Había un predicador que, cada vez que se ponía a rezar, no dejaba de elogiar a los bandidos y desearles toda la felicidad posible. Elevaba las manos al cielo diciendo:
—¡Oh, Señor, ofrece Tu Misericordia a los calumniadores, a los rebeldes, a los corazones endurecidos, a los que se burlan de la gente de bien y a los idólatras!
Así terminaba su arenga, sin desear el menor bien a los justos y puros.
Un día, sus oyentes le dijeron:
—¡No es costumbre rezar así! Todos estos buenos deseos dirigidos a los malvados no serán escuchados.
Pero él replicó:
—Yo debo mucho a esa gente de la que habláis y por esa razón ruego por ellos. Me han torturado tanto y me han causado tanto daño que me han guiado hacia el bien. Cada vez que me he sentido atraído por las cosas de este mundo, me han maltratado. Y todos esos malos tratos son la causa por la que me he vuelto hacia la Fe.
Cuento de la tradición sufí.
martes, 17 de mayo de 2011
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