Cuando el sol se escondía detrás de las montañas, preguntó:
— ¿Hay alguien que quiera sustituirme?
— Se hará lo que se pueda — respondió la lámpara de aceite.
Cuento de Rabindranath. Tagore.
lunes, 31 de agosto de 2009
Se hará lo que se pueda
domingo, 30 de agosto de 2009
El fanático y la luz
Un fanático ingresó al monasterio para averiguar de qué clase de luz tenía aún necesidad.
— La luz que todavía necesitas — le dijo el Maestro — es la que te permita conocer la diferencia entre un amante y un fanático. El amante toma parte en una sinfonía.
— ¿Y el fanático?
— El fanático sólo oye el sonido de su propio tambor — dijo el Maestro.
Cuento de Anthony de Mello.
— La luz que todavía necesitas — le dijo el Maestro — es la que te permita conocer la diferencia entre un amante y un fanático. El amante toma parte en una sinfonía.
— ¿Y el fanático?
— El fanático sólo oye el sonido de su propio tambor — dijo el Maestro.
Cuento de Anthony de Mello.
sábado, 29 de agosto de 2009
Disposición natural
— Padre — preguntó el hijo menor de Nasrudín —, ¿por qué hablas tan poco y escuchas tanto?
— Porque tengo dos oídos y solo una boca.
Cuento de la tradición sufí.
— Porque tengo dos oídos y solo una boca.
Cuento de la tradición sufí.
viernes, 28 de agosto de 2009
Música para la vaca
Un día, el célebre músico Gong Mingyi tocó una melodía clásica ante una vaca; ésta continuó pastando como si nada. “No es que ella no la oiga, es que mi música no le interesa”, se dijo el intérprete. Se puso entonces a imitar con su instrumento el zumbido de las moscas y el mugido de los terneritos. Al instante, la vaca paró la oreja y, balanceando su cola, se acercó para escuchar hasta el final la música, que, esta vez tenía un significado para ella.
Cuento de Mou Zi.
Cuento de Mou Zi.
jueves, 27 de agosto de 2009
La serpiente
Un hombre estaba sentado en una piedra, contemplando su hogar desde lejos. Una gran preocupación se reflejaba en su cara y, seguramente por ella, no percibió al caminante que se aproximaba.
— ¿Qué te preocupa tanto? — le preguntó el recién llegado.
— Una serpiente entró en mi cabaña. Su presencia me aterra y estoy aqui sentado, esperando que se marche.
— ¿Y cómo puedo ayudarte?
— Mata tú a la serpiente y te daré una moneda.
El caminante entró en la cabaña y salió al poco rato con la serpiente viva en una bolsa. El hombre se asustó y le pidió que le explicara por qué no le había dado muerte.
— Matar a la serpiente no va a hacer que le pierdas el miedo.
El extraño ni siquiera pidió la moneda a cambio de su trabajo y continuó su camino, llevando consigo al reptil.
Cuento de origen desconocido.
— ¿Qué te preocupa tanto? — le preguntó el recién llegado.
— Una serpiente entró en mi cabaña. Su presencia me aterra y estoy aqui sentado, esperando que se marche.
— ¿Y cómo puedo ayudarte?
— Mata tú a la serpiente y te daré una moneda.
El caminante entró en la cabaña y salió al poco rato con la serpiente viva en una bolsa. El hombre se asustó y le pidió que le explicara por qué no le había dado muerte.
— Matar a la serpiente no va a hacer que le pierdas el miedo.
El extraño ni siquiera pidió la moneda a cambio de su trabajo y continuó su camino, llevando consigo al reptil.
Cuento de origen desconocido.
miércoles, 26 de agosto de 2009
El rayo
Una noche de tormenta, estaba un obispo cristiano en su catedral cuando se le acercó una mujer pagana y le dijo:
— Yo no soy cristiana. ¿Me salvaré del fuego del infierno o estoy condenada a él?
El obispo la miró y le respondió:
— Imposible. Sólo se salvan los bautizados en el agua y en el espíritu.
Y mientras pronunciaba esas palabras, un rayo cayó con estruendo sobre la catedral, y esta fue invadida por el fuego.
Los hombres de la ciudad llegaron corriendo y lograron salvar a la mujer, pero el obispo, alimento del fuego, se consumió hasta desaparecer.
Cuento de Gibran Khalil Gibran.
— Yo no soy cristiana. ¿Me salvaré del fuego del infierno o estoy condenada a él?
El obispo la miró y le respondió:
— Imposible. Sólo se salvan los bautizados en el agua y en el espíritu.
Y mientras pronunciaba esas palabras, un rayo cayó con estruendo sobre la catedral, y esta fue invadida por el fuego.
Los hombres de la ciudad llegaron corriendo y lograron salvar a la mujer, pero el obispo, alimento del fuego, se consumió hasta desaparecer.
Cuento de Gibran Khalil Gibran.
martes, 25 de agosto de 2009
La fortuna y los halagos
Un hombre rico y un hombre pobre mantuvieron la siguiente conversación.
— Si yo te diera el veinte por ciento de todo el oro que poseo, ¿me adularías? — preguntó el primero.
— El reparto sería demasiado desigual para que tú merecieras cumplidos — contestó el segundo.
— ¿Y si te diera la mitad de mi fortuna?
— Entonces seríamos iguales; ¿con qué fin halagarte?
— ¿Y si yo te lo diera todo?
— En ese caso, ¡no veo qué necesidad tendría de adularte!
Cuento de Ai Zi Wai Yu.
— Si yo te diera el veinte por ciento de todo el oro que poseo, ¿me adularías? — preguntó el primero.
— El reparto sería demasiado desigual para que tú merecieras cumplidos — contestó el segundo.
— ¿Y si te diera la mitad de mi fortuna?
— Entonces seríamos iguales; ¿con qué fin halagarte?
— ¿Y si yo te lo diera todo?
— En ese caso, ¡no veo qué necesidad tendría de adularte!
Cuento de Ai Zi Wai Yu.
lunes, 24 de agosto de 2009
Instrucciones para triunfar en el oficio
Hace mil años, dijo el sultán de Persia:
— Qué rica.
Él nunca había probado la berenjena, y la estaba comiendo en rodajas aderezadas con jengibre y hierbas del Nilo.
Entonces el poeta de la corte exaltó a la berenjena, que da placer a la boca y en el lecho hace milagros, porque para las proezas del amor es más poderosa que el polvo de diente de tigre o el cuerno rallado de rinoceronte.
Un par de bocados después, el sultán dijo:
— Qué porquería.
Y entonces el poeta de la corte maldijo a la engañosa berenjena, que castiga la digestión, llena la cabeza de malos pensamientos y empuja a los hombres virtuosos al abismo del delirio y la locura.
— Recién llevaste a la berenjena al Paraíso, y ahora la estás echando al Infierno — comentó un insidioso.
Y el poeta, que era un profeta de los medios masivos de comunicación, puso las cosas en su lugar:
— Yo soy cortesano del sultán. No soy cortesano de l a berenjena.
Cuento de Eduardo Galeano.
— Qué rica.
Él nunca había probado la berenjena, y la estaba comiendo en rodajas aderezadas con jengibre y hierbas del Nilo.
Entonces el poeta de la corte exaltó a la berenjena, que da placer a la boca y en el lecho hace milagros, porque para las proezas del amor es más poderosa que el polvo de diente de tigre o el cuerno rallado de rinoceronte.
Un par de bocados después, el sultán dijo:
— Qué porquería.
Y entonces el poeta de la corte maldijo a la engañosa berenjena, que castiga la digestión, llena la cabeza de malos pensamientos y empuja a los hombres virtuosos al abismo del delirio y la locura.
— Recién llevaste a la berenjena al Paraíso, y ahora la estás echando al Infierno — comentó un insidioso.
Y el poeta, que era un profeta de los medios masivos de comunicación, puso las cosas en su lugar:
— Yo soy cortesano del sultán. No soy cortesano de l a berenjena.
Cuento de Eduardo Galeano.
domingo, 23 de agosto de 2009
El pájaro y sus tres consejos
Una mañana de primavera, un hombre atrapó un pájaro por medio de un cepo. Entonces, el pájaro le habló a su captor de la siguiente manera:
— Noble señor, has comido muchos bueyes y corderos, has sacrificado innumerables camellos y nunca has quedado satisfecho. Tampoco lo vas a quedar conmigo. Déjame ir y a cambio puedo darte tres consejos. El primer consejo te lo diré posado en tu mano, el segundo en tu tejado, y el tercero en un árbol. Déjame partir, pues estos tres consejos te traerán prosperidad.
Aquel hombre aceptó el acuerdo y le pidió que le diera el primer consejo.
— El primero, que diré en tu mano, es éste: “No creas las cosas absurdas que escuches”
Cuando el pájaro hubo dicho el primer consejo en la palma de la mano, fue liberado. Luego se posó en el muro de la casa y dijo:
— El segundo consejo es: “No te aflijas por lo que ya ha pasado”.
Dicho esto, el pájaro se posó en el árbol y prosiguió:
— En mi cuerpo hay escondida una inmensa perla. Esta joya era tu fortuna y la suerte de tus hijos. Se te ha escapado, pues no estaba en tu destino el adquirirla.
Al escuchar tamaña afirmación y viendo que se le había escapado la fortuna de sus manos, el cazador comenzó a dar gritos y a lamentarse de su mala suerte. Al observar la actitud del hombre el pájaro le dijo:
— ¿No te había aconsejado que no te afligieras por lo que ha pasado? Puesto que es algo pasado y terminado ¿por qué te apesadumbras? O bien no has comprendido mi consejo, o eres sordo. Y tampoco has recordado el primer consejo que te di: “No creas una afirmación absurda”. Oh, buen hombre, yo soy muy pequeño. ¿Cómo puede haber dentro de mí una perla tan grande?
El hombre se recobró y le pidió al pájaro:
— Oye, dime ahora el tercero de los consejos excelentes.
— Bueno — dijo el pájaro —, ¡has hecho tan mal uso de los otros dos consejos que te di, que no veo por qué habría de darte el tercer consejo en vano!
Cuento de la tradición sufí.
— Noble señor, has comido muchos bueyes y corderos, has sacrificado innumerables camellos y nunca has quedado satisfecho. Tampoco lo vas a quedar conmigo. Déjame ir y a cambio puedo darte tres consejos. El primer consejo te lo diré posado en tu mano, el segundo en tu tejado, y el tercero en un árbol. Déjame partir, pues estos tres consejos te traerán prosperidad.
Aquel hombre aceptó el acuerdo y le pidió que le diera el primer consejo.
— El primero, que diré en tu mano, es éste: “No creas las cosas absurdas que escuches”
Cuando el pájaro hubo dicho el primer consejo en la palma de la mano, fue liberado. Luego se posó en el muro de la casa y dijo:
— El segundo consejo es: “No te aflijas por lo que ya ha pasado”.
Dicho esto, el pájaro se posó en el árbol y prosiguió:
— En mi cuerpo hay escondida una inmensa perla. Esta joya era tu fortuna y la suerte de tus hijos. Se te ha escapado, pues no estaba en tu destino el adquirirla.
Al escuchar tamaña afirmación y viendo que se le había escapado la fortuna de sus manos, el cazador comenzó a dar gritos y a lamentarse de su mala suerte. Al observar la actitud del hombre el pájaro le dijo:
— ¿No te había aconsejado que no te afligieras por lo que ha pasado? Puesto que es algo pasado y terminado ¿por qué te apesadumbras? O bien no has comprendido mi consejo, o eres sordo. Y tampoco has recordado el primer consejo que te di: “No creas una afirmación absurda”. Oh, buen hombre, yo soy muy pequeño. ¿Cómo puede haber dentro de mí una perla tan grande?
El hombre se recobró y le pidió al pájaro:
— Oye, dime ahora el tercero de los consejos excelentes.
— Bueno — dijo el pájaro —, ¡has hecho tan mal uso de los otros dos consejos que te di, que no veo por qué habría de darte el tercer consejo en vano!
Cuento de la tradición sufí.
sábado, 22 de agosto de 2009
El arte de matar dragones
Zhu Pingman fue a Zhili Yi para aprender a matar dragones. Estudió tres años y gastó casi toda su fortuna hasta conocer a fondo la materia.
Pero había tan pocos dragones que Zhu no encontró dónde practicar su arte.
Cuento de Zhuang Zi.
Pero había tan pocos dragones que Zhu no encontró dónde practicar su arte.
Cuento de Zhuang Zi.
viernes, 21 de agosto de 2009
El primer principio
Una vez, un principiante le preguntó a un maestro zen:
— Maestro, ¿cuál es el primer principio?
Sin dudarlo, el maestro respondió:
— Si te lo dijera, pasaría a ser el segundo principio.
Cuento de la tradición budista zen.
— Maestro, ¿cuál es el primer principio?
Sin dudarlo, el maestro respondió:
— Si te lo dijera, pasaría a ser el segundo principio.
Cuento de la tradición budista zen.
jueves, 20 de agosto de 2009
Un hombre feliz
Un hombre fue a visitar a Chuan Tzu y le expuso así su situación:
— Soy muy desdichado, maestro. Enséñame el camino del Tao para lograr así la felicidad.
— Antes de enseñarte cuál es el camino del Tao, necesito saber por qué eres infeliz — dijo Chuan Tzu.
— Soy infeliz porque no tengo nada — replicó el hombre mostrándole las manos vacías.
— ¿Qué tienes ahí, entonces? –preguntó el filósofo.
— Nada. ¿No ves que están vacías?
— Tienes dos manos — dijo Chuan Tzu —. No es cierto que no tengas nada.
— Soy infeliz porque no tengo casa — se quejó el hombre.
— ¿Dónde vives, entonces?— No vivo en ningún sitio. ¿No acabo de explicarte que no tengo casa?
— Vives en tu cuerpo — dijo Chuan Tzu —. Esa es tu verdadera casa.
— Soy infeliz porque estoy solo — dijo entonces el hombre.
— ¿Con quién vives, pues? –preguntó el filósofo.
— No vivo con nadie. No tengo mujer ni familia. ¿No acabo de explicarte que estoy solo?
— Vives contigo mismo — dijo Chuan Tzu —. ¿Qué otra mejor compañía podrías tener?
— Por favor, enséñame el camino del Tao.
— Tú no necesitas el camino del Tao — dijo Chuan Tzu con una amable sonrisa —. ¿Para qué, si tienes todo lo que deseas y eres ya completamente feliz?
Cuento de la tradición taoísta.
— Soy muy desdichado, maestro. Enséñame el camino del Tao para lograr así la felicidad.
— Antes de enseñarte cuál es el camino del Tao, necesito saber por qué eres infeliz — dijo Chuan Tzu.
— Soy infeliz porque no tengo nada — replicó el hombre mostrándole las manos vacías.
— ¿Qué tienes ahí, entonces? –preguntó el filósofo.
— Nada. ¿No ves que están vacías?
— Tienes dos manos — dijo Chuan Tzu —. No es cierto que no tengas nada.
— Soy infeliz porque no tengo casa — se quejó el hombre.
— ¿Dónde vives, entonces?— No vivo en ningún sitio. ¿No acabo de explicarte que no tengo casa?
— Vives en tu cuerpo — dijo Chuan Tzu —. Esa es tu verdadera casa.
— Soy infeliz porque estoy solo — dijo entonces el hombre.
— ¿Con quién vives, pues? –preguntó el filósofo.
— No vivo con nadie. No tengo mujer ni familia. ¿No acabo de explicarte que estoy solo?
— Vives contigo mismo — dijo Chuan Tzu —. ¿Qué otra mejor compañía podrías tener?
— Por favor, enséñame el camino del Tao.
— Tú no necesitas el camino del Tao — dijo Chuan Tzu con una amable sonrisa —. ¿Para qué, si tienes todo lo que deseas y eres ya completamente feliz?
Cuento de la tradición taoísta.
miércoles, 19 de agosto de 2009
Las campanas del templo
El templo había estado sobre una isla, dos millas mar adentro. Tenía mil campanas. Grandes y pequeñas campanas, labradas por los mejores artesanos del mundo. Cuando soplaba el viento o arreciaba la tormenta, todas las campanas del templo repicaban al unísono, produciendo una sinfonía que arrebataba a cuantos la escuchaban.
Pero, al cabo de los siglos, la isla se había hundido en el mar y, con ella, el templo y sus campanas. Una antigua tradición afirmaba que las campanas seguían repicando sin cesar y que cualquiera que escuchara atentamente podría oírlas.
Movido por esta tradición, un joven recorrió miles de millas, decidido a escuchar aquellas campanas. Estuvo sentado durante días en la orilla, frente al lugar en el que en otro tiempo se había alzado el templo, y escuchó con toda atención.
Pero lo único que oía era el ruido de las olas al romper contra la orilla. Hizo todos los esfuerzos posibles por alejar de sí el ruido de las olas para poder oír las campanas. Pero todo fue en vano; el ruido del mar parecía inundar el universo.
Persistió en su empeño durante semanas. Cuando lo invadió el desaliento, tuvo ocasión de escuchar a los sabios de la aldea, que hablaban con unción de la leyenda de las campanas del templo y de quienes las habían oído y certificaban lo fundado de la leyenda. Su corazón ardía en llamas al escuchar aquellas palabras… para retornar al desaliento cuando, tras nuevas semanas de esfuerzo, no obtuvo ningún resultado. Por fin decidió desistir de su intento. Tal vez él no estaba destinado a ser uno de aquellos seres afortunados a quienes les era dado oír las campanas. O tal vez no fuera cierta la leyenda. Regresaría a su casa y reconocería su fracaso. Era su último día en el lugar y decidió acudir una última vez a su observatorio, para decir adiós al mar, al cielo, al viento y a los cocoteros.
Se tendió en la arena, contemplando el cielo y escuchando el sonido del mar. Aquel día no opuso resistencia a dicho sonido, sino que, por el contrario, se entregó a él y descubrió que el bramido de las olas era un sonido realmente dulce y agradable. Pronto quedó tan absorto en aquel sonido que apenas era consciente de sí mismo. Tan profundo era el silencio que producía en su corazón…
¡Y en medio de aquel silencio lo oyó! El tañido de una campanilla, seguido por el de otra, y otra, y otra… Y en seguida todas y cada una de las mil campanas del templo repicaban en una gloriosa armonía, y su corazón se vio transportado de asombro y alegría.
Cuento de Anthony de Mello.
Pero, al cabo de los siglos, la isla se había hundido en el mar y, con ella, el templo y sus campanas. Una antigua tradición afirmaba que las campanas seguían repicando sin cesar y que cualquiera que escuchara atentamente podría oírlas.
Movido por esta tradición, un joven recorrió miles de millas, decidido a escuchar aquellas campanas. Estuvo sentado durante días en la orilla, frente al lugar en el que en otro tiempo se había alzado el templo, y escuchó con toda atención.
Pero lo único que oía era el ruido de las olas al romper contra la orilla. Hizo todos los esfuerzos posibles por alejar de sí el ruido de las olas para poder oír las campanas. Pero todo fue en vano; el ruido del mar parecía inundar el universo.
Persistió en su empeño durante semanas. Cuando lo invadió el desaliento, tuvo ocasión de escuchar a los sabios de la aldea, que hablaban con unción de la leyenda de las campanas del templo y de quienes las habían oído y certificaban lo fundado de la leyenda. Su corazón ardía en llamas al escuchar aquellas palabras… para retornar al desaliento cuando, tras nuevas semanas de esfuerzo, no obtuvo ningún resultado. Por fin decidió desistir de su intento. Tal vez él no estaba destinado a ser uno de aquellos seres afortunados a quienes les era dado oír las campanas. O tal vez no fuera cierta la leyenda. Regresaría a su casa y reconocería su fracaso. Era su último día en el lugar y decidió acudir una última vez a su observatorio, para decir adiós al mar, al cielo, al viento y a los cocoteros.
Se tendió en la arena, contemplando el cielo y escuchando el sonido del mar. Aquel día no opuso resistencia a dicho sonido, sino que, por el contrario, se entregó a él y descubrió que el bramido de las olas era un sonido realmente dulce y agradable. Pronto quedó tan absorto en aquel sonido que apenas era consciente de sí mismo. Tan profundo era el silencio que producía en su corazón…
¡Y en medio de aquel silencio lo oyó! El tañido de una campanilla, seguido por el de otra, y otra, y otra… Y en seguida todas y cada una de las mil campanas del templo repicaban en una gloriosa armonía, y su corazón se vio transportado de asombro y alegría.
Cuento de Anthony de Mello.
martes, 18 de agosto de 2009
Un hombre pobre
Nasrudín entró en casa de su vecino y le dijo:
— ¿Podrías darme unas cuantas monedas? Estoy recogiendo dinero para un hombre pobre que tiene muchas deudas.
El vecino, que era una buena persona, le dio unas monedas y le dijo:
— Tienes buenos sentimientos Nasrudín. Y dime, ¿quién es ese pobre hombre?
— Soy yo — contestó el mullah.
Pasaron unos meses y Nasrudín volvió a casa de su vecino quien, al verlo, le preguntó:
— Qué, ¿vienes a buscar más dinero para un pobre hombre que tiene deudas?
— Eso mismo.
— Y, naturalmente, ese infeliz debes de ser tú otra vez...
— No — dijo el mullah —. Es un carpintero que se quedó sin trabajo y se llama Tumart.
El buen vecino metió la mano en el bolsillo y sacó unas monedas mientras le preguntaba:
— ¿Cómo es que te dedicas a buscar dinero para otra persona?
— Porque el carpintero me debe el dinero a mí.
Cuento de la tradición sufí.
— ¿Podrías darme unas cuantas monedas? Estoy recogiendo dinero para un hombre pobre que tiene muchas deudas.
El vecino, que era una buena persona, le dio unas monedas y le dijo:
— Tienes buenos sentimientos Nasrudín. Y dime, ¿quién es ese pobre hombre?
— Soy yo — contestó el mullah.
Pasaron unos meses y Nasrudín volvió a casa de su vecino quien, al verlo, le preguntó:
— Qué, ¿vienes a buscar más dinero para un pobre hombre que tiene deudas?
— Eso mismo.
— Y, naturalmente, ese infeliz debes de ser tú otra vez...
— No — dijo el mullah —. Es un carpintero que se quedó sin trabajo y se llama Tumart.
El buen vecino metió la mano en el bolsillo y sacó unas monedas mientras le preguntaba:
— ¿Cómo es que te dedicas a buscar dinero para otra persona?
— Porque el carpintero me debe el dinero a mí.
Cuento de la tradición sufí.
lunes, 17 de agosto de 2009
Un aspecto de las cosas
Sentado al borde del camino, un anciano sabio comía su arroz con los dedos. Un hombre muy rico que pasaba por allí se indignó:
— ¡Mirad a ese viejo! Dicen que es el sabio más grande de la provincia y está comiendo con los dedos. ¡Qué horror! Nunca lo invitaré a mi casa.
Cinco minutos después, apareció una elegante comitiva escoltada por tres guardias que acompañaban a pasear a dos damas.
— Oh — dijo una de ellas —, ¿no es ése el sabio del jardín de los ciruelos?
— Sí, es él — repuso la otra.— No le basta con ser un patán, sino que además es muy sucio. Nunca lo recibiremos en nuestra casa.
Al día siguiente, el rey de la provincia organizaba una gran recepción para celebrar el equinoccio e invitó al sabio. También estaban invitados el hombre rico y las dos damas. El sabio, en el lugar de honor, comía con palillos y su ropa estaba inmaculada.El hombre rico no pudo contenerse y le preguntó:
— ¿Cómo puedes comer un día con los dedos y otro, según las normas y las costumbres?
— ¡Oh!, es muy sencillo. No me aferro a las costumbres y me adapto al lugar donde me encuentro. Si estoy sentado bajo un árbol, me gusta comer con los dedos. Nadie me ve, aparte de los que pasan y me juzgan. Si se me invita, me acomodo a las costumbres de mi anfitrión.
El hombre meneó la cabeza.
— Yo no podría actuar de esa manera. He de comer siempre con palillos.
— Entonces, nunca verás más que un aspecto de las cosas — dijo el sabio —. Antes de vestir tu cuerpo de blanco, ilumina tu alma.
Cuento de la tradición taoísta.
— ¡Mirad a ese viejo! Dicen que es el sabio más grande de la provincia y está comiendo con los dedos. ¡Qué horror! Nunca lo invitaré a mi casa.
Cinco minutos después, apareció una elegante comitiva escoltada por tres guardias que acompañaban a pasear a dos damas.
— Oh — dijo una de ellas —, ¿no es ése el sabio del jardín de los ciruelos?
— Sí, es él — repuso la otra.— No le basta con ser un patán, sino que además es muy sucio. Nunca lo recibiremos en nuestra casa.
Al día siguiente, el rey de la provincia organizaba una gran recepción para celebrar el equinoccio e invitó al sabio. También estaban invitados el hombre rico y las dos damas. El sabio, en el lugar de honor, comía con palillos y su ropa estaba inmaculada.El hombre rico no pudo contenerse y le preguntó:
— ¿Cómo puedes comer un día con los dedos y otro, según las normas y las costumbres?
— ¡Oh!, es muy sencillo. No me aferro a las costumbres y me adapto al lugar donde me encuentro. Si estoy sentado bajo un árbol, me gusta comer con los dedos. Nadie me ve, aparte de los que pasan y me juzgan. Si se me invita, me acomodo a las costumbres de mi anfitrión.
El hombre meneó la cabeza.
— Yo no podría actuar de esa manera. He de comer siempre con palillos.
— Entonces, nunca verás más que un aspecto de las cosas — dijo el sabio —. Antes de vestir tu cuerpo de blanco, ilumina tu alma.
Cuento de la tradición taoísta.
domingo, 16 de agosto de 2009
La conciencia constante
Después de diez años de aprendizaje, Tenno se convirtió en maestro.
Cierta vez, fue a visitar a su antiguo maestro Nan-in. Era un día lluvioso, de modo que llevaba zuecos de madera y portaba un paraguas.
Cuando llegó, Nan-in le dijo:
— Has dejado tus zuecos y tu paraguas a la entrada, ¿no es así? Pues bien, ¿puedes decirme si has colocado el paraguas a la derecha o a la izquierda de los zuecos?
Tenno no supo qué responder y se sintió confundido. Luego, comprendió que no había sido capaz de practicar la conciencia constante, de modo que nuevamente se hizo discípulo de Nan-in y practicó hasta obtenerla.
Cuento del budismo zen.
Cierta vez, fue a visitar a su antiguo maestro Nan-in. Era un día lluvioso, de modo que llevaba zuecos de madera y portaba un paraguas.
Cuando llegó, Nan-in le dijo:
— Has dejado tus zuecos y tu paraguas a la entrada, ¿no es así? Pues bien, ¿puedes decirme si has colocado el paraguas a la derecha o a la izquierda de los zuecos?
Tenno no supo qué responder y se sintió confundido. Luego, comprendió que no había sido capaz de practicar la conciencia constante, de modo que nuevamente se hizo discípulo de Nan-in y practicó hasta obtenerla.
Cuento del budismo zen.
sábado, 15 de agosto de 2009
Amigos
Dos amigos viajaban por el desierto y, en un determinado punto del viaje, discutieron y uno de ellos le pegó una bofetada. El otro, ofendido, sin nada que decir, escribió en la arena:
"Hoy mi mejor amigo me pegó una bofetada en el rostro".
Siguieron adelante y llegaron a un oasis donde resolvieron bañarse. El que había sido abofeteado comenzó a ahogarse, siendo salvado por el amigo. Al recuperarse tomó un estilete y escribió en una piedra:
"Hoy mi mejor amigo me salvó la vida".
Intrigado, el compañero preguntó:
— ¿Por qué, después de que te pegué, escribiste en la arena y ahora escribes sobre una piedra?
Sonriendo, el otro respondió:
— Cuando un gran amigo nos ofende, debemos escribir en la arena, donde el viento del olvido y el perdón se encargarán de borrarlo. Por otro lado, cuando nos pase algo grandioso, debemos grabarlo en la piedra de la memoria del corazón, donde viento ninguno en todo el mundo podrá borrarlo.
Cuento popular árabe.
"Hoy mi mejor amigo me pegó una bofetada en el rostro".
Siguieron adelante y llegaron a un oasis donde resolvieron bañarse. El que había sido abofeteado comenzó a ahogarse, siendo salvado por el amigo. Al recuperarse tomó un estilete y escribió en una piedra:
"Hoy mi mejor amigo me salvó la vida".
Intrigado, el compañero preguntó:
— ¿Por qué, después de que te pegué, escribiste en la arena y ahora escribes sobre una piedra?
Sonriendo, el otro respondió:
— Cuando un gran amigo nos ofende, debemos escribir en la arena, donde el viento del olvido y el perdón se encargarán de borrarlo. Por otro lado, cuando nos pase algo grandioso, debemos grabarlo en la piedra de la memoria del corazón, donde viento ninguno en todo el mundo podrá borrarlo.
Cuento popular árabe.
viernes, 14 de agosto de 2009
Los dos templos rivales
Había una vez dos templos budistas rivales. Los respectivos maestros estaban tan enfrentados que ordenaron a sus discípulos no mirar siquiera al otro templo.
Cada maestro contaba con un muchacho como sirviente para hacer los recados. El maestro del primer templo le advirtió a su sirviente:
— Nunca hables con el otro muchacho. Esa gente es peligrosa.
Pero, un día, se encontraron ambos sirvientes en el camino y el muchacho del primer templo le preguntó al del otro:
— ¿Adónde vas?
El otro respondió:
— Donde el viento me lleve.
El primer muchacho se sintió sorprendido y algo humillado. “Debí haber obedecido a mi maestro”, pensó. Cuando se lo contó, éste le dijo:
— Te lo advertí, pero no me escuchaste. Ahora, presta atención. Mañana lo esperarás en el mismo sitio y le preguntarás: “¿Adónde vas?”. El te dirá: ”Adonde el viento me lleve”. Entonces, tú también te pondrás filosófico y le dirás: “¿Irás sin piernas entonces? Porque el alma es incorpórea y el viento no puede llevar el alma a ninguna parte”.
Dispuesto a obedecer, el joven se preparó toda la noche, repitiendo una y otra vez las palabras. A la mañana siguiente, se colocó en el lugar exacto y esperó al otro muchacho. Cuando éste llegó, le preguntó:
— ¿Adónde vas?
Pero, en lugar de la resuesta esperada, el otro dijo:
— Voy al mercado a comprar verduras.
Cuento de la tradición budista zen.
Cada maestro contaba con un muchacho como sirviente para hacer los recados. El maestro del primer templo le advirtió a su sirviente:
— Nunca hables con el otro muchacho. Esa gente es peligrosa.
Pero, un día, se encontraron ambos sirvientes en el camino y el muchacho del primer templo le preguntó al del otro:
— ¿Adónde vas?
El otro respondió:
— Donde el viento me lleve.
El primer muchacho se sintió sorprendido y algo humillado. “Debí haber obedecido a mi maestro”, pensó. Cuando se lo contó, éste le dijo:
— Te lo advertí, pero no me escuchaste. Ahora, presta atención. Mañana lo esperarás en el mismo sitio y le preguntarás: “¿Adónde vas?”. El te dirá: ”Adonde el viento me lleve”. Entonces, tú también te pondrás filosófico y le dirás: “¿Irás sin piernas entonces? Porque el alma es incorpórea y el viento no puede llevar el alma a ninguna parte”.
Dispuesto a obedecer, el joven se preparó toda la noche, repitiendo una y otra vez las palabras. A la mañana siguiente, se colocó en el lugar exacto y esperó al otro muchacho. Cuando éste llegó, le preguntó:
— ¿Adónde vas?
Pero, en lugar de la resuesta esperada, el otro dijo:
— Voy al mercado a comprar verduras.
Cuento de la tradición budista zen.
jueves, 13 de agosto de 2009
Incendio
La casa de Nasrudín estaba ardiendo y él subió al tejado para ponerse a salvo. Entonces, llegaron unos amigos y se reunieron en la calle, sosteniendo una manta mientras le gritaban:
— ¡Salta, mullah, salta!
— ¡Ni hablar! — repuso éste —. Os conozco demasiado y sé que, si salto, retiraréis la manta y me estrellaré.
— No seas estúpido, mullah. Esto no es ninguna broma. ¡Salta!
— ¡No! — repuso Nasrudín —. ¡No confío en ninguno de vosotros! Dejad la manta en el suelo y saltaré.
Cuento de la tradición sufí.
— ¡Salta, mullah, salta!
— ¡Ni hablar! — repuso éste —. Os conozco demasiado y sé que, si salto, retiraréis la manta y me estrellaré.
— No seas estúpido, mullah. Esto no es ninguna broma. ¡Salta!
— ¡No! — repuso Nasrudín —. ¡No confío en ninguno de vosotros! Dejad la manta en el suelo y saltaré.
Cuento de la tradición sufí.
miércoles, 12 de agosto de 2009
La piedra
Un peregrino se quedó a pasar la noche debajo de un árbol, en un bosque cercano al pueblo. De pronto, oyó que alguien le gritaba:
— ¡La piedra! ¡La piedra! Dame la piedra preciosa, peregrino.
El peregrino se levantó, se acercó al hombre y le dijo:
— ¿Qué piedra quieres, hermano?
— La noche pasada — le contó éste con voz agitada —, tuve un sueño en el que se me reveló que, si venía aquí esta noche, encontraría a un peregrino que me daría una piedra preciosa y me haría rico para siempre.
El peregrino hurgó en su bolsa y le dio la piedra diciendo:
— La encontré cerca del río. Puedes quedarte con ella.
El desconocido tomó la piedra y se marchó a su casa. Al llegar, abrió su mano, contempló el regalo y vio que era un enorme diamante. No pudo dormir durante toda la noche. Se levantó al alba, volvió al lugar donde había dejado a su benefactor y le dijo:
— Dame, por favor, la riqueza que te permite desprenderte con tanta facilidad de un diamante.
Cuento de la tradición hindú.
— ¡La piedra! ¡La piedra! Dame la piedra preciosa, peregrino.
El peregrino se levantó, se acercó al hombre y le dijo:
— ¿Qué piedra quieres, hermano?
— La noche pasada — le contó éste con voz agitada —, tuve un sueño en el que se me reveló que, si venía aquí esta noche, encontraría a un peregrino que me daría una piedra preciosa y me haría rico para siempre.
El peregrino hurgó en su bolsa y le dio la piedra diciendo:
— La encontré cerca del río. Puedes quedarte con ella.
El desconocido tomó la piedra y se marchó a su casa. Al llegar, abrió su mano, contempló el regalo y vio que era un enorme diamante. No pudo dormir durante toda la noche. Se levantó al alba, volvió al lugar donde había dejado a su benefactor y le dijo:
— Dame, por favor, la riqueza que te permite desprenderte con tanta facilidad de un diamante.
Cuento de la tradición hindú.
martes, 11 de agosto de 2009
El bote
Un hombre remaba en su bote, corriente arriba, durante una mañana muy brumosa. De pronto, vio que otro bote venía corriente abajo, sin intentar evitarlo. Avanzaba de forma tan directa hacia él que comenzó a gritar: “¡Cuidado! ¡Cuidado!”, pero aun así, el bote le dio de lleno, y casi lo hizo naufragar.
El hombre estaba muy enojado y empezó a insultar a la otra persona, para que se enterara de lo que pensaba de ella. En ese momento, pudo observar el bote más de cerca. Fue allí cuando se dio cuenta de que estaba vacío.
Cuento de la tradición budista zen.
El hombre estaba muy enojado y empezó a insultar a la otra persona, para que se enterara de lo que pensaba de ella. En ese momento, pudo observar el bote más de cerca. Fue allí cuando se dio cuenta de que estaba vacío.
Cuento de la tradición budista zen.
lunes, 10 de agosto de 2009
El huevo
Nasrudín paseaba con su hijo cuando vieron un huevo en el suelo. El niño le preguntó:
— Papá, ¿cómo entran los pájaros en el huevo?
El mullah, sofocado, respondió:
— ¡Me he estado preguntando toda la vida cómo salen los pájaros del huevo, y vienes tú ahora y me planteas un problema más!
Cuento de la tradición sufí.
— Papá, ¿cómo entran los pájaros en el huevo?
El mullah, sofocado, respondió:
— ¡Me he estado preguntando toda la vida cómo salen los pájaros del huevo, y vienes tú ahora y me planteas un problema más!
Cuento de la tradición sufí.
domingo, 9 de agosto de 2009
La alegría de los peces
Chuang Tzu y Houei Tzu conversaban mientras atravesaban un puente sobre el río Hao. Chuang Tzu dijo:
— Mira cómo las carpas nadan a su antojo. Esta es la alegría de los peces.
Houei Tzu le respondió:
— Si no eres un pez, ¿cómo sabes en qué consiste la alegría de los peces?
A lo que Chuang Tzu respondió:
— Si tú no eres yo, ¿cómo sabes que yo no sé en qué consiste la alegría de los peces?
Cuento de la tradición taoísta.
— Mira cómo las carpas nadan a su antojo. Esta es la alegría de los peces.
Houei Tzu le respondió:
— Si no eres un pez, ¿cómo sabes en qué consiste la alegría de los peces?
A lo que Chuang Tzu respondió:
— Si tú no eres yo, ¿cómo sabes que yo no sé en qué consiste la alegría de los peces?
Cuento de la tradición taoísta.
sábado, 8 de agosto de 2009
Consulta médica
Un hombre asustado entra en el consultorio de su médico y le dice:
— Doctor, si me toco el hombro, me duele; si me toco el pie, me duele; si me toco la cabeza, me duele. ¿Qué tengo?
Luego de una breve revisación, el medico le responde:
— Tiene el dedo roto.
Cuento de origen desconocido.
— Doctor, si me toco el hombro, me duele; si me toco el pie, me duele; si me toco la cabeza, me duele. ¿Qué tengo?
Luego de una breve revisación, el medico le responde:
— Tiene el dedo roto.
Cuento de origen desconocido.
viernes, 7 de agosto de 2009
La peor cosa
Rabí Sholomó preguntó:
— ¿Cuál es la peor cosa que la inclinación al mal puede lograr?
Y él mismo respondió:
— Hacer que el ser humano olvide que es hijo de un rey.
Cuento de la tradición jasídica.
— ¿Cuál es la peor cosa que la inclinación al mal puede lograr?
Y él mismo respondió:
— Hacer que el ser humano olvide que es hijo de un rey.
Cuento de la tradición jasídica.
jueves, 6 de agosto de 2009
La luna en un viejo balde
Una monja estudiaba el Zen, día tras día, desde hacía treinta y tres años. Había entrado en un monasterio como joven novicia a los diecisiete años. Tenía ahora cincuenta. Su vida de fertilidad había terminado pero no sentía amargura por ello. Se dedicaba a las ocupaciones cotidianas con paciencia y buen humor. Preparaba el arroz o la cebada, iba mañana y tarde a buscar agua al pozo que había a unos cien metros. A veces, la visitaba una nube de melancolía pero ella la apartaba. Meditaba con regularidad y estudiaba los escritos de los grandes maestros del pasado. Pero nunca había conocido la iluminación, que inunda bruscamente el alma asombrada con la gran risa del despertar.
Un anochecer, volvía del pozo cuando observó el reflejo de la luna en el agua del balde. Era un balde viejo, cuyo fondo había reparado ella con bambú trenzado. De repente, cedió la compostura y el agua escapó. Al instante, desapareció también la luna junto con el agua. En ese preciso momento, ella conoció la iluminación y fue libre.
Cuento de la tradición budista zen.
Un anochecer, volvía del pozo cuando observó el reflejo de la luna en el agua del balde. Era un balde viejo, cuyo fondo había reparado ella con bambú trenzado. De repente, cedió la compostura y el agua escapó. Al instante, desapareció también la luna junto con el agua. En ese preciso momento, ella conoció la iluminación y fue libre.
Cuento de la tradición budista zen.
miércoles, 5 de agosto de 2009
La herencia
Un hombre murió, dejando una gran fortuna repartida entre sus dos hijos. Pero ambos eran codiciosos y pensaron que el otro había sido favorecido con una parte mayor de la herencia.
Sin lograr un acuerdo, llevaron su disputa hasta el juez de la localidad. Este, después de tomar nota de sus respectivos argumentos, le preguntó al primero:
— ¿Eres capaz de jurar que tu hermano ha recibido en herencia una parte mayor que la tuya?
— Sí — contestó el aludido sin vacilar.
— Y tú — le preguntó el juez al segundo —, ¿eres capaz de jurar también que tu hermano ha recibido una parte mayor que la tuya?
— Sí — respondió el otro de forma igualmente categórica.
— Pues si ambos estáis convencidos de tal cosa, mi sentencia es que intercambiéis vuestras respectivas herencias. Que se ejecute inmediatamente lo dictado.
Cuento de la tradición sufí.
Sin lograr un acuerdo, llevaron su disputa hasta el juez de la localidad. Este, después de tomar nota de sus respectivos argumentos, le preguntó al primero:
— ¿Eres capaz de jurar que tu hermano ha recibido en herencia una parte mayor que la tuya?
— Sí — contestó el aludido sin vacilar.
— Y tú — le preguntó el juez al segundo —, ¿eres capaz de jurar también que tu hermano ha recibido una parte mayor que la tuya?
— Sí — respondió el otro de forma igualmente categórica.
— Pues si ambos estáis convencidos de tal cosa, mi sentencia es que intercambiéis vuestras respectivas herencias. Que se ejecute inmediatamente lo dictado.
Cuento de la tradición sufí.
martes, 4 de agosto de 2009
El agua del Ganges
— Maestro — dijo un discípulo —, tú enseñas que Dios está en el interior de cada uno de nosotros pero ¿cómo puede la divinidad, tan vasta como es, caber dentro de nosotros?
— Ve hasta Ganges y tráeme un litro de agua — le respondió el maestro.
Cuando el discípulo hubo traído el agua, el maestro exclamó aparentemente asombrado:
— ¡Pero si ésta no es el agua de Ganges!
— ¡Por supuesto que sí! ¡La he sacado yo mismo del río! — protestó el discípulo.
— Entonces, ¿dónde están las tortugas, los peces, las gentes que en él se bañan, las embarcaciones, los cadáveres que arrastra y los monjes que hacen sus abluciones en él? Yo no veo nada de todo esto en ella. ¡No puede tratarse del agua en cuestión! ¡Corre a arrojarla al Ganges!
Cuando el discípulo regresó, el maestro le dijo:
— Ahora tu litro de agua, mezclado con el agua del río, contiene tortugas, peces y todo cuanto le faltaba antes. Esa sí que es el agua del Ganges.
Cuento de la tradición hindú.
— Ve hasta Ganges y tráeme un litro de agua — le respondió el maestro.
Cuando el discípulo hubo traído el agua, el maestro exclamó aparentemente asombrado:
— ¡Pero si ésta no es el agua de Ganges!
— ¡Por supuesto que sí! ¡La he sacado yo mismo del río! — protestó el discípulo.
— Entonces, ¿dónde están las tortugas, los peces, las gentes que en él se bañan, las embarcaciones, los cadáveres que arrastra y los monjes que hacen sus abluciones en él? Yo no veo nada de todo esto en ella. ¡No puede tratarse del agua en cuestión! ¡Corre a arrojarla al Ganges!
Cuando el discípulo regresó, el maestro le dijo:
— Ahora tu litro de agua, mezclado con el agua del río, contiene tortugas, peces y todo cuanto le faltaba antes. Esa sí que es el agua del Ganges.
Cuento de la tradición hindú.
lunes, 3 de agosto de 2009
¿Adónde vamos?
Un maestro y su discípulo caminan. El discípulo pregunta:
— ¿Adónde vamos, maestro?
El maestro responde:
— Ya estamos.
Cuento de la tradición budista zen.
— ¿Adónde vamos, maestro?
El maestro responde:
— Ya estamos.
Cuento de la tradición budista zen.
domingo, 2 de agosto de 2009
Cuestión de gustos
Había una vez un misionero que ponía gran empeño en su trabajo e intentaba predicar los evangelios a un grupo de caníbales.
A los caníbales les molestó tanto su actitud insistente que decidieron comérselo para la cena. Se disponían a freír al misionero en una olla de aceite hirviente cuando éste rogó, asustado:
— Por favor, no me comáis.
— Lo que uno come — filosofó uno de los caníbales — es cuestión de gustos. A ti te encanta comer carne de vaca y nosotros preferimos la de misionero.
Cuento de Krishnamurti.
A los caníbales les molestó tanto su actitud insistente que decidieron comérselo para la cena. Se disponían a freír al misionero en una olla de aceite hirviente cuando éste rogó, asustado:
— Por favor, no me comáis.
— Lo que uno come — filosofó uno de los caníbales — es cuestión de gustos. A ti te encanta comer carne de vaca y nosotros preferimos la de misionero.
Cuento de Krishnamurti.
sábado, 1 de agosto de 2009
El dedo
Un hombre se encontró en su camino con un antiguo amigo. Este tenía un poder sobrenatural que le permitía hacer milagros.
Como el hombre se quejara de sus dificultades económicas, el amigo tocó con el dedo un ladrillo que, de inmediato, se convirtió en oro. Se lo ofreció al quejoso, pero éste se lamentó de que eso era muy poco.
El hacedor de milagros tocó un león de piedra que se convirtió en oro macizo y lo agregó al ladrillo. El amigo insistió en que ambos regalos eran poca cosa.
— ¿Qué más deseas, pues? — le preguntó sorprendido.
— ¡Quisiera tu dedo! — contestó el otro
Cuento de origen desconocido.
Como el hombre se quejara de sus dificultades económicas, el amigo tocó con el dedo un ladrillo que, de inmediato, se convirtió en oro. Se lo ofreció al quejoso, pero éste se lamentó de que eso era muy poco.
El hacedor de milagros tocó un león de piedra que se convirtió en oro macizo y lo agregó al ladrillo. El amigo insistió en que ambos regalos eran poca cosa.
— ¿Qué más deseas, pues? — le preguntó sorprendido.
— ¡Quisiera tu dedo! — contestó el otro
Cuento de origen desconocido.
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