradición budista zen.

domingo, 20 de septiembre de 2009

Los constructores

En Antioquía, donde el río Assi corre a encontrarse con el mar, se construyó un puente para acercar una mitad de la ciudad a la otra mitad. Fue construido con enormes piedras cargadas desde lo alto de las colinas sobre el lomo de las mulas. Cuando el puente fue terminado se grabó sobre el pilar, en griego y en arameo: “Este puente fue construido por el Rey Antíoco II”.

Una tarde, un joven, tenido por algunos como un loco, descendió hasta el pilar donde se habían grabado las palabras y las cubrió con carbón, y escribió por encima: “Las piedras del puente fueron traídas desde las montañas por las mulas. Al pasar de ida o de vuelta sobre el puente están cabalgando sobre los lomos de las mulas de Antioquía, constructoras de este puente”.

Y cuando la gente leyó lo que el joven había escrito, algunos se rieron y otros se maravillaron. Pero una mula dijo a otra:
— ¿No recuerdas, acaso, que verdaderamente nosotras acarreamos esas piedras? Y, sin embargo, hasta ahora se decía que el puente lo había construido el Rey Antíoco.

Cuento de Gibran Khalil Gibran.

sábado, 19 de septiembre de 2009

¿A quién adorar?

El maestro le preguntó al discípulo:
— ¿Por qué no adoras a los ídolos?

El discípulo respondió:
— Porque el fuego los quema.
— Entonces adora al fuego.
— En todo caso, adoraría al agua, capaz de apagar el fuego.
— Adora entonces al agua.
— En todo caso, adoraría las nubes, capaces de arrojar el agua.
— Adora las nubes.
— No, porque el viento es más fuerte que ellas.
— Entonces adora el viento que sopla.
— Si debiera adorar al viento, adoraría al hombre, que tiene el poder de soplar.
— Adora entonces al hombre.
— No, porque muere.
— Adora la muerte.
— Lo único digno de adorarse es el Dueño de la vida y de la muerte.

El maestro alabó la sabiduría del discípulo.

Cuento anónimo judío.

viernes, 18 de septiembre de 2009

Pelea

Un día, cuando Nasrudín era predicador en su pueblo, tuvo una pelea con el alcalde, Sucedió que, poco tiempo después, el alcalde murió. La gente del pueblo fue a ver al mullah y le dijo:
— El alcalde ha muerto. Ven y dirige la ceremonia para su funeral. Debes leer la oración de la muerte para él.
— ¿De qué serviría? —respondió—. ¡Estamos peleados y jamás me escucharía!

Cuento de la tradición sufí.

jueves, 17 de septiembre de 2009

Después de morir

El emperador le preguntó al maestro Gudo:
— ¿Qué le sucede a un hombre iluminado después de la muerte?
— ¿Cómo podría saberlo? —respondió Gudo.
— Porque usted es un maestro —contestó al emperador.
— Sí, señor —dijo Gudo—, pero no uno muerto.

Cuento de la tradición budista zen.

miércoles, 16 de septiembre de 2009

La importancia del oro

— Nasrudín —le preguntó su avaro tío—, ¿te gusta el oro?
— Sí —contestó el mullah—, porque un hombre que tiene oro no necesita pedirle favores a un tacaño como tú.

Cuento de la tradición sufí.

martes, 15 de septiembre de 2009

Un extraño animal

Un leñador trabajaba en unas remotas montañas, cuando apareció un extraño animal.
— Ah —dijo el recién llegado—, nunca antes habías visto algo como yo.

Al leñador le sorprendió muchísimo oír hablar a la bestia.
—Y estás asombrado de que pueda hablar…

Al leñador también le sorprendió que el extraño ser conociera sus pensamientos.
— Y de que sepa lo que estás pensando —continuó el animal.

Al leñador le dieron ganas de atraparlo.
— ¿Así que quieres capturarme vivo?

Aunque también podría darle un hachazo y después llevárselo a su hogar.
— Y ahora quieres matarme —dijo el ser.

El leñador se dio cuenta que no podría hacerle nada, puesto que siempre sabía lo que él pensaba. Así pues, regresó al trabajo, decidido a ignorarlo.
—Y ahora —dijo éste— me abandonas.

Mientras trabajaba, el leñador se descubrió pensando a menudo en el animal, que siempre hacía un comentario sobre ello. Deseó que se alejara, y luego le pidió que lo dejara tranquilo.

Finalmente, no sabiendo qué más hacer, el leñador se resignó y tomó su hacha, decidido a no prestarle atención. Y prosiguió con el corte de los árboles, sin nada más en la mente,

Mientras trabajaba así, sin más pensamientos que el hacha y el árbol, la cabeza del hacha voló del mango y dio muerte al animal.

Cuento de origen desconocido.

lunes, 14 de septiembre de 2009

Medicina externa

Había una vez un practicante que se decía especialista en medicina externa. Un guerrero herido necesitó de sus cuidados. Se trataba de extraer una flecha que se había incrustado en su cuerpo.

El cirujano tomó un par de tijeras, cortó la pluma a ras de la piel y luego reclamó sus honorarios.
— Aún tengo la punta de la flecha incrustada en mi carne, hay que sacarla —le dijo el guerrero.
— Eso ya es del dominio de la medicina interna —contestó el doctor—. ¿Cómo podría yo tomar la responsabilidad de ese tratamiento?

Cuento de Xue Tao.

domingo, 13 de septiembre de 2009

La cuchara

Un estudiante de Zen se quejaba de que no podía meditar: sus pensamientos no se lo permitían. Habló de esto con su maestro diciéndole:
— Maestro, los pensamientos y las imágenes mentales no me dejan meditar. Se van unos segundos y luego vuelven con más fuerza. No me dejan en paz. Entonces, el maestro le dijo:
— Bien. Aferra esta cuchara y tenla en tu mano. Ahora siéntate y medita.

El discípulo obedeció y, al cabo de un rato, el maestro le ordenó:
— ¡Deja la cuchara!

El alumno así lo hizo y la cuchara cayó al suelo. Miró a su maestro con estupor y éste le preguntó:
— Entonces, ahora dime quién agarraba a quién, ¿tú a la cuchara o la cuchara a ti?

Cuento de la tradición budista zen.

sábado, 12 de septiembre de 2009

Pedir el favor completo

Un hombre de condición humilde había perdido su herramienta de trabajo y pedía a los cielos el poder recuperarla, encomendándose a su santo particular.
— Si haces que la encuentre, prometo que entregaré tres monedas de oro en ofrenda —decía entre sollozos.

Al cabo de un rato, encontró lo perdido y exclamó:
— Oh, poderoso santo, que has logrado que encuentre mi herramienta, haz, por favor, que encuentre ahora tres monedas de oro.

Cuento tomado de “Los 120 mejores cuentos de las tradiciones espirituales de Oriente".

viernes, 11 de septiembre de 2009

Dos herraduras

El burro de Nasrudín murió finalmente de vejez y el mullah se vio obligado a caminar de lugar en lugar. Un día, entraba andando en la ciudad cuando encontró una herradura en el camino. Se la metió en el bolsillo y siguió caminando. Unos pasos más adelante encontró otra herradura. El mullah estaba encantado.
— ¡A este ritmo, tendré un burro entero a la puesta del sol!

Cuento de la tradición sufí.

jueves, 10 de septiembre de 2009

Oraciones

— ¿Rezas tus oraciones cada noche? —pregunta la abuela.
— ¡Por supuesto! —responde el nieto.
— ¿Y por las mañanas?
— No. Durante el día no tengo miedo.

Cuento de Anthony de Mello.

miércoles, 9 de septiembre de 2009

Chuang Tzu y la tortuga

Cierto día, el emperador necesitó la ayuda de un buen consejero. Como había oído hablar de la sabiduría de Chuang Tzu, envió a sus soldados a buscarlo.

Los emisarios buscaron a todo lo ancho del imperio y, finalmente, encontraron a Chuang Tzu sentado a la sombra de un viejo árbol. Cuando le comunicaron el deseo del emperador, el sabio sonrió y les dijo:
— Había una vez una tortuga sentada en un charco de barro cuando fue capturada y llevada al palacio para convertirse en la cena imperial. Era ciertamente un honor. Pero, ¿no habría sido más feliz permaneciendo en su charco?
— Ciertamente — replicaron los soldados.
— Entonces, déjenme a mí permanecer en el mío.

Cuento de la tradición taoísta.

martes, 8 de septiembre de 2009

Cuidado con los imbéciles

Un hombre llegó con una bolsa de trigo a un molino y, viendo allí bolsas de harina, vació la suya y empezó a llenarla con esa molienda. El molinero, al verlo, le dijo:
— ¿Se puede saber qué haces?
— Soy un hombre imbécil —replicó—, así que actúo según mi pobre juicio.
— Si eres tan imbécil, ¿por qué no tomas trigo de tu propia bolsa y lo pones en las bolsas de los demás? —preguntó el molinero.
— Porque soy un imbécil común. Para hacer eso debería ser un gran imbécil.

Cuento tomado del libro “Los 120 mejores cuentos de las tradiciones espirituales de Oriente”.

lunes, 7 de septiembre de 2009

Para comprar un par de zapatos

En el Reino de Zheng, un hombre decidió comprar un par de zapatos nuevos. Se midió el pie, pero olvidó la medida en el asiento y se fue al mercado sin ella. Allá encontró al zapatero.
— ¡Oh!, me olvidé de traer la medida —dijo, y presuroso regresó a su casa.

Cuando volvió al mercado, la feria se había terminado y no pudo comprar los zapatos.
— ¿Por qué no se los probó? —le preguntó uno de sus vecinos.
— Me fío más de la regla —respondió.

Cuento de Han Fei Zi.

domingo, 6 de septiembre de 2009

Agujero tras agujero

El vecino de Nasrudín miraba por encima de la cerca y vio al mullah cavando un gran agujero.
— ¿Plantando de nuevo?
— No. Voy a enterrar los escombros que han quedado tras edificar la casa. Ocupan medio jardín.
— ¿Y qué harás con la tierra?
— Cavaré otro agujero para ella.

Cuento de la tradición sufí.

sábado, 5 de septiembre de 2009

El pastor distraído

Al atardecer, un pastor se disponía a conducir el rebaño al establo. Entonces contó sus ovejas y, muy alarmado, se dio cuenta de que faltaba una de ellas. Angustiado, comenzó a buscarla durante horas, hasta que se hizo muy avanzada la noche. No podía hallarla y empezó a llorar desesperado. Entonces, un hombre que salía de la taberna y que pasó junto a él lo miró y le dijo:
— Oye, ¿por qué llevas una oveja sobre los hombros?

Cuento de la tradición hindú.

viernes, 4 de septiembre de 2009

La providencia

— ¿Cómo se aprende a confiar en la providencia?
— Confiar en la providencia — dijo el Maestro — es como entrar en un restaurante de lujo sin llevar un centavo en el bolsillo y encargar docenas de ostras con la esperanza de hallar una perla con la que pagar la cuenta.

Cuento de Anthony de Mello.

jueves, 3 de septiembre de 2009

Pintar fantasmas

Había un artista que pintaba para el príncipe de Qi.
— Dígame — dijo el príncipe —, ¿cuáles son las cosas más difíciles de pintar?
— Perros, caballos y cosas semejantes — replicó el artista.
— ¿Cuáles son las más fáciles? — indagó el príncipe.
— Fantasmas y monstruos — aseguró el artista —. Todos conocemos a los perros y a los caballos y los vemos todos los días; pero es difícil pintarlos como son. Por eso son temas complicados. Pero los fantasmas y los monstruos no tienen forma precisa y nadie los ha visto nunca, por eso es fácil pintarlos.

Cuento de Han Fei Zi.

miércoles, 2 de septiembre de 2009

Palpitaciones

— Cuidado, Nasrudín — dijo su avariento anfitrión al verlo devorar el tercer plato de sopa —. Dicen que demasiada comida salada hace que el corazón palpite demasiado.
— ¿El tuyo o el mío?

Cuento de la tradición sufí.

martes, 1 de septiembre de 2009

El hombre que no vio a nadie

Había una vez un hombre en el Reino de Qi que tenía sed de oro. Una mañana, se vistió con elegancia y se fue a la plaza. Apenas llegó al puesto del comerciante en oro, se apoderó de una pieza y se escabulló.

El oficial que lo aprehendió le preguntó:
— ¿Por qué robó el oro en presencia de tanta gente?
— Cuando lo tomé — contestó —, no vi a nadie. No vi más que el oro.

Cuento de Lie Zi.