Un hombre decidió suministrar dosis masivas de aceite de hígado de bacalao a su perro dóberman, porque le habían dicho que era muy bueno para su salud. De modo que cada día sujetaba entre sus rodillas la cabeza del animal, que se resistía con todas sus fuerzas, lo obligaba a abrir la boca y le vertía el aceite por el gaznate.
Pero, un día, el perro logró soltarse y el aceite cayó al suelo. Entonces, para asombro de su dueño, el perro volvió dócilmente a él en clara actitud de querer lamer la cuchara. Fue entonces cuando el hombre descubrió que lo que el perro rechazaba no era el aceite, sino el modo de administrárselo.
Cuento de origen desconocido
domingo, 11 de enero de 2009
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1 comentario:
Me pasa con mis cuatro niños.
Me has hecho reflexionar sobre algunos métodos.
Un beso.
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