Un día, el emperador Tamerlán recibió como regalo un asno de gran valor y lo presentó a los cortesanos, los cuales no pararon de elogiarlo.
Luego, Tamerlán se dirigió a Nasrudín y le preguntó:
— ¿Cuál es tu opinión sobre este asno?
— Por mi parte, creo que en este asno se pueden observar grandes aptitudes. Si usted me lo permite, yo podría enseñarle a leer en el espacio de algunos meses.
— Si logras hacerlo, te recompensaré muy bien — dijo Tamerlán.
Luego de algunos meses, Nasrudín se presentó con el asno en la corte y, sin decir palabra, sacó un gran libro y lo puso delante del animal. Este, inmediatamente, se puso a dar vuelta las páginas del libro con su lengua y a rebuznar cada vez que una página pasaba.
Tamerlán, sorprendido, le preguntó cómo había llegado a este resultado. Nasrudín explicó:
— El primer día que llevé el asno a mi casa, no le di nada de comer. Al día siguiente puse este libro delante de él con granos de maíz entre sus hojas, y el asno, hambriento, olfateó el grano y comenzó a dar vuelta las páginas del libro. Cuando no encontraba grano me miraba a la cara y rebuznaba. Y así yo lo acostumbré a alimentarse.
Uno de los cortesanos dijo, tratando de menospreciar el hecho:
— El asno, lo único que ha hecho es dar vuelta las páginas y rebuznar, pero no ha leído nada.
Entonces, Nasrudín, dirigiéndose a la corte, dijo:
— Un asno no puede aprender a leer más que eso. Quien pretenda enseñarle más, es realmente un asno.
Cuento de la tradición sufí
jueves, 1 de enero de 2009
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