Un hombre tuvo un sueño y, cuando despertó, visitó a un adivino para que éste lo descifrase. Pero el adivino le dijo:
— Ven a mí con los sueños que contemples en tus momentos despiertos y te explicaré sus significados. Pero los sueños de tu dormir no pertenecen ni a mi sabiduría ni a tu imaginación.
Cuento de Khalil Gibran.
viernes, 31 de julio de 2009
jueves, 30 de julio de 2009
La araña
Mientras meditaba en su habitación, un discípulo creyó ver a una araña descendiendo frente a él. Cada día, la criatura amenazadora volvía, más y más grande.
Tan asustado estaba el estudiante, que fue a ver a su maestro para contarle el problema. Le dijo que planeaba colocar un cuchillo en su regazo durante la meditación. Así, cuando apareciera la araña, la mataría.
El maestro le desaconsejó este plan. En su lugar, sugirió que llevara consigo un pedazo de tiza y que, cuando apareciera la araña, le marcara una X en el vientre.
El discípulo regresó a la meditación. Cuando apareció nuevamente la araña, se resistió al impulso de atacarla e hizo lo que el maestro le había dicho.
Más tarde, fue a contarle lo sucedido. El hombre sabio le pidió que se levantara la camisa y mirara su propio vientre. Ahí estaba dibujada la X de tiza.
Cuento de la tradición budista zen.
Tan asustado estaba el estudiante, que fue a ver a su maestro para contarle el problema. Le dijo que planeaba colocar un cuchillo en su regazo durante la meditación. Así, cuando apareciera la araña, la mataría.
El maestro le desaconsejó este plan. En su lugar, sugirió que llevara consigo un pedazo de tiza y que, cuando apareciera la araña, le marcara una X en el vientre.
El discípulo regresó a la meditación. Cuando apareció nuevamente la araña, se resistió al impulso de atacarla e hizo lo que el maestro le había dicho.
Más tarde, fue a contarle lo sucedido. El hombre sabio le pidió que se levantara la camisa y mirara su propio vientre. Ahí estaba dibujada la X de tiza.
Cuento de la tradición budista zen.
miércoles, 29 de julio de 2009
Nasrudín y la Peste
Iba la Peste camino a Bagdad cuando se encontró con Nasrudín.Este le preguntó:
— ¿Adónde vas?
La Peste le contestó:
— A Bagdad, a matar a diez mil personas.
Después de un tiempo, la Peste volvió a encontrarse con Nasrudín. Muy enojado, el mullah le dijo:
— Me mentiste. Dijiste que matarías a diez mil personas y mataste a cien mil.
Y la Peste le respondió:
— Yo no mentí, maté a diez mil. El resto se murió de miedo.
Cuento de la tradición sufí.
— ¿Adónde vas?
La Peste le contestó:
— A Bagdad, a matar a diez mil personas.
Después de un tiempo, la Peste volvió a encontrarse con Nasrudín. Muy enojado, el mullah le dijo:
— Me mentiste. Dijiste que matarías a diez mil personas y mataste a cien mil.
Y la Peste le respondió:
— Yo no mentí, maté a diez mil. El resto se murió de miedo.
Cuento de la tradición sufí.
martes, 28 de julio de 2009
Los dos eruditos
Vivían en la antigua ciudad de Aflcar dos eruditos que odiaban y despreciaban cada uno el saber del otro porque uno de ellos negaba que los dioses existieran, y el otro era creyente.
Un día, ambos se encontraron en el mercado y, en medio de sus partidarios, empezaron a discutir acerca de la existencia o de la no existencia de los dioses. Y se separaron tras horas de acalorada disputa.
Aquella noche, el incrédulo fue al templo, se postró ante el altar y pidió a los dioses que le perdonaran su antigua impiedad. A la misma hora, el otro erudito, el que había defendido la existencia de los dioses, quemó todos sus libros sagrados pues se había convertido en incrédulo.
Cuento de Gibran Khalil Gibran.
Un día, ambos se encontraron en el mercado y, en medio de sus partidarios, empezaron a discutir acerca de la existencia o de la no existencia de los dioses. Y se separaron tras horas de acalorada disputa.
Aquella noche, el incrédulo fue al templo, se postró ante el altar y pidió a los dioses que le perdonaran su antigua impiedad. A la misma hora, el otro erudito, el que había defendido la existencia de los dioses, quemó todos sus libros sagrados pues se había convertido en incrédulo.
Cuento de Gibran Khalil Gibran.
lunes, 27 de julio de 2009
Abstinencia
Dos monjes, que habían hecho votos de abstinencia sexual absoluta, de pensamiento, palabra y hecho, regresaban lentamente a su monasterio después de haber ido a un funeral. El monje más anciano iba delante del joven novicio que llevaba en una bolsa de cuero las monedas que les habían dado por oficiar la ceremonia. Al pasar delante del prostíbulo del pueblo, el joven novicio dijo entusiasmado:
— ¿Vamos a ver a la prostituta del pueblo y a gastarnos lo que hemos ganado?
Presa del asombro y el disgusto, el monje más anciano reprendió al joven novicio:
— ¡Avergüénzate! ¿Acaso no sabes que no deberías tener estos pensamientos? Además, no tenemos dinero suficiente para eso.
Cuento de Krishnamurti.
— ¿Vamos a ver a la prostituta del pueblo y a gastarnos lo que hemos ganado?
Presa del asombro y el disgusto, el monje más anciano reprendió al joven novicio:
— ¡Avergüénzate! ¿Acaso no sabes que no deberías tener estos pensamientos? Además, no tenemos dinero suficiente para eso.
Cuento de Krishnamurti.
domingo, 26 de julio de 2009
Celebración de la fantasía
Fue a la entrada del pueblo de Ollantaytambo, cerca del Cuzco. Yo me había despedido de un grupo de turistas y estaba solo, mirando de lejos las ruinas de piedra, cuando un niño del lugar, enclenque, haraposo, se acercó a pedirme que le regalara una lapicera. No podía darle la lapicera que tenía, por que la estaba usando en no sé qué aburridas anotaciones, pero le ofrecí dibujarle un cerdito en la mano.
Súbitamente, se corrió la voz. De buenas a primeras me encontré rodeado de un enjambre de niños que exigían, a grito pelado, que yo les dibujara bichos en sus manitas cuarteadas de mugre y frío, pieles de cuero quemado. Había quien quería un cóndor y quien una serpiente, otros preferían loritos o lechuzas y no faltaban los que pedían un fantasma o un dragón.
Y entonces, en medio de aquel alboroto, un desamparadito, que no alzaba más de un metro del suelo, me mostró un reloj dibujado con tinta negra en su muñeca:
— Me lo mandó un tío mío que vive en Lima — dijo
— ¿Y anda bien? — le pregunté
— Atrasa un poco — reconoció.
Cuento de Eduardo Galeano.
Súbitamente, se corrió la voz. De buenas a primeras me encontré rodeado de un enjambre de niños que exigían, a grito pelado, que yo les dibujara bichos en sus manitas cuarteadas de mugre y frío, pieles de cuero quemado. Había quien quería un cóndor y quien una serpiente, otros preferían loritos o lechuzas y no faltaban los que pedían un fantasma o un dragón.
Y entonces, en medio de aquel alboroto, un desamparadito, que no alzaba más de un metro del suelo, me mostró un reloj dibujado con tinta negra en su muñeca:
— Me lo mandó un tío mío que vive en Lima — dijo
— ¿Y anda bien? — le pregunté
— Atrasa un poco — reconoció.
Cuento de Eduardo Galeano.
sábado, 25 de julio de 2009
Intrepidez
— ¿Qué es el amor?
— La ausencia total de miedo — dijo el maestro.
— ¿Y qué es a lo que tenemos miedo?
— Al amor — respondió el maestro.
Cuento de origen desconocido.
— La ausencia total de miedo — dijo el maestro.
— ¿Y qué es a lo que tenemos miedo?
— Al amor — respondió el maestro.
Cuento de origen desconocido.
viernes, 24 de julio de 2009
La calabaza amarga
A un grupo de sus discípulos, que estaban tremendamente ilusionados con una peregrinación que iban a emprender, les dijo el Maestro:
— Llevad con vosotros esta calabaza amarga y aseguraos de que la bañáis en todos los ríos sagrados y la introducís en todos los santuarios por los que paséis.
Cuando regresaron los discípulos, la amarga calabaza fue cocinada y posteriormente servida como comida sacramental.
— Es extraño — dijo con toda intención el Maestro después de haberla probado —. El agua sagrada y los santuarios no han conseguido endulzarla.
Cuento de origen desconocido.
— Llevad con vosotros esta calabaza amarga y aseguraos de que la bañáis en todos los ríos sagrados y la introducís en todos los santuarios por los que paséis.
Cuando regresaron los discípulos, la amarga calabaza fue cocinada y posteriormente servida como comida sacramental.
— Es extraño — dijo con toda intención el Maestro después de haberla probado —. El agua sagrada y los santuarios no han conseguido endulzarla.
Cuento de origen desconocido.
jueves, 23 de julio de 2009
El santo Nasrudín
Nasrudín entró precipitadamente en el salón del trono y se arrojó a los pies del rey.
— ¡Majestad, Alá ha hecho de mí un santo y me ha dicho que ocupe mi lugar en la corte!
— ¿Estás loco?
— Debo estarlo. ¿Cómo, si no, habría aceptado ser un santo en tu corte?
Cuento de la tradición sufí.
— ¡Majestad, Alá ha hecho de mí un santo y me ha dicho que ocupe mi lugar en la corte!
— ¿Estás loco?
— Debo estarlo. ¿Cómo, si no, habría aceptado ser un santo en tu corte?
Cuento de la tradición sufí.
miércoles, 22 de julio de 2009
Negocios y corazón
Un gran gurú de la India estaba hablando para un grupo de ejecutivos. En un momento de su charla dijo:
—Así como el pez muere en la tierra seca, ustedes morirían si quedaran enredados en los asuntos del mundo. El pez debe volver al agua, allí es adonde pertenece. Ustedes deben volver a su propio corazón.
Entonces, los ejecutivos dijeron:
— ¿Quiere decir que debemos abandonar nuestros negocios y entrar a un monasterio?
— No, no — dijo el gurú —. No dije entrar a un monasterio. Dije: “Continúen con sus negocios y vuelvan a su corazón”.
Cuento de origen desconocido.
—Así como el pez muere en la tierra seca, ustedes morirían si quedaran enredados en los asuntos del mundo. El pez debe volver al agua, allí es adonde pertenece. Ustedes deben volver a su propio corazón.
Entonces, los ejecutivos dijeron:
— ¿Quiere decir que debemos abandonar nuestros negocios y entrar a un monasterio?
— No, no — dijo el gurú —. No dije entrar a un monasterio. Dije: “Continúen con sus negocios y vuelvan a su corazón”.
Cuento de origen desconocido.
martes, 21 de julio de 2009
Y tú, ¿qué dices de ti mismo?
El día en que Menájem Méndel de Vitebsk fue designado rabino de los jasidim de Minsk, se ubicó en el podio y leyó ante la congregación la carta de nombramiento, plena de elogios y alabanzas, que le habían enviado los dirigentes de la comunidad.
El sabio dijo:
— ¡Feliz de mí! Dentro de ciento veinte años, cuando llegue el momento de abandonar este mundo, me presentaré ante el tribunal celestial con esta carta de nombramiento y demostraré que soy estudioso y justo, modesto y piadoso. Si hicieran falta testigos, podré mencionar a los dirigentes de la comunidad que firman esta carta. Pero si me preguntaran: “¿Y tú, Méndel? ¿Qué dices tú de ti mismo?” Allí se me acabarán todos los argumentos.
Cuento de la tradición jasídica.
El sabio dijo:
— ¡Feliz de mí! Dentro de ciento veinte años, cuando llegue el momento de abandonar este mundo, me presentaré ante el tribunal celestial con esta carta de nombramiento y demostraré que soy estudioso y justo, modesto y piadoso. Si hicieran falta testigos, podré mencionar a los dirigentes de la comunidad que firman esta carta. Pero si me preguntaran: “¿Y tú, Méndel? ¿Qué dices tú de ti mismo?” Allí se me acabarán todos los argumentos.
Cuento de la tradición jasídica.
lunes, 20 de julio de 2009
Sendas diferentes
— Tú eres un gran místico — le dijo uno de sus discípulos a Nasrudín —, y sin duda sabrás por qué los hombres siguen sendas diferentes a lo largo de su vida, en vez de seguir todos una única senda.
— Sencillo — contestó el maestro —. Si todo el mundo siguiera la misma senda, todos acabaríamos en el mismo lugar. El mundo, perdido el equilibrio, se inclinaría y todos nos caeríamos al océano.
Cuento de la tradición sufí.
— Sencillo — contestó el maestro —. Si todo el mundo siguiera la misma senda, todos acabaríamos en el mismo lugar. El mundo, perdido el equilibrio, se inclinaría y todos nos caeríamos al océano.
Cuento de la tradición sufí.
domingo, 19 de julio de 2009
Karma
El arquero, haciendo un esfuerzo grandioso, tensó la cuerda del arco y lanzó su última flecha. La vio alejarse en el horizonte. Esperó, inmóvil, hasta que vino a clavársele en la espalda.
Cuento de Alejandro Jodorowsky.
Cuento de Alejandro Jodorowsky.
sábado, 18 de julio de 2009
La vasija rota
Un vendedor de agua tenía dos grandes ánforas que colgaban de los extremos de un palo que él llevaba encima de los hombros. Una de las vasijas tenía una grieta, mientras que la otra era perfecta, capaz de conservar toda el agua que en ella se vertía.
Cada día, el hombre recorría un largo camino y, al llegar a su destino, siempre observaba que la vasija rota sólo contenía la mitad del agua que él había echado. Desde luego, la vasija perfecta estaba muy orgullosa de sus logros. Pero la pobre vasija agrietada estaba muy avergonzada de su propia imperfección y se sentía miserable, porque sólo podía hacer la mitad de lo que hacía la otra. Después de dos años, la tinaja quebrada le habló al aguador diciéndole:
— Estoy muy avergonzada y me quiero disculpar contigo porque debido a mis grietas sólo puedes entregar la mitad de mi carga y sólo obtienes la mitad del valor que deberías recibir.
El aguador la miró sorprendido, y le dijo:
— Hoy, cuando regresemos a casa quiero que notes las bellísimas flores que crecen a lo largo del camino.
Así lo hizo la tinaja y, en efecto, vio muchas flores hermosas en todo el recorrido. El aguador continuó:
— ¿Te has dado cuenta de que las flores sólo crecen en tu lado del camino? Siempre he conocido tus grietas y, por ello, sembré semillas de flores a lo largo del camino y, de esta forma, todos los días han recibido el agua que necesitan. Si no fueras exactamente como eres, no hubiera sido posible crear esta belleza.
Cuento de origen desconocido.
Cada día, el hombre recorría un largo camino y, al llegar a su destino, siempre observaba que la vasija rota sólo contenía la mitad del agua que él había echado. Desde luego, la vasija perfecta estaba muy orgullosa de sus logros. Pero la pobre vasija agrietada estaba muy avergonzada de su propia imperfección y se sentía miserable, porque sólo podía hacer la mitad de lo que hacía la otra. Después de dos años, la tinaja quebrada le habló al aguador diciéndole:
— Estoy muy avergonzada y me quiero disculpar contigo porque debido a mis grietas sólo puedes entregar la mitad de mi carga y sólo obtienes la mitad del valor que deberías recibir.
El aguador la miró sorprendido, y le dijo:
— Hoy, cuando regresemos a casa quiero que notes las bellísimas flores que crecen a lo largo del camino.
Así lo hizo la tinaja y, en efecto, vio muchas flores hermosas en todo el recorrido. El aguador continuó:
— ¿Te has dado cuenta de que las flores sólo crecen en tu lado del camino? Siempre he conocido tus grietas y, por ello, sembré semillas de flores a lo largo del camino y, de esta forma, todos los días han recibido el agua que necesitan. Si no fueras exactamente como eres, no hubiera sido posible crear esta belleza.
Cuento de origen desconocido.
viernes, 17 de julio de 2009
Tiempo de morir
Ikkyu, el sabio zen, desde pequeño fue muy avispado. Su maestro poseía una preciosa taza de té, de rara antigüedad. Un día, a Ikkyu se le rompió accidentalmente. Oyendo los pasos del mentor que se acercaba, ocultó tras de sí los fragmentos. Cuando apareció, Ikkyu le preguntó:
— ¿Por qué hay que morir?
— Es lo natural — respondió el digno señor —. Todo debe morir y tiene un determinado tiempo de vida.
Entonces Ikkyu, mostrando el objeto despedazado, explicó:
— A tu taza le había llegado el tiempo de morir.
Cuento de la tradición budista zen.
— ¿Por qué hay que morir?
— Es lo natural — respondió el digno señor —. Todo debe morir y tiene un determinado tiempo de vida.
Entonces Ikkyu, mostrando el objeto despedazado, explicó:
— A tu taza le había llegado el tiempo de morir.
Cuento de la tradición budista zen.
jueves, 16 de julio de 2009
Charla matutina
Se cuenta la historia de un sabio religioso que todas las mañanas les hablaba a sus discípulos.
Cierta vez subió al estrado y, justamente cuando iba a comenzar a hablar, un pájaro se posó en la ventana y rompió a cantar con toda su alma. Después, se calló y remontó vuelo.
El instructor dijo entonces:
— Se ha terminado la charla de esta mañana.
Cuento de Krishnamurti.
Cierta vez subió al estrado y, justamente cuando iba a comenzar a hablar, un pájaro se posó en la ventana y rompió a cantar con toda su alma. Después, se calló y remontó vuelo.
El instructor dijo entonces:
— Se ha terminado la charla de esta mañana.
Cuento de Krishnamurti.
miércoles, 15 de julio de 2009
El pato y la gata
— ¿Cómo es que usted se inició en la vida espiritual? — le preguntó uno de los discípulos al maestro sufí Shams Tabrizi.
— Mi madre decía que yo no estaba lo suficientemente loco como para internarme en un hospicio, ni era lo suficientemente santo para entrar en un monasterio — respondió Tabrizi —. Entonces, decidí dedicarme al sufismo, donde aprendemos a través de la meditación libre.
— ¿Y cómo le explicó eso a su madre?
— Con la siguiente fábula: “Alguien le acercó un patito a una gata para que lo tomara a su cargo. Este seguía a su madre adoptiva por todas partes, hasta que un día, ambos llegaron frente a un lago. Inmediatamente el patito entró en el agua, mientras que la gata, desde la orilla, gritaba: ‘¡Sal de ahí! ¡Te vas a morir ahogado!’. Y el patito respondió: ‘No, madre, descubrí lo que es bueno para mí, y esto es que estoy en mi ambiente. Voy a continuar aquí, aunque tú no sepas lo que significa un lago’.
Cuento de la tradición sufí.
— Mi madre decía que yo no estaba lo suficientemente loco como para internarme en un hospicio, ni era lo suficientemente santo para entrar en un monasterio — respondió Tabrizi —. Entonces, decidí dedicarme al sufismo, donde aprendemos a través de la meditación libre.
— ¿Y cómo le explicó eso a su madre?
— Con la siguiente fábula: “Alguien le acercó un patito a una gata para que lo tomara a su cargo. Este seguía a su madre adoptiva por todas partes, hasta que un día, ambos llegaron frente a un lago. Inmediatamente el patito entró en el agua, mientras que la gata, desde la orilla, gritaba: ‘¡Sal de ahí! ¡Te vas a morir ahogado!’. Y el patito respondió: ‘No, madre, descubrí lo que es bueno para mí, y esto es que estoy en mi ambiente. Voy a continuar aquí, aunque tú no sepas lo que significa un lago’.
Cuento de la tradición sufí.
martes, 14 de julio de 2009
La felicidad
Desesperado, el discípulo le dijo al maestro:
— Necesito que alguien me ayude o voy a volverme loco. Vivo en una pequeña habitación con mi mujer, mis hijos y mis parientes, de manera que tenemos los nervios a punto de estallar y no dejamos de gritarnos y de increparnos los unos a los otros. Aquello es un verdadero infierno.
— ¿Me prometes que harás lo que yo te ordene? — le dijo el maestro con toda seriedad.
— ¡Te juro que lo haré!
— Perfectamente. ¿Cuantos animales tienes?
— Una vaca, una cabra, seis gallinas..... y alguno más.
— Mételos a todos en la habitación y vuelve dentro de una semana.
El discípulo se horrorizó, pero había prometido obedecer. De modo que lo hizo y regresó al cabo de una semana quejándose desconsoladamente:
— ¡Vengo hecho un manojo de nervios! ¡Qué suciedad, qué peste, qué ruido! ¡Estamos todos a punto de volvernos locos!
— Mete ahora el perro y el caballo y vuelve dentro de una semana.
Cuando el hombre regresó, ya no podía más. Su situación era insoportable.
— Ahora vuelve — dijo el maestro —, y saca a todos los animales afuera.
El hombre se marchó a su casa corriendo y regresó al día siguiente radiante de alegría:
— ¡Qué felicidad! Han salido todos los animales y aquello es ahora el paraíso. ¡Qué tranquilidad, qué limpieza, qué amplitud!
Cuento de la tradición taoísta.
— Necesito que alguien me ayude o voy a volverme loco. Vivo en una pequeña habitación con mi mujer, mis hijos y mis parientes, de manera que tenemos los nervios a punto de estallar y no dejamos de gritarnos y de increparnos los unos a los otros. Aquello es un verdadero infierno.
— ¿Me prometes que harás lo que yo te ordene? — le dijo el maestro con toda seriedad.
— ¡Te juro que lo haré!
— Perfectamente. ¿Cuantos animales tienes?
— Una vaca, una cabra, seis gallinas..... y alguno más.
— Mételos a todos en la habitación y vuelve dentro de una semana.
El discípulo se horrorizó, pero había prometido obedecer. De modo que lo hizo y regresó al cabo de una semana quejándose desconsoladamente:
— ¡Vengo hecho un manojo de nervios! ¡Qué suciedad, qué peste, qué ruido! ¡Estamos todos a punto de volvernos locos!
— Mete ahora el perro y el caballo y vuelve dentro de una semana.
Cuando el hombre regresó, ya no podía más. Su situación era insoportable.
— Ahora vuelve — dijo el maestro —, y saca a todos los animales afuera.
El hombre se marchó a su casa corriendo y regresó al día siguiente radiante de alegría:
— ¡Qué felicidad! Han salido todos los animales y aquello es ahora el paraíso. ¡Qué tranquilidad, qué limpieza, qué amplitud!
Cuento de la tradición taoísta.
lunes, 13 de julio de 2009
La posada
Nasrudín fue al palacio del rey y se presentó directamente ante el trono. Vestía de una forma tan poco convencional que nadie se atrevió a detenerlo. El rey le preguntó:
— ¿Qué buscas?
Nasrudín contestó:
— Busco un lugar para dormir en esta posada.
El rey, sorprendido, dijo:
— Esto no es ninguna posada, es mi palacio.
Nasrudín, entonces, preguntó:
— ¿De quién era el palacio antes de ser tuyo?
— De mi padre — dijo el rey.
— ¿Y antes de tu padre?
— De mi abuelo.
— ¿Y a este lugar, donde la gente viene y va, donde se quedan un tiempo y después desaparecen, lo llamas con otro nombre que no sea posada?
Cuento de la tradición sufí.
— ¿Qué buscas?
Nasrudín contestó:
— Busco un lugar para dormir en esta posada.
El rey, sorprendido, dijo:
— Esto no es ninguna posada, es mi palacio.
Nasrudín, entonces, preguntó:
— ¿De quién era el palacio antes de ser tuyo?
— De mi padre — dijo el rey.
— ¿Y antes de tu padre?
— De mi abuelo.
— ¿Y a este lugar, donde la gente viene y va, donde se quedan un tiempo y después desaparecen, lo llamas con otro nombre que no sea posada?
Cuento de la tradición sufí.
domingo, 12 de julio de 2009
El barco vacío
En un puerto del Mar de China había numerosos barcos a punto de embarcar, todos cargados hasta los topes de joyas, de sedas y de otras mercancías valiosas. Los mercaderes que los habían fletado se alegraban de llevarse todos estos tesoros a su país natal.
Poco antes de su partida, se les anunció que se preparaba una tempestad en alta mar y que sus barcos, cargados en exceso, no podrían resistirla. Pero los mercaderes, haciendo caso omiso de esta advertencia, decidieron partir sin más tardanza. Sólo uno de ellos descargó su barco y se hizo al mar vacío.
Más tarde, cuando se desencadenó la tempestad con una violencia extrema, los barcos demasiado cargados se hundieron. Únicamente el barco vacío permaneció a flote y pudo recuperar a todos los náufragos.
Cuento de la tradición budista.
Poco antes de su partida, se les anunció que se preparaba una tempestad en alta mar y que sus barcos, cargados en exceso, no podrían resistirla. Pero los mercaderes, haciendo caso omiso de esta advertencia, decidieron partir sin más tardanza. Sólo uno de ellos descargó su barco y se hizo al mar vacío.
Más tarde, cuando se desencadenó la tempestad con una violencia extrema, los barcos demasiado cargados se hundieron. Únicamente el barco vacío permaneció a flote y pudo recuperar a todos los náufragos.
Cuento de la tradición budista.
sábado, 11 de julio de 2009
Curación
A una persona muy afligida, que había acudido a él en busca de ayuda, le preguntó el Maestro:
— ¿Deseas realmente ser curado?
— ¿Me habría molestado en acudir a ti si no lo deseara?
— ¿Y por qué no? La mayoría de la gente lo hace.
— Entonces, ¿para qué vienen?
— No precisamente buscando la curación, que es dolorosa, sino buscando alivio.
Cuento de origen desconocido.
— ¿Deseas realmente ser curado?
— ¿Me habría molestado en acudir a ti si no lo deseara?
— ¿Y por qué no? La mayoría de la gente lo hace.
— Entonces, ¿para qué vienen?
— No precisamente buscando la curación, que es dolorosa, sino buscando alivio.
Cuento de origen desconocido.
viernes, 10 de julio de 2009
El cerrajero y la alfombra
Había una vez un cerrajero al que acusaron injustamente de un delito y lo condenaron a vivir en una prisión oscura y húmeda. Cuando llevaba allí algún tiempo, su mujer, que lo quería muchísimo, se presentó ante el rey y le suplicó que le permitiera por lo menos llevarle una alfombra a su marido para que pudiera cumplir con sus postraciones cada día. El rey consideró justa la petición y le concedió el permiso.
El prisionero agradeció la alfombra a su mujer y cada día hacía fielmente sus postraciones sobre ella. Pasado un tiempo el hombre escapó de la prisión. Cuando le preguntaban cómo lo había conseguido, él explicaba que después de años de hacer sus postraciones y de orar para salir de la prisión, comenzó a ver lo que tenía justo bajo las narices. Cierto día, observó que su mujer había tejido en la alfombra el dibujo de la cerradura que lo mantenía prisionero. Cuando se dio cuenta de eso y comprendió que ya tenía en su poder toda la información necesaria para escapar, comenzó a hacerse amigo de sus guardias. Y los convenció de que todos vivirían mucho mejor si lo ayudaban y escapaban juntos. Ellos estuvieron de acuerdo, puesto que aunque eran guardias comprendían que también estaban prisioneros. Deseaban escapar pero no tenían los medios para hacerlo.
Así pues, el cerrajero y sus guardias tramaron el siguiente plan: ellos le llevarían piezas de metal y él haría cosas útiles con ellas para venderlas en el mercado. Juntos amasarían recursos para la huída. Con el trozo de metal más fuerte que pudieran adquirir, el cerrajero haría una llave.
Una noche, cuando ya estaba todo preparado, el cerrajero y sus guardias abrieron la cerradura de la puerta de la prisión y salieron al frescor de la noche, donde estaba su amada esposa esperándolo. Dejó en la prisión la alfombra, para que cualquier otro prisionero capaz de interpretar el dibujo tejido en ella también pudiera escapar. Así se reunió con su mujer. Sus antiguos guardias se hicieron sus amigos y todos vivieron en armonía. El amor y la pericia prevalecieron.
Cuento de la tradición sufí.
El prisionero agradeció la alfombra a su mujer y cada día hacía fielmente sus postraciones sobre ella. Pasado un tiempo el hombre escapó de la prisión. Cuando le preguntaban cómo lo había conseguido, él explicaba que después de años de hacer sus postraciones y de orar para salir de la prisión, comenzó a ver lo que tenía justo bajo las narices. Cierto día, observó que su mujer había tejido en la alfombra el dibujo de la cerradura que lo mantenía prisionero. Cuando se dio cuenta de eso y comprendió que ya tenía en su poder toda la información necesaria para escapar, comenzó a hacerse amigo de sus guardias. Y los convenció de que todos vivirían mucho mejor si lo ayudaban y escapaban juntos. Ellos estuvieron de acuerdo, puesto que aunque eran guardias comprendían que también estaban prisioneros. Deseaban escapar pero no tenían los medios para hacerlo.
Así pues, el cerrajero y sus guardias tramaron el siguiente plan: ellos le llevarían piezas de metal y él haría cosas útiles con ellas para venderlas en el mercado. Juntos amasarían recursos para la huída. Con el trozo de metal más fuerte que pudieran adquirir, el cerrajero haría una llave.
Una noche, cuando ya estaba todo preparado, el cerrajero y sus guardias abrieron la cerradura de la puerta de la prisión y salieron al frescor de la noche, donde estaba su amada esposa esperándolo. Dejó en la prisión la alfombra, para que cualquier otro prisionero capaz de interpretar el dibujo tejido en ella también pudiera escapar. Así se reunió con su mujer. Sus antiguos guardias se hicieron sus amigos y todos vivieron en armonía. El amor y la pericia prevalecieron.
Cuento de la tradición sufí.
jueves, 9 de julio de 2009
Sexto sentido
El maestro Tajima paseaba por su jardín una hermosa tarde de primavera, completamente absorto en la contemplación de los cerezos al sol. A algunos pasos detrás de él, un joven servidor lo seguía, llevando su sable. De pronto, una idea atravesó el espíritu del joven: "A pesar de toda la habilidad de mi maestro en el manejo del sable, en este momento sería fácil atacarlo por detrás, ahora que parece tan fascinado con las flores del cerezo".
En ese preciso instante, Tajima se volvió y comenzó a buscar alrededor de sí, como si quisiera descubrir a alguien escondido. Inquieto, se puso a escudriñar todos los rincones del jardín. Al no encontrar a nadie, se retiró a su habitación muy preocupado. El servidor acabó por preguntarle si se encontraba bien y si deseaba algo. Tajima respondió:
— Estoy profundamente turbado por un incidente extraño que no puedo explicarme. Gracias a mi larga práctica de las artes marciales, puedo presentir cualquier pensamiento agresivo contra mí. Justamente cuando estaba en el jardín me ha sucedido esto. Pero aparte de ti no había nadie, ni siquiera un perro. Estoy descontento conmigo mismo, ya que no puedo justificar mi percepción.
El joven servidor, después de saber esto, se acercó al maestro y le confesó la idea que había tenido cuando se encontraba detrás de él. Humildemente le pidió perdón.
Tajima se sintió aliviado y satisfecho, y volvió al jardín.
Cuento de la tradición budista zen.
En ese preciso instante, Tajima se volvió y comenzó a buscar alrededor de sí, como si quisiera descubrir a alguien escondido. Inquieto, se puso a escudriñar todos los rincones del jardín. Al no encontrar a nadie, se retiró a su habitación muy preocupado. El servidor acabó por preguntarle si se encontraba bien y si deseaba algo. Tajima respondió:
— Estoy profundamente turbado por un incidente extraño que no puedo explicarme. Gracias a mi larga práctica de las artes marciales, puedo presentir cualquier pensamiento agresivo contra mí. Justamente cuando estaba en el jardín me ha sucedido esto. Pero aparte de ti no había nadie, ni siquiera un perro. Estoy descontento conmigo mismo, ya que no puedo justificar mi percepción.
El joven servidor, después de saber esto, se acercó al maestro y le confesó la idea que había tenido cuando se encontraba detrás de él. Humildemente le pidió perdón.
Tajima se sintió aliviado y satisfecho, y volvió al jardín.
Cuento de la tradición budista zen.
miércoles, 8 de julio de 2009
La mecha
Un hombre oyó una noche que alguien andaba por su casa. Se levantó e intentó sacar chispas del pedernal para encender su mechero. Pero el ladrón causante del ruido se colocó ante él y, cada vez que una chispa tocaba la mecha, la apagaba discretamente con el dedo. Y el hombre, creyendo que la mecha estaba mojada, no logró ver al ladrón.
También en tu corazón hay alguien que apaga el fuego, pero tú no lo ves.
Cuento de Rumi.
También en tu corazón hay alguien que apaga el fuego, pero tú no lo ves.
Cuento de Rumi.
martes, 7 de julio de 2009
La auténtica transmisión
El quinto patriarca zen, Hung Jun, eligió a Hui Neng de entre quinientos monjes como su sucesor. Cuando le preguntaron por qué había hecho semejante elección, Hung Jun dijo: “Los otros cuatrocientos noventa y nueve monjes han demostrado una perfecta comprensión del budismo. Hui Neng es el único que no ha comprendido nada en absoluto. Es el tipo de hombre que se sale de lo corriente. Por eso ha caído sobre él el manto de la auténtica transmisión”.
Cuento de la tradición budista zen.
Cuento de la tradición budista zen.
lunes, 6 de julio de 2009
El alfarero y el lavandero
Había una vez, en un lejano pueblo de la India, un alfarero que tenía como vecino a un lavandero. Este último era muy buen trabajador, siempre estaba alegre y tenía una clientela numerosa que pagaba generosamente su tarea de blanquear las telas con que los habitantes confeccionaban sus vestidos.
El alfarero, menos favorecido por la fortuna, envidiaba a su vecino en lo más profundo de su corazón, como si su prosperidad, adquirida tras largos años de trabajo, pudiera perjudicarlo. Hasta tal punto llegó su envidia, que evitaba saludarlo cada vez que lo encontraba por la calle y no perdía oportunidad de hablar mal de él, los domingos, en el mercado del pueblo.
Mientras tanto, el lavandero seguía trabajando activamente y era amable con todos, sin hacer caso del mal humor y de las críticas del alfarero. Finalmente, llegó un día en que el envidioso no pudo más y decidió jugarle una mala pasada. Se presentó ante el rey, que era un buen hombre, aunque poco inteligente y le dijo:
— El elefante de Vuestra Majestad es negro, pero yo sé que el lavandero, mi vecino, conoce un procedimiento exclusivo para blanquearlo. Si le ordenáis que lo haga, os convertiréis en el glorioso dueño de un elefante blanco.
Cuando el rey escuchó las palabras del alfarero, primero se sorprendió y luego estuvo a punto de echarse a reír, pero como desde hacía tiempo deseaba ardientemente tener un elefante blanco, se dijo que tal vez su súbdito tuviera razón. Y, sin pensarlo más, mandó llamar al lavandero y, ante la hilaridad de sus cortesanos, le dio la orden de blanquear su elefante.
Al oír tal orden, el lavandero pensó que se trataba de una broma, pero viendo el gesto grave del rey y recordando que era tan poco inteligente, se mantuvo serio. Inmediatamente adivinó de dónde venía el golpe y se limitó a responder:
— Señor, haré todo lo posible por ejecutar la orden de Vuestra Majestad. Pero, Vuestra Majestad no ignora que, en nuestra profesión, antes de lavar ponemos las prendas en remojo en un cacharro con agua y jabón y sólo después de tenerlas allí durante un tiempo, procedemos al lavado. Eso es lo que debo hacer con vuestro elefante, pero lo malo es que no tengo ningún cacharro lo suficientemente grande para él.
Entonces, el rey hizo llamar nuevamente al alfarero y le dijo:
— Voy a seguir tu consejo y a dar mi elefante a lavar, pero el lavandero necesita una gran tinaja para ponerlo en remojo. Te mando, pues, que hagas una lo suficientemente grande para ello.
Por un momento, el alfarero estuvo tentado de afrontar la cólera del rey contándole su engaño, pero la envidia pudo más y decidió emprender la tarea de construir el inmenso cacharro. Para ello, llamó en su ayuda a parientes y amigos, y juntó en su jardín una montaña de arcilla con la que fabricaron una tinaja capaz de contener a un elefante. Después, la llevaron ante el rey, quien la puso a disposición del lavandero.
Una vez llena de agua y jabón, los guardianes intentaron introducir al animal en la tinaja. Pero apenas el elefante puso una pata en ella, la arcilla se quebró en mil pedazos. Cuando el rey tuvo conocimiento del incidente, ordenó al alfarero que hiciera un segundo recipiente, que también se rompió; igual pasó con el tercero, con el cuarto y con muchos más.
Así, el alfarero debió dedicarse por completo a ese trabajo imposible y descuidó sus otros asuntos, con lo que terminó por arruinarse por completo. Y se hubiera muerto de hambre si el lavandero, que era un buen hombre, no hubiera sido el primero en tenderle una mano de reconciliación.
Cuento popular hindú.
El alfarero, menos favorecido por la fortuna, envidiaba a su vecino en lo más profundo de su corazón, como si su prosperidad, adquirida tras largos años de trabajo, pudiera perjudicarlo. Hasta tal punto llegó su envidia, que evitaba saludarlo cada vez que lo encontraba por la calle y no perdía oportunidad de hablar mal de él, los domingos, en el mercado del pueblo.
Mientras tanto, el lavandero seguía trabajando activamente y era amable con todos, sin hacer caso del mal humor y de las críticas del alfarero. Finalmente, llegó un día en que el envidioso no pudo más y decidió jugarle una mala pasada. Se presentó ante el rey, que era un buen hombre, aunque poco inteligente y le dijo:
— El elefante de Vuestra Majestad es negro, pero yo sé que el lavandero, mi vecino, conoce un procedimiento exclusivo para blanquearlo. Si le ordenáis que lo haga, os convertiréis en el glorioso dueño de un elefante blanco.
Cuando el rey escuchó las palabras del alfarero, primero se sorprendió y luego estuvo a punto de echarse a reír, pero como desde hacía tiempo deseaba ardientemente tener un elefante blanco, se dijo que tal vez su súbdito tuviera razón. Y, sin pensarlo más, mandó llamar al lavandero y, ante la hilaridad de sus cortesanos, le dio la orden de blanquear su elefante.
Al oír tal orden, el lavandero pensó que se trataba de una broma, pero viendo el gesto grave del rey y recordando que era tan poco inteligente, se mantuvo serio. Inmediatamente adivinó de dónde venía el golpe y se limitó a responder:
— Señor, haré todo lo posible por ejecutar la orden de Vuestra Majestad. Pero, Vuestra Majestad no ignora que, en nuestra profesión, antes de lavar ponemos las prendas en remojo en un cacharro con agua y jabón y sólo después de tenerlas allí durante un tiempo, procedemos al lavado. Eso es lo que debo hacer con vuestro elefante, pero lo malo es que no tengo ningún cacharro lo suficientemente grande para él.
Entonces, el rey hizo llamar nuevamente al alfarero y le dijo:
— Voy a seguir tu consejo y a dar mi elefante a lavar, pero el lavandero necesita una gran tinaja para ponerlo en remojo. Te mando, pues, que hagas una lo suficientemente grande para ello.
Por un momento, el alfarero estuvo tentado de afrontar la cólera del rey contándole su engaño, pero la envidia pudo más y decidió emprender la tarea de construir el inmenso cacharro. Para ello, llamó en su ayuda a parientes y amigos, y juntó en su jardín una montaña de arcilla con la que fabricaron una tinaja capaz de contener a un elefante. Después, la llevaron ante el rey, quien la puso a disposición del lavandero.
Una vez llena de agua y jabón, los guardianes intentaron introducir al animal en la tinaja. Pero apenas el elefante puso una pata en ella, la arcilla se quebró en mil pedazos. Cuando el rey tuvo conocimiento del incidente, ordenó al alfarero que hiciera un segundo recipiente, que también se rompió; igual pasó con el tercero, con el cuarto y con muchos más.
Así, el alfarero debió dedicarse por completo a ese trabajo imposible y descuidó sus otros asuntos, con lo que terminó por arruinarse por completo. Y se hubiera muerto de hambre si el lavandero, que era un buen hombre, no hubiera sido el primero en tenderle una mano de reconciliación.
Cuento popular hindú.
domingo, 5 de julio de 2009
La oración del ateo
Un ateo caminaba por el bosque y, sonriendo ante la belleza que había a su alrededor, pensó:
— ¡Qué milagros de la naturaleza han creado los poderes de la evolución!
En ese momento, vio que un enorme oso pardo venía hacia él. Empezó a correr rápido como el rayo pero, cuando miró hacia atrás, comprobó que el oso lo estaba alcanzando. Entonces, tropezó y cayó al suelo.
Mientras trataba de incorporarse, el animal saltó sobre su pecho y levantó una pata para destrozarlo. El ateo gritó:
— !!!Ay, Dios mío!!!
El tiempo se detuvo. El oso se congeló. El bosque quedó en silencio. Brilló una luz blanca y una voz resonó desde el cielo:
— Has negado mi existencia durante todos estos años, has enseñado que no existo y apoyas la idea de que todo fue creado por un accidente cósmico. ¿Esperas que te ayude en esta situación? ¿Te has convertido de pronto en un cristiano?
El ateo miró hacia la luz y dijo:
— Sería hipócrita de mi parte decirte que acabo de convertirme en un cristiano... ¡Pero quizás podrías convertir al oso al cristianismo!
Cuento de origen desconocido.
— ¡Qué milagros de la naturaleza han creado los poderes de la evolución!
En ese momento, vio que un enorme oso pardo venía hacia él. Empezó a correr rápido como el rayo pero, cuando miró hacia atrás, comprobó que el oso lo estaba alcanzando. Entonces, tropezó y cayó al suelo.
Mientras trataba de incorporarse, el animal saltó sobre su pecho y levantó una pata para destrozarlo. El ateo gritó:
— !!!Ay, Dios mío!!!
El tiempo se detuvo. El oso se congeló. El bosque quedó en silencio. Brilló una luz blanca y una voz resonó desde el cielo:
— Has negado mi existencia durante todos estos años, has enseñado que no existo y apoyas la idea de que todo fue creado por un accidente cósmico. ¿Esperas que te ayude en esta situación? ¿Te has convertido de pronto en un cristiano?
El ateo miró hacia la luz y dijo:
— Sería hipócrita de mi parte decirte que acabo de convertirme en un cristiano... ¡Pero quizás podrías convertir al oso al cristianismo!
Cuento de origen desconocido.
sábado, 4 de julio de 2009
Ella no sabe quién soy
Un hombre de cierta edad vino a la clínica donde trabajo para hacerse curar una herida en la mano. Tenía bastante prisa y, mientras lo curaba, le pregunté qué era eso tan urgente que tenía que hacer.
Me dijo que tenía que ir a una residencia de ancianos para desayunar con su mujer, que vivía allí. Me contó que llevaba algún tiempo en ese lugar y que tenía un Alzheimer muy avanzado.
Mientras acababa de vendar la herida, le pregunté si ella se alarmaría en caso de que él llegara tarde esa mañana.
— No — me dijo —. Ella ya no sabe quién soy. Hace ya casi cinco años que no me reconoce.
Entonces, le pregunté extrañado:
— Y si ya no sabe quién es usted, ¿por qué esa necesidad de estar con ella todas las mañanas?
Me sonrió y, dándome una palmadita en la mano, me dijo
— Ella no sabe quién soy yo, pero yo todavía sé muy bien quién es ella.
Cuento de origen desconocido.
Me dijo que tenía que ir a una residencia de ancianos para desayunar con su mujer, que vivía allí. Me contó que llevaba algún tiempo en ese lugar y que tenía un Alzheimer muy avanzado.
Mientras acababa de vendar la herida, le pregunté si ella se alarmaría en caso de que él llegara tarde esa mañana.
— No — me dijo —. Ella ya no sabe quién soy. Hace ya casi cinco años que no me reconoce.
Entonces, le pregunté extrañado:
— Y si ya no sabe quién es usted, ¿por qué esa necesidad de estar con ella todas las mañanas?
Me sonrió y, dándome una palmadita en la mano, me dijo
— Ella no sabe quién soy yo, pero yo todavía sé muy bien quién es ella.
Cuento de origen desconocido.
viernes, 3 de julio de 2009
La tela de araña
Cierta vez, un hombre fue perseguido por varios malhechores que querían matarlo. El fugitivo ingresó a una cueva. Los hombres empezaron a buscarlo por las cuevas anteriores a la suya. Desesperado, elevó una plegaria a Dios:
— Dios todopoderoso, haz que dos ángeles bajen y tapen la entrada, para que no entren a matarme.
En ese momento, escuchó que los hombres se acercaban y vio que aparecía en su cueva una pequeña araña. La arañita empezó a tejer una tela en la entrada.
— Señor, te pedí ángeles, no una araña — Cerró los ojos y continuó su plegaria —. Por favor, con tu mano poderosa coloca un muro fuerte para que los hombres no puedan entrar.
Abrió los ojos, esperando ver el muro que había pedido. En cambio, vio a la a la arañita, que continuaba con su tela.
Los malhechores ya ingresaban en la cueva anterior a la del fugitivo y éste se dispuso a esperar su muerte.
Cuando los hombres llegaron ante su cueva, la arañita había tapado toda la entrada. Entonces, el fugitivo escuchó este diálogo:
— Vamos, Entremos a esta cueva.
— No. ¿No ves que hasta hay telarañas? Nadie ha entrado aquí en mucho tiempo. Sigamos buscando.
Cuento de origen desconocido.
— Dios todopoderoso, haz que dos ángeles bajen y tapen la entrada, para que no entren a matarme.
En ese momento, escuchó que los hombres se acercaban y vio que aparecía en su cueva una pequeña araña. La arañita empezó a tejer una tela en la entrada.
— Señor, te pedí ángeles, no una araña — Cerró los ojos y continuó su plegaria —. Por favor, con tu mano poderosa coloca un muro fuerte para que los hombres no puedan entrar.
Abrió los ojos, esperando ver el muro que había pedido. En cambio, vio a la a la arañita, que continuaba con su tela.
Los malhechores ya ingresaban en la cueva anterior a la del fugitivo y éste se dispuso a esperar su muerte.
Cuando los hombres llegaron ante su cueva, la arañita había tapado toda la entrada. Entonces, el fugitivo escuchó este diálogo:
— Vamos, Entremos a esta cueva.
— No. ¿No ves que hasta hay telarañas? Nadie ha entrado aquí en mucho tiempo. Sigamos buscando.
Cuento de origen desconocido.
jueves, 2 de julio de 2009
La niña y el acróbata
Era una niña de ojos grandes como lunas, con la sonrisa suave del amanecer. Huérfana siempre desde que ella recordara, se había asociado a un acróbata con el que recorría, de aquí para allá, los pueblos hospitalarios de la India.
Ambos se habían especializado en un número circense que consistía en que la niña trepaba por un largo palo que el hombre sostenía sobre sus hombros. La prueba no estaba ni mucho menos exenta de riesgos. Por eso, el hombre le indicó a la niña:
— Amiguita, para evitar que pueda ocurrirnos un accidente, lo mejor será que, mientras hacemos nuestro número, yo me ocupe de lo que tú estás haciendo y tú de lo que estoy haciendo yo. De ese modo no correremos peligro, pequeña.
Pero la niña, clavando sus ojos enormes y expresivos en los de su compañero, replicó:
— No, Babu, eso no es lo acertado. Yo me ocuparé de mí y tú te ocuparás de ti, y así, estando cada uno muy pendiente de lo que uno mismo hace, evitaremos cualquier accidente.
Cuento tomado de “101 cuentos clásicos de la India”, de Ramiro Calle.
Ambos se habían especializado en un número circense que consistía en que la niña trepaba por un largo palo que el hombre sostenía sobre sus hombros. La prueba no estaba ni mucho menos exenta de riesgos. Por eso, el hombre le indicó a la niña:
— Amiguita, para evitar que pueda ocurrirnos un accidente, lo mejor será que, mientras hacemos nuestro número, yo me ocupe de lo que tú estás haciendo y tú de lo que estoy haciendo yo. De ese modo no correremos peligro, pequeña.
Pero la niña, clavando sus ojos enormes y expresivos en los de su compañero, replicó:
— No, Babu, eso no es lo acertado. Yo me ocuparé de mí y tú te ocuparás de ti, y así, estando cada uno muy pendiente de lo que uno mismo hace, evitaremos cualquier accidente.
Cuento tomado de “101 cuentos clásicos de la India”, de Ramiro Calle.
miércoles, 1 de julio de 2009
Las cosas no siempre son lo que parecen
Dos ángeles viajeros se detuvieron para pasar la noche en la casa de una familia adinerada. La familia era poco hospitalaria y alojó a los ángeles en un rincón del frío sótano.
Mientras estaban armando sus camas en el suelo, el ángel más viejo vio un agujero en la pared y lo reparó.
La noche siguiente, el par de ángeles fue a descansar en la casa de un pobre granjero muy hospitalario y su esposa. Después de compartir la humilde comida, la pareja de granjeros les cedió su cuarto a los ángeles para que pudieran descansar bien.
Cuando el sol se levantó a la mañana siguiente, los ángeles encontraron al granjero y su esposa llorando. Su única vaca, cuya leche había sido su sólo ingreso, yacía en el campo. El ángel más joven se asombró y le preguntó al más viejo cómo había permitido que eso ocurriera.
— El primer hombre tenía todo, y además tú lo ayudaste... La segunda familia tenía muy poco y estaba dispuesta a compartir todo... ¡Y tú permitiste que la vaca se les muriese...!
— Cuando nos quedamos en el sótano de la mansión — contestó el más viejo —, vi, por el agujero de la pared, que había muchas bolsas de oro en la habitación vecina. Como el dueño se obsesionó con su avaricia y no era capaz de compartir su fortuna, yo le sellé la pared para que nunca más las vuelvan a encontrar. Y anoche, cuando nos fuimos a dormir a la cama de los granjeros, vino el ángel de la muerte para llevarse a su esposa. Yo le di en cambio la vaca. Las cosas no siempre son lo que parecen.
Cuento de origen desconocido.
Mientras estaban armando sus camas en el suelo, el ángel más viejo vio un agujero en la pared y lo reparó.
La noche siguiente, el par de ángeles fue a descansar en la casa de un pobre granjero muy hospitalario y su esposa. Después de compartir la humilde comida, la pareja de granjeros les cedió su cuarto a los ángeles para que pudieran descansar bien.
Cuando el sol se levantó a la mañana siguiente, los ángeles encontraron al granjero y su esposa llorando. Su única vaca, cuya leche había sido su sólo ingreso, yacía en el campo. El ángel más joven se asombró y le preguntó al más viejo cómo había permitido que eso ocurriera.
— El primer hombre tenía todo, y además tú lo ayudaste... La segunda familia tenía muy poco y estaba dispuesta a compartir todo... ¡Y tú permitiste que la vaca se les muriese...!
— Cuando nos quedamos en el sótano de la mansión — contestó el más viejo —, vi, por el agujero de la pared, que había muchas bolsas de oro en la habitación vecina. Como el dueño se obsesionó con su avaricia y no era capaz de compartir su fortuna, yo le sellé la pared para que nunca más las vuelvan a encontrar. Y anoche, cuando nos fuimos a dormir a la cama de los granjeros, vino el ángel de la muerte para llevarse a su esposa. Yo le di en cambio la vaca. Las cosas no siempre son lo que parecen.
Cuento de origen desconocido.
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