martes, 31 de marzo de 2009

Visión doble

Un padre le dijo a su hijo, que sufría de visión doble:
— Hijo, tú ves dos en lugar de uno.
—Pero, ¿cómo puede ser? — respondió el muchacho —. Si así fuera, entonces vería cuatro lunas en lugar de dos.

Cuento de origen desconocido

lunes, 30 de marzo de 2009

El árbol inútil

Mientras Lao Tzu viajaba con sus discípulos, llegaron a un bosque donde varios leñadores talaban árboles. El bosque se había reducido apenas a un gran árbol con centenares de ramas.Era tan grande que cien personas podían sentarse cómodamente bajo su sombra.

Lao Tzu les dijo a sus discípulos que preguntaran por qué ese árbol no había sido talado. Uno de los leñadores contestó: "Es inútil. No se puede hacer nada con él porque las ramas tienen demasiados nudos. Tampoco se puede usar como combustible porque el humo es peligroso para los ojos. Este árbol no sirve para nada, por eso no lo hemos cortado”.

Cuando los discípulos le contaron la respuesta del leñador, Lao Tzu se rió y dijo: "Sean como este árbol. Si son útiles, los cortarán y servirán como muebles en la casa de alguien. Si son hermosos. los venderán en el mercado. Sean como este árbol, absolutamente inútiles, y entonces crecerán grandes y con muchas ramas, y cientos de personas se refugiarán bajo su sombra”.

Cuento de la tradición taoísta

sábado, 28 de marzo de 2009

La serenidad del Maestro

El pueblo se vio sacudido por un terremoto, y al Maestro le complació comprobar la impresión que produjo en sus discípulos la falta de miedo que él había demostrado.

Cuando, unos días más tarde, le preguntaron qué significaba vencer el miedo, él les hizo recordar su propio ejemplo: “¿No visteis cómo, cuando todos corrían aterrorizados de un lado para otro, yo seguí tranquilamente sentado bebiendo agua? ¿Y acaso alguno de vosotros vio que mi mano temblara mientras sostenía el vaso?”.

“No”, dijo un discípulo, “Pero no era agua lo que bebíais, señor, sino salsa de soja”.

Cuento de origen desconocido

viernes, 27 de marzo de 2009

El lobo y el perro

Un lobo flaco y hambriento, encontró por casualidad a un perro bien nutrido. Luego de detenerse para cambiar el saludo, preguntó el lobo:
— ¿De dónde vienes que estás tan lúcido? ¿Qué comes para estar de tan buen ánimo? Yo, que soy más fuerte, me muero de hambre.
— Igual fortuna tendrías que yo — respondió el perro —, si quisieras prestar a mi amo los mismos servicios que yo le presto.
— ¿Qué servicios son estos? — preguntó el lobo.
— Guardar su puerta y defender de noche su casa contra los ladrones.
— ¡Bien! Estoy dispuesto; ahora sufro las lluvias y las nieves en los bosques arrastrando una vida miserable. Cuánto más fácil me sería vivir bajo techo y saciarme tranquilo con abundante comida!
— Pues bien — dijo el perro —, ven conmigo.

Mientras caminaban, vio el lobo el cuello pelado del perro por causa de la cadena.
— Dime, amigo — le dijo —. ¿De dónde viene eso?
— No es nada.
— Dímelo, sin embargo, te lo suplico.
— Como les parezco demasiado inquieto — repuso el perro —, me atan de día para que duerma cuando hay luz y vigile cuando llega la noche. Al caer el crepúsculo ando errante por donde me parece. Me traen el pan sin que yo lo pida; el amo me da los huesos de su propia mesa; los criados me dan los restos y las salsas que ya nadie quiere. De modo que, sin trabajo, se llena mi barriga.
— Pero si deseas salir y marcharte donde quieras, ¿te lo permiten?
— No, eso no — dijo el perro.
— Pues entonces — contestó el lobo — goza tú de esos bienes porque yo no quisiera ser rey a condición de no ser libre.

Fábula de Fedro

jueves, 26 de marzo de 2009

El caballo

Un califa de Bagdad llamado Al-Mamun poseía un hermoso caballo árabe con el que estaba encaprichado el jefe de una tribu, llamado Omah. Este jefe le ofreció al califa un gran número de camellos a cambio pero Al-Mamun no quería desprenderse del animal. Esto encolerizó a Omah de tal manera que decidió conseguir el caballo por medio de una trampa.

Sabiendo que Al-Mamun solía cabalgar por cierto camino, Omah se tendió a su costado, disfrazado de mendigo y simulando estar muy enfermo. Como el califa era un hombre de buenos sentimientos, al ver al mendigo sintió lástima de él, desmontó y se ofreció a llevarlo a un hospital. — Por desgracia — se lamentó el mendigo —, llevo tres días sin comer y no tengo fuerzas para levantarme.

Entonces, Al-Mamun lo alzó del suelo con mucho cuidado y lo subió a su caballo, con la idea de montar él a continuación. Pero en cuanto el falso mendigo se vio sobre la silla, salió huyendo al galope mientras Al-Mamun corría tras él y le gritaba que se detuviera. Una vez que Omah se distanció lo suficiente de su perseguidor, se detuvo y comenzó a hacer caracolear al animal.
— ¡Está bien, me has robado el caballo! — gritó Al-Mamun — ¡Ahora sólo tengo una cosa que pedirte!
— ¿De qué se trata? — preguntó Omah también a los gritos.
— ¡Que no le cuentes a nadie cómo conseguiste el caballo!
— ¿Y por qué no he de hacerlo?
— ¡Porque quizás un día haya un hombre realmente enfermo tendido junto al camino y, si la gente se ha enterado de tu engaño, tal vez pase de largo y no le preste ayuda!

Cuento popular árabe

miércoles, 25 de marzo de 2009

Veneración

A un discípulo que se mostraba excesivamente respetuoso, le dijo el Maestro: “Si la luz se refleja en la pared, ¿por qué veneras la pared? Intenta prestar atención a la luz”.

Cuento tomado de “¿Quién puede hacer que amanezca?”, de Anthony de Mello.

martes, 24 de marzo de 2009

Las babuchas y el manto

Una noche, Nasrudín estaba dando un paseo cuando tropezó con un hombre bebido, tumbado en la hierba. Al ponerlo boca arriba, reconoció al borracho, que no era otro que el juez, hombre famoso por pronunciar duras sentencias por las faltas morales. Al ver que estaba inconsciente, Nasrudín le quitó sus elegantes babuchas y el manto, y siguió su camino.

Fue sólo cuando el juez volvió a su casa, dando traspiés, al día siguiente, cuando se dio cuenta de que le habían robado. Lívido, dijo a la policía que buscaran en cada casa hasta que encontraran al culpable.

No pasó mucho tiempo antes de que Nasrudín fuera llevado al tribunal.
— ¿Dónde conseguiste esas babuchas y ese manto? — preguntó el juez.
— Se los quité a un borracho que encontré tumbado en la cuneta la noche pasada — contesto el mullah —. Desde entonces estoy tratando de devolvérselos, pero no conozco su identidad. ¿No lo conocerá Su Señoría por casualidad?
— ¡Por supuesto que no! — replicó el juez, comprendiendo que cualquier otra respuesta hubiera arruinado su reputación —. ¡Caso archivado!

Cuento de la tradición sufí

lunes, 23 de marzo de 2009

El burro y la flauta

Tirada en el campo estaba desde hacía tiempo una flauta que ya nadie tocaba, hasta que un día un burro que paseaba por ahí resopló fuerte sobre ella haciéndola producir el sonido más dulce de su vida, es decir, de la vida del burro y de la flauta.

Incapaces de comprender lo que había pasado, pues la racionalidad no era su fuerte y ambos creían en la racionalidad, se separaron presurosos, avergonzados de lo mejor que el uno y la otra habían hecho durante su triste existencia.

Cuento de Augusto Monterroso.

domingo, 22 de marzo de 2009

Depende de quién proceda la orden

El rey y uno de sus ministros conversaban amigablemente. El ministro estaba muy interesado por la evolución espiritual y practicaba asiduamente su mantra. Atraído por el tema, el monarca preguntó:
— ¿Puedo elegir mi propio mantra y tendrá el mismo poder que tiene el que te ha entregado tu maestro?
— No — aseveró el ministro —. El mantra que proporciona el gurú es más poderoso.
— Sinceramente — declaró el rey —, no veo ninguna razón para ello.

Entonces, el ministro se volvió hacia el jefe de la guardia y le ordenó:
— Detengan a su majestad.

El jefe de la guardia no hizo el menor caso de la orden pero el monarca, indignado ante tal atrevimiento, exclamó:
— ¡Detengan a este hombre y encarcélenlo!

El jefe de la guardia mandó a sus hombres prender al ministro. Iba a ser llevado a prisión, cuando dijo:
— Señor, ¿os dais cuenta? Depende de quién proceda la orden.

Cuento de la tradición hindú, tomado de “101 cuentos clásicos de la India”, de Ramiro Calle.

sábado, 21 de marzo de 2009

Cómo contar un cuento

Le pidieron cierta vez a un rabí, cuyo abuelo había sido discípulo del Baal Shem, que relatara un cuento sobre su maestro.
— Un cuento — dijo — debe ser contado de tal manera que se convierta en una ayuda por sí mismo — Y continuó —.Mi abuelo era cojo. Una vez le pidieron que refiriera un cuento y él describió cómo el santo Baal Shem acostumbraba saltar y bailar mientras oraba. Mi abuelo, transportado por sus propias palabras, se puso de pie y comenzó a brincar y a danzar como lo hacía su maestro. Y desde ese momento se curó de su cojera para siempre. ¡Es así como un cuento debe ser contado!

Cuento de la tradición jasídica

viernes, 20 de marzo de 2009

En silencio

Cuatro monjes decidieron caminar juntos en silencio durante un mes. El primer día, todo fue estupendamente; pero pasado el primer día, uno de los monjes dijo: “Estoy dudando si he cerrado la puerta de mi celda antes de salir del monasterio”.

Y dijo otro de ellos: “¡Estúpido! ¡Habíamos decidido guardar silencio durante un mes, y vienes tú a romperlo con esa tontería!”.

Entonces, dijo el tercero: “Y tú, ¿qué? ¡También tú acabas de romperlo!”.

Y el cuarto monje dijo: “¡A Dios gracias, yo soy el único que aún no ha hablado!”.

Cuento tomado del libro “La oración de la rana”, de Anthony de Mello.

jueves, 19 de marzo de 2009

Nada existe

Cuando era un joven estudiante de Zen. Yamaoka solía ir de un maestro a otro. En cierta ocasión hizo una visita a Dokuon, que vivía en un monasterio de Kyoto.

Ansioso por demostrarle sus conocimientos, Yamaoka declaró: “La mente, el Buda y todos los seres vivientes, al fin y al cabo, no existen. La verdadera naturaleza de los fenómenos es el vacío. No hay realización, no hay ilusión; no hay sabiduría ni ignorancia. No hay nada que dar, nada que pueda ser recibido”.

Dokuon, que fumaba tranquilamente, no hizo comentario alguno. De repente, se levantó y golpeó fuertemente a Yamaoka con su pipa de bambú. El joven estudiante montó en cólera. “Si nada existe”, inquirió Dokuon, “¿De dónde viene esa furia?”.

Cuento de la tradición budista zen

miércoles, 18 de marzo de 2009

El caballo en el pozo

Un campesino, que vivía con muchas dificultades, poseía algunos caballos para que lo ayudasen en los trabajos de su pequeña hacienda. Un día, su capataz le trajo la noticia de que uno de los caballos había caído en un viejo pozo abandonado. El pozo era muy profundo y sería extremadamente difícil sacarlo de allí.

El campesino fue rápidamente hasta el lugar del accidente, y revisó la situación, asegurándose de que el animal no se había lastimado. Pero, por la dificultad y el alto precio para rescatarlo, creyó que no valía la pena invertir en la operación.

Tomó, entonces, una difícil decisión: determinó que se sacrificase al animal enterrándolo en el mismo pozo. Y así se hizo. Los empleados, comandados por el capataz, comenzaron a lanzar tierra para cubrirlo. Pero, a medida que ésta caía, el animal se la sacudía y se iba acumulando en el fondo. Así, el caballo fue subiendo sobre la tierra amontonada hasta que, finalmente, consiguió salir del pozo.


Cuento de origen desconocido

martes, 17 de marzo de 2009

Diógenes

El filósofo Diógenes estaba cenando lentejas cuando lo visitó el filósofo Aristipo, que vivía confortablemente a fuerza de adular al rey.
— Si aprendieras a ser sumiso con rey, no tendrías que comer esa basura de lentejas — le dijo Aristipo.
— Si hubieras aprendido a comer lentejas, no tendrías que adular al rey — repuso Diógenes, y siguió comiendo.

Cuento de origen desconocido

lunes, 16 de marzo de 2009

Caminar con la propia luz

Un joven rabí se quejó al Rabí de Rizhyn:
— Durante las horas en que me dedico a mis estudios siento la vida y la luz, pero en el momento en que dejo de estudiar todo ha desaparecido. ¿Qué debo hacer?

El Rabí de Rizhyn respondió:
— Es como cuando un hombre marcha por un bosque en una noche oscura y durante un tiempo se le une otro con una linterna en la mano. Pero en un cruce se separan y el primero debe seguir solo a tientas su camino. No obstante, si un hombre lleva su propia luz consigo, no debe tener miedo a la oscuridad.

Cuento de la tradición jasídica

sábado, 14 de marzo de 2009

La oveja negra

En un lejano país existió hace muchos años una oveja negra. Fue fusilada.

Un siglo después, el rebaño arrepentido le levantó una estatua ecuestre que quedó muy bien en el parque.

Así, en lo sucesivo, cada vez que aparecían ovejas negras eran rápidamente pasadas por las armas para que las futuras generaciones de ovejas comunes y corrientes pudieran ejercitarse también en la escultura.

Cuento de Augusto Monterroso

viernes, 13 de marzo de 2009

Los inventos modernos

— Se puede aprender de cualquier cosa — dijo una vez el rabí de Sadagora a sus jasidim —. Cada cosa puede enseñarnos algo, y no sólo lo que ha creado Dios. Lo que hizo el hombre también puede enseñarnos.
— ¿Qué podemos aprender de un tren? — preguntó dubitativamente un jasid.
— Que en un segundo podemos perderlo todo.
— ¿Y del telégrafo?
— Que cada palabra se cuenta y se cobra.
— ¿Y del teléfono?
— Que lo que decimos aquí se oye allá.

Cuento de la tradición jasídica

jueves, 12 de marzo de 2009

Astucia de ratón

Había una vez un ratón y un gato montés que habitaban el mismo árbol de la selva: el ratón en un agujero de la raíz y el gato en las ramas de la copa, donde se alimentaba con huevos de pájaros y con pichones recién nacidos. Al gato también le gustaba comer ratones, pero el roedor de nuestro cuento había conseguido mantenerse fuera del alcance de sus garras.

Cierto día, un trampero puso una red disimulada bajo el árbol y por la noche el gato quedó atrapado entre sus mallas. El ratón, muy contento, salió de su agujero y dio muestras de gran regocijo caminando alrededor de la trampa, mordisqueando el cebo y sacando el mayor provecho posible de la desgracia del felino. Pero, de pronto, se dio cuenta de que habían llegado otros dos enemigos: arriba, en el oscuro follaje del árbol, se había posado una lechuza de ojos resplandecientes, que estaba por abalanzarse sobre él, mientras que por el suelo se aproximaba una mangosta.

En un segundo, el astuto ratón ideó una estratagema. Se acercó al gato aprisionado entre las cuerdas y le dijo:
— Si me permites entrar en la red y refugiarme entre tus patas, te recompensaré royendo con mis dientes las mallas que te tienen atrapado.

El gato aceptó el acuerdo y el roedor anidó cómodamente contra su cuerpo, ocultándose tan profundamente como pudo entre el pelo, con el fin de no ser visto por sus enemigos, que merodeaban afuera. Una vez protegido en su refugio, decidió hacer una buena siesta.
— Este no era el trato — protestó el felino, que no tenía más remedio que tolerar a su huésped con la esperanza de recuperar su libertad.
— No hay prisa — dijo el ratón —. Cuando venga el cazador, te liberaré.

El astuto roedor sabía que de este modo el gato, amenazado a su vez, no podría aprovechar su liberación para atraparlo. De manera que durmió la siesta entre las mismas zarpas de su enemigo.

Por fin, cuando el trampero se acercó a examinar sus redes, el ratón royó con rapidez las cuerdas y entró de un salto en su agujero mientras el gato, en un desesperado esfuerzo, logró zafarse de la trampa y trepó hasta las ramas más altas, escapando así de una muerte segura.

Cuento de origen desconocido

Sitios de interés

Cuentos zen

Ocho series de historias provenientes de la tradición budista zen.

miércoles, 11 de marzo de 2009

Los dos hermanos

Había una vez dos hermanos gemelos criados en el mismo hogar, por el mismo padre.

Compartían la dura experiencia de crecer bajo la tiranía, los injurias y los golpes de un padre alcohólico, autoritario e irresponsable. Frecuentemente el padre tenía problemas con la policía.

Uno de los hermanos dejó la escuela y se convirtió en alcohólico. Se casó y actuaba como su papá con su familia, maltratándola. Apenas trabajaba y en repetidas ocasiones tenía problemas con la policía. Un día, le preguntaron por qué actuaba de esa manera. Él contestó:
— Con un padre y una infancia como la que tuve, ¿cómo hubiera podido ser distinto?

El otro hermano, a pesar de la misma crianza difícil, nunca dejó de estudiar. Se casó y era un esposo atento y un buen padre. Se volvió un empresario exitoso que aportaba mucho a su comunidad. Un día, le preguntaron a qué atribuía el éxito que había tenido en su vida. Él respondió:
— Con un padre y una infancia así, ¿Cómo hubiera podido ser distinto?

Cuento de origen desconocido

martes, 10 de marzo de 2009

Transformación

A un discípulo que siempre estaba quejándose de los demás le dijo el Maestro: "Si es paz lo que buscas, trata de cambiarte a ti mismo, no a los demás. Es más fácil calzarse unas zapatillas que alfombrar toda la tierra".

Cuento de la tradición budista zen

lunes, 9 de marzo de 2009

La fábula de los ciegos

Durante los primeros años del hospital de ciegos, como se sabe, todos los internos detentaban los mismos derechos y sus pequeñas cuestiones se resolvían por mayoría simple, sacándolas a votación. Con el sentido del tacto sabían distinguir las monedas de cobre y las de plata, y nunca se dio el caso de que ninguno de ellos confundiese el vino de Mosela con el de Borgoña. Tenían el olfato mucho más sensible que el de sus vecinos videntes. Acerca de los cuatro sentidos consiguieron establecer brillantes razonamientos, es decir que sabían de ellos cuanto hay que saber, y de esa manera vivían tranquilos y felices en la medida en que tal cosa sea posible para unos ciegos.

Por desgracia sucedió entonces que uno de sus maestros manifestó la pretensión de saber algo concreto acerca del sentido de la vista. Pronunció discursos, agitó cuanto pudo, ganó seguidores y por último consiguió hacerse nombrar principal del gremio de los ciegos. Sentaba cátedra sobre el mundo de los colores, y desde entonces todo empezó a salir mal.

Este primer dictador de los ciegos empezó por crear un círculo restringido de consejeros, mediante lo cual se adueñó de todas las limosnas. A partir de entonces nadie pudo oponérsele, y sentenció que la indumentaria de todos los ciegos era blanca. Ellos lo creyeron y hablaban mucho de sus hermosas ropas blancas, aunque ninguno de ellos las llevaba de tal color. De modo que el mundo se burlaba de ellos, por lo que se quejaron al dictador. Éste los recibió de muy mal talante, los trató de innovadores, de libertinos y de rebeldes que adoptaban las necias opiniones de las gentes que tenían vista. Eran rebeldes porque, caso inaudito, se atrevían a dudar de la infalibilidad de su jefe. Esta cuestión suscitó la aparición de dos partidos.

Para sosegar los ánimos, el sumo príncipe de los ciegos lanzó un nuevo edicto, que declaraba que la vestimenta de los ciegos era roja. Pero esto tampoco resultó cierto; ningún ciego llevaba prendas de color rojo. Las mofas arreciaron y la comunidad de los ciegos estaba cada vez más quejosa. El jefe montó en cólera, y los demás también. La batalla duró largo tiempo y no hubo paz hasta que los ciegos tomaron la decisión de suspender provisionalmente todo juicio acerca de los colores.

Un sordo que leyó este cuento admitió que el error de los ciegos había consistido en atreverse a opinar sobre colores. Por su parte, sin embargo, siguió firmemente convencido de que los sordos eran las únicas personas autorizadas a opinar en materia de música.

Cuento de Hermann Hesse

domingo, 8 de marzo de 2009

Cita con la Muerte

Vivía en Bagdad un comerciante llamado Zaguir. Hombre culto y juicioso, tenía un joven sirviente, Ahmed, a quien apreciaba mucho.

Un día, mientras Ahmed paseaba por el mercado, de tenderete en tenderete, se encontró con la Muerte, que lo miraba con una mueca extraña.

Asustado, echó a correr y no se detuvo hasta llegar a la casa. Una vez allí, le contó a su señor lo ocurrido y le pidió un caballo diciendo que se iría a Samarra, donde tenia unos parientes, para de ese modo escapar de la Muerte.

Zaguir no tuvo inconveniente en prestarle el caballo más veloz de su cuadra y se despidió diciéndole que si forzaba un poco la montura podría llegar a Samarra esa misma noche.

Cuando Ahmed se hubo marchado, Zaguir se dirigió al mercado y al poco rato encontró a la Muerte paseando por los bazares.
— ¿Por qué has asustado a mi sirviente? — le preguntó —. Tarde o temprano te lo vas a llevar. Déjalo tranquilo mientras tanto.
— No era mi intención asustarlo — se disculpó la Muerte —, pero no pude ocultar la sorpresa que me causó verlo aquí, pues esta noche tengo una cita con él en Samarra.

Cuento de la tradición sufí

sábado, 7 de marzo de 2009

Contemplación

El Maestro solía decir que sólo el silencio conducía a la transformación. Pero nadie conseguía convencerlo de que definiera en qué consistía el silencio. Cuando alguien lo intentaba, él sonreía y se tocaba los labios con el dedo índice, lo cual no hacía más que acrecentar la perplejidad de sus discípulos.

Pero un día se logró dar un paso importante cuando uno le preguntó:" ¿Y cómo puede alguien llegar a ese silencio del que tú hablas?".

El Maestro respondió algo tan simple que sus discípulos se quedaron mirándolo, buscando en su rostro algún indicio que les hiciera ver que bromeaba.

Pero no bromeaba. Y esto fue lo que dijo: "Estéis donde estéis, mirad incluso cuando aparentemente no hay nada que ver y escuchad aun cuando parezca que todo está callado".

Cuento de la tradición budista zen

Sitios de interés

Cuentos en Personarte

El sitio Personarte incluye una selección de cuentos sufíes (varios de ellos protagonizados por el inefable Nasrudín) y de otras fuentes, precedidos por una introducción acerca de la importancia de estos relatos como medio para transmitir conocimientos y verdades profundas.

viernes, 6 de marzo de 2009

El sultán, el pobre y el Khadir

Había una vez un poderoso sultán a cuyos oídos habían llegado noticias de la existencia de un sabio misterioso llamado el Khadir. Infructuosamente, sus emisarios lo buscaron por todo el reino hasta que, desesperando de hallarlo, el sultán ofreció una cuantiosa recompensa a quien lo llevara ante su presencia.

En la ciudad, vivía un hombre muy pobre, que apenas podía sostener a su mujer y a sus hijos. Cuando escuchó el bando que proclamaba el premio, le dijo a su mujer que iría a ver al soberano y le prometería hallar al Khadir, a condición de que le diera cuarenta días de plazo y provisiones suficientes para alimentar a su familia.

La esposa le suplicó que no fuera pues estaba segura de que el sultán lo mandaría matar si no cumplía su promesa. Pero pese a sus ruegos, el hombre fue a palacio y pidió ser conducido ante el rey.
— Oh, gran sultán — le dijo haciendo una profunda reverencia y manteniendo los ojos bajos —, yo encontraré al Khadir y te lo traeré dentro de cuarenta días. A cambio, poderoso soberano, te pido que proveas a mi familia de todo lo necesario durante ese tiempo.

El rey estuvo de acuerdo y el pobre hombre se llevó ropa, alimentos y enseres de los almacenes del palacio, hasta que el plazo se cumplió. El día cuarenta y uno, el sultán lo mandó llamar y le preguntó:
— ¿Has encontrado al Khadir?

El hombre, temblando de miedo, confesó su ardid: que no había tenido más propósito que alimentar a su familia.

El soberano, enfurecido, consultó a sus tres consejeros acerca del mejor modo de castigar al súbdito que había osado engañarlo.
— Gran señor — dijo el primer consejero —, hay que cortarlo en pedazos y colgar cada pedazo en casa de un carnicero.

En aquél preciso instante, apareció un niño al lado del pobre y dijo:
— Cada uno según su origen...
— Oh, luminoso soberano — dijo el segundo consejero —, hay que despellejar a este hombre y llenar su piel con paja.
— Cada uno según su origen... — repitió el niño.
— Poderoso rey — argumentó el tercer consejero —, este pobre hombre se vio impulsado por la miseria a cometer su falta. Demuestra tu grandeza perdonándolo.

Una vez más, el niño dijo:
— Cada uno según su origen...

Intrigado por las palabras que el pequeño había reiterado una y otra vez, el sultán se dirigió a él y preguntó:
— ¿Quién eres tú y qué quieres decir con eso de “cada uno según su origen”?
— El primer consejero — dijo el niño — fue carnicero antes de entrar a tu servicio: su consejo indica su origen. El segundo consejero fabricaba colchones y de su profesión proviene el castigo que ha imaginado. El tercer consejero ha demostrado la nobleza de su corazón. Sólo él es digno de servirte.

Y luego agregó:
— Yo soy el Khadir que tú buscabas y he venido aquí para salvar a este pobre hombre.

Dicho esto desapareció.

El sultán desterró a los dos primeros consejeros y colmó de honores al tercero. Luego, mandó al hombre pobre a su casa y durante muchos años proveyó a sus necesidades y a las de su familia.

Cuento de la tradición sufí

jueves, 5 de marzo de 2009

La iluminación

Cuando se le preguntaba por su iluminación, el Maestro siempre se mostraba reservado, aunque los discípulos intentaban por todos los medios hacerlo hablar.

Todo lo que sabían al respecto era lo que, en cierta ocasión, le dijo el Maestro a su hijo más joven cuando éste le preguntó cómo se había sentido. La respuesta fue: "Como un imbécil".

Cuando el muchacho quiso saber por qué, el Maestro le respondió: "Bueno, verás..., fue algo así como hacer grandes esfuerzos por entrar en una casa escalando un muro y rompiendo una ventana... y darse cuenta después de que estaba abierta la puerta".

Cuento de la tradición budista zen

miércoles, 4 de marzo de 2009

La palabra del burro

Un vecino de Nasrudín fue a visitarlo.
— Mullah, necesito que me preste su burro.
— Lo lamento — dijo el mullah —, pero ya lo he prestado.

No bien terminó de hablar, el burro rebuznó. El sonido provenía del establo de Nasrudín.
— Pero, mullah, puedo oír al burro que rebuzna ahí dentro.

Mientras le cerraba la puerta en la cara, Nasrudín replicó con dignidad:
— Un hombre que cree en la palabra de un burro más que en la mía no merece que le preste nada.

Cuento de la tradición sufí

martes, 3 de marzo de 2009

El cachorro de tigre

Había una vez una tigresa preñada, que merodeaba desde hacía muchos días sin encontrar ninguna presa para comer. De pronto, avistó un rebaño de cabras salvajes que pastaban en un prado y se abalanzó hacia ellas. Ya sea por el agotamiento o por el esfuerzo, se le produjo el parto y luego murió. Entonces, las cabras, que se habían dispersado, volvieron al campo de pastoreo y hallaron al tigrecito recién nacido dando débiles gemidos junto a su madre.

Conmovidas, las cabras adoptaron al cachorro, lo amamantaron junto con sus propias crías y lo cuidaron cariñosamente. Así, el pequeño se acostumbró a jugar con los otros cabritos, aprendió a hablar el lenguaje de sus madres adoptivas y a masticar las tiernas briznas de pasto con sus colmillos afilados. Aunque la dieta vegetariana lo tenía muy flaco, creció y se convirtió en un tigre adolescente.

Una noche, el rebaño fue atacado por un tigre viejo y feroz. De nuevo las cabras se dispersaron pero el cachorro se quedó donde estaba, sin sentir ningún temor y masticando unas hojas de hierba. El anciano atacante se acercó a él y lo miró con sus ojos de fuego amarillo.
— ¿Qué haces aquí, entre estas cabras? — preguntó con voz de trueno — ¿Qué es lo que estás masticando?

El aspecto y el rugido aterrador del recién llegado asustaron al joven tigre, que comenzó a dar balidos lastimeros. Esto exasperó al anciano, que bramó diciendo:
— ¿Por qué haces ese ruido tonto?

Y antes de que el tigrecito pudiera responder, lo tomó fuertemente de la nuca con sus dientes y lo sacudió de un lado a otro, como si quisiera hacerlo reaccionar. Luego, lo llevó hacia un charco cercano y lo puso en el suelo, obligándolo a que se mirase en la superficie del agua iluminada por la luna.
— Mira estas dos caras. ¿No son iguales? Tú tienes la cara redonda de un tigre. Es como la mía. ¿Por qué crees ser una cabra? ¿Por qué balas? ¿Por qué comes pasto?

El pequeño estaba mudo por la sorpresa pero continuó mirando y comparando ambos reflejos. Se sintió asustado y comenzó a gemir. Entonces, el anciano lo llevó a su guarida y le ofreció un pedazo de carne cruda. El cachorro se estremeció de repugnancia pero el tigre de la selva, sin hacer caso del débil balido de protesta le ordenó con un rugido:
— ¡Tómala, cómela, trágala!

El tigrecito se resistía pero el viejo lo obligó a masticar la carne. La dureza del bocado le resultaba extraña y estaba a punto de empezar a balar de nuevo cuando sintió el gusto de la sangre. Quedó asombrado y comenzó a experimentar un raro placer que lo impulsó a tomar otro trozo... y otro más. Una fuerza cálida nacía en sus entrañas, corría por sus huesos y se expandía por sus músculos. Se lamió el hocico. Luego se incorporó y abrió la boca como para lanzar un enorme bostezo, como si se estuviera despertando de un largo sueño. Desperezándose, arqueó el lomo, extendió y sacó sus garras. Su cola azotaba el suelo y de pronto, desde su garganta, estalló el terrible y triunfante rugido del tigre.

Entre tanto, el severo maestro había estado observando atentamente la transformación del joven discípulo. Entonces le dijo:
— ¿Ahora sabes quién eres? ¡Ven, iremos a cazar juntos por la selva!

Cuento de la tradición hindú

lunes, 2 de marzo de 2009

La sopa de pato

Cierto día, un campesino fue a visitar a Nasrudín, atraído por su gran fama y deseoso de ver de cerca al hombre más ilustre del país. Le llevó como regalo un magnífico pato.

El mullah, muy honrado, invitó al hombre a cenar y a dormir en su casa. Comieron una exquisita sopa preparada con el pato. A la mañana siguiente, el campesino regresó a su campiña, feliz de haber pasado algunas horas con un personaje tan importante.

Algunos días más tarde, los hijos de este campesino fueron a la ciudad y a su regreso pasaron por la casa de Nasrudín.
— Somos los hijos del hombre que le regaló un pato — se presentaron. Fueron recibidos y agasajados con sopa de pato.

Una semana después, dos jóvenes llamaron a la puerta del mullah.
— ¿Quiénes son ustedes?
— Somos los vecinos del hombre que le regaló un pato. El mullah empezó a lamentar haber aceptado aquel pato. Sin embargo, puso al mal tiempo buena cara e invitó a sus huéspedes a comer.

A los ocho días, una familia completa pidió hospitalidad a Nasrudín.
— Y ustedes, ¿quiénes son?
— Somos los vecinos de los vecinos del hombre que le regaló un pato.

Entonces, el mullah hizo como si se alegrara y los invitó al comedor. Al cabo de un rato, apareció con una enorme sopera llena de agua caliente y llenó cuidadosamente los tazones de sus invitados.

Luego de probar el líquido, uno de ellos exclamó:
— Pero.... ¿Qué es esto, noble señor? ¡Por Alá que nunca habíamos visto una sopa tan desabrida!

Nasrudín se limitó a responder:
— Esta es la sopa de la sopa de la sopa de pato que con gusto les ofrezco a ustedes, los vecinos de los vecinos de los vecinos del hombre que me regaló el pato.

Cuento de la tradición sufí

domingo, 1 de marzo de 2009

El maestro del silencio

Un monje que se hacía llamar “el maestro del silencio” era en realidad un impostor. Con el fin de vender su budismo zen fraudulento, tenía consigo a dos elocuentes monjes que contestaban por él las preguntas.

Un día, mientras estaban ausentes sus ayudantes, se le acercó un monje peregrino que le preguntó: “Maestro, ¿quién es el Buda?”. Al no saber qué hacer o decir, en medio de su confusión, miró desesperadamente en todas direcciones en busca de sus voceros.

El peregrino, satisfecho al parecer, le volvió a preguntar: “¿Qué es el dharma?”, Tampoco pudo contestar, de modo que miró primero al techo y después al suelo, pidiendo ayuda al cielo y al infierno.

Nuevamente, el monje preguntó: “¿Qué es el sangha?”. Ante esto, el “maestro del silencio” no pudo hacer otra cosa que cerrar los ojos.

Por último, el monje preguntó “¿Qué es la beatitud?”. Desesperado, el “maestro” extendió sus brazos en señal de rendición.

El peregrino se dio por satisfecho y continuó su viaje. En el camino se encontró con los monjes asistentes y les dijo: “El maestro del silencio es un ser iluminado. Le pregunté qué era el Buda y en seguida volvió la cabeza al este y al oeste, queriéndome dar a entender que los seres humanos siempre están buscando al Buda por aquí y por allá, pero que en realidad el Buda no puede encontrarse en el este ni en el oeste. Luego le pregunté qué era el dharma. En respuesta me miró de arriba abajo, queriendo dar a entender que la verdad del dharma es una totalidad de igualdad, dado que no hay diferencia entre lo alto y lo bajo ya que tanto la pureza como la impureza pueden encontrarse en ambas partes. Al responder a mi pregunta sobre qué es el sangha, se limitó a cerrar los ojos; esto es una insinuación del dicho célebre: Si puedes cerrar los ojos y dormir profundamente en las hondas grutas de las montañas envueltas en nubes, entonces eres un gran monje. Ante mi última pregunta sobre qué era la beatitud, él extendió los brazos y me mostró sus manos. Con esto quería decir que estaba dispuesto a ayudar a los seres sensibles con sus bendiciones. ¡Oh, qué maestro tan sabio! ¡Cuán profunda es su enseñanza!”. Concluyó el peregrino, y se despidió.

Cuando el “maestro del silencio” volvió a ver a sus ayudantes les gritó: “¿Dónde os habéis metido? ¡Hace un instante estuve a punto de arruinarme por culpa de un peregrino preguntón!”.

Cuento de la tradición del budismo zen