martes, 22 de febrero de 2011

Providencia

Cierto día, el emperador y su principal consejero fueron solos a la selva a cazar. Al disparar la escopeta, el soberano se fracturó el dedo pulgar y gritó de dolor. El ministro le entablilló la herida mientras reflexionaba:
—Majestad, nunca sabemos qué es bueno o malo para nosotros. Debemos contemplar todo con ojos de providencia.

Al emperador no le cayó bien el consejo, se enojó y empujó a su ministro al fondo de un pozo abandonado. Luego, continuó su camino por el bosque.

A poco de andar, un grupo de salvajes le salió al encuentro. Lo rodearon, lo hicieron cautivo y lo llevaron ante su jefe. La tribu se preparaba a ofrecer un sacrificio humano y el soberano era la víctima elegida. El hechicero de la tribu lo examinó y, al ver que tenía el dedo pulgar roto, lo rechazó, ya que la víctima no podía tener defecto físico alguno.

El emperador cayó entonces en la cuenta de lo que le había dicho su ministro y comprendió que tenía razón. Sintió remordimientos, volvió al pozo, y sacó al hombre, a quien además pidió perdón. Este le contestó:
—Majestad no tiene por qué pedirme perdón, ya que no me ha causado ningún daño. Al contrario, me ha salvado la vida. Si no me hubiera arrojado a este pozo, hubiera continuado yo a su lado. Entonces, esos salvajes me hubieran elegido a mí para su sacrificio y me habrían matado.

Cuento de la tradición hindú.

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