sábado, 31 de octubre de 2009

Los dos loros

Dicen que, hace mucho tiempo, el mullah Nasrudín abrió una tienda donde su única mercancía eran dos loros encerrados en la misma jaula. Uno tenía un plumaje espectacular lleno de vivos y relucientes colores y además cantaba maravillosamente, mientras que el otro estaba en un estado calamitoso y permanecía mudo. El primero estaba valorado en cincuenta monedas de oro y el segundo en ¡tres mil!

Un hombre que pasaba por delante de la tienda, atraído por los trinos del loro cantor, penetró en el recinto. Lo primero que observó fue a Nasrudín, que dormitaba plácidamente arrullado por la melodía incansable de aquel pájaro maravilloso. Lo segundo que le llamó la atención fue la diferencia de precio que había entre aquellas dos aves. Despertó con suavidad a Nasrudín y le dijo:
— Disculpad mi atrevimiento. Desearía compraros ese magnífico loro cuyo canto no deja de asombrarme. Aquí tenéis las cincuenta monedas de oro, ¡contadlas por favor!
— Imposible, no puedo vender los dos pájaros por separado —le respondió Nasrudín.
— ¿Pero, por qué?
— Se morirían de pena si los separase.
— Bien —dijo el comprador —. Pero, ¿cómo explica usted una diferencia en el precio tan exagerada? Pues el más feo cuesta infinitamente más que el más bello y, además ¡no canta!
— No se equivoque usted, mi señor. ¡El loro que usted encuentra feo y deplorable es el compositor!

Cuento de la tradición sufí.

viernes, 30 de octubre de 2009

Una devota budista

La madre de Zhai Youngling era una devota budista. Para demostrarlo, pasaba todo el día recitando los sutras. Cierta vez, su hijo la llamó intencionalmente.
— Aquí estoy —respondió la rezadora sin moverse, y continuó con sus plegarias.

Unas horas después, el joven la volvió a llamar y la respuesta fue la misma. Pero, entrada la noche, la madre se disgustó:
— ¿Acaso no me ves? ¿Para qué me llamas sin cesar?
— Apenas te he llamado tres o cuatro veces y ya estás molesta conmigo. ¿Cómo se sentirá Buda, a quien llamas durante todo el día?

Cuento de origen desconocido.

jueves, 29 de octubre de 2009

El veredicto de Dios

Cuenta una antigua leyenda que, en la Edad Media, un hombre fue injustamente acusado de haber asesinado a una mujer. En realidad, el verdadero autor era una persona muy influyente del reino y, por eso, desde el primer momento se buscó un "chivo expiatorio", para encubrirla.

El hombre que fue llevado a juicio sabía que no tendría posibilidad de escapar a la horca. El juez, también comprado, intentó simular un juicio justo y le dijo al acusado:
— Conociendo tu fama de hombre devoto, vamos a dejar tu destino en manos de Dios. Escribiremos en dos papeles separados las palabras “culpable” e “inocente”. Tú elegirás y será la mano del Señor la que decida tu destino.

Por supuesto, el juez había preparado dos papeles con la misma leyenda: CULPABLE. Y la víctima, que imaginaba el fraude, no podía rehusarse a elegir.

El juez ordenó al hombre tomar uno de los papeles doblados. Este respiró profundamente y permaneció en silencio unos cuantos segundos con los ojos cerrados. Cuando la sala comenzaba a impacientarse, abrió los ojos y, con una extraña sonrisa, tomó uno de los papeles, lo llevó a su boca y lo engulló con rapidez.

Indignados, los presentes exclamaron:
— Y ahora, ¿cómo conoceremos el veredicto de Dios?
— Es muy sencillo —respondió el hombre —. Lean el papel que queda, y sabrán lo que decía el que me tragué.

Disimulando su gran enojo, tuvieron que liberar al acusado y jamás volvieron a molestarlo.

Cuento de origen desconocido.

miércoles, 28 de octubre de 2009

El arte de curar

Un noble de la antigua China le preguntó una vez a su médico, que pertenecía a una familia de sanadores, cuál de ellos era el mejor en el arte de curar.

El médico, cuya reputación era tal que su nombre llegó a convertirse en sinónimo de la ciencia médica en China, respondió:
— Mi hermano mayor puede ver el espíritu de la enfermedad y eliminarlo antes de que cobre forma, de manera que su reputación no alcanza más allá de la puerta de casa. El segundo de mis hermanos cura la enfermedad cuando todavía es muy leve, así que su nombre no es conocido más allá del vecindario. En cuanto a mí, perforo venas, receto pociones y hago masajes de piel, de manera que, de vez en cuando, mi nombre llega a oídos de los nobles.

Cuento de la tradición taoísta.

martes, 27 de octubre de 2009

El alfabeto

Un pobre campesino que regresaba del mercado a altas horas de la noche descubrió de pronto que no llevaba consigo su libro de oraciones. Se hallaba en medio del bosque y se le había salido una rueda de su carreta. El pobre hombre estaba muy afligido pensando que aquel día no iba a poder recitar sus oraciones.

Entonces, se le ocurrió orar del siguiente modo:
— He cometido una verdadera estupidez, Señor: he salido de casa esta mañana sin mi libro de oraciones, y tengo tan poca memoria que no soy capaz de recitar sin él una sola oración. De manera que voy a hacer una cosa: voy a recitar cinco veces el alfabeto muy despacio, y tú, que conoces todas las oraciones, puedes juntar las letras y formar esas oraciones que yo soy incapaz de recordar.

Y el Señor dijo a sus ángeles:
— De todas la oraciones que he escuchado hoy, ésta ha sido, sin duda alguna, la mejor, porque ha brotado de un corazón sencillo y sincero.

Cuento de la tradición jasídica.

lunes, 26 de octubre de 2009

El libro de la muerte

A cierto hombre le dijeron que, si iba a una caverna de la montaña, encontraría a una anciana curandera que podría decirle, consultando un libro, el día exacto de su muerte.

Después de mucho cavilar, decidió ir a visitarla. La mujer extrajo un minúsculo libro del interior de un cráneo adornado con pedazos de espejo y le comunicó la fatal fecha: solo le quedaban dos años de vida.

El visitante lanzó un gemido de angustia. Luego, lo pensó mejor y sonrió, incrédulo.
— Anciana, ¿cómo es posible que tengas anotada en ese librito la fecha de muerte de los millones de seres humanos que pueblan la tierra?
— Hijo mío, en verdad aquí tengo escrito solo el nombre de los pocos que se atreven a consultarme.

Cuento de origen desconocido.

domingo, 25 de octubre de 2009

El verdadero culpable

Un hombre fue al puesto de guardia a denunciar el robo de su burro. Una vez allí, y enterados al detalle de lo sucedido, los policías comenzaron a hacerle observaciones:
— Usted ha tenido poco cuidado. ¿Cómo se le ocurre tener un simple cierre de madera en la puerta de la cuadra en vez de un sólido cerrojo? —opinó uno.
— No puedo creer que desde la calle se pudiera ver el burro, siendo una tentación para cualquiera. ¿Es que no se le pasó por la cabeza nunca guardar al animal de miradas ajenas elevando las paredes de la cuadra? —dijo otro.

Un tercero, en tono crítico, lo censuró:
— ¿Pero dónde estaba usted en ese momento? ¿Cómo es posible que no viera al ladrón marcharse con el burro?

De este modo, fueron cayendo sobre él un buen número de acusaciones hasta que, harto ya de esa situación, dijo:
— Señores, acepto todo lo que me han dicho, pero algo de culpa también ha de tener el ladrón, ¿no creen?

Cuento tomado del libro “Los 120 mejores cuentos de las tradiciones espirituales de Oriente”.

sábado, 24 de octubre de 2009

El loro que pedía libertad

Esta es la historia de un loro muy contradictorio. Desde hacía un buen número de años vivía enjaulado, y su propietario era un anciano al que el animal hacía compañía. Cierto día, el anciano invitó a un amigo a su casa a saborear un delicioso té de Cachemira.

Los dos hombres pasaron al salón donde, cerca de la ventana y en su jaula, estaba el loro. Se encontraban tomando el té, cuando el loro comenzó a gritar insistentemente: “¡Libertad, libertad, libertad!”.

Durante todo el tiempo en que estuvo el invitado en la casa, el animal no dejó de reclamar libertad. Hasta tal punto era desgarradora su solicitud, que el hombre se sintió muy apenado y ni siquiera pudo terminar de saborear su taza. Estaba saliendo por la puerta y el loro seguía gritando: “¡Libertad, libertad!”.

Pasaron dos días. El invitado no podía dejar de pensar con compasión en el loro. Tanto lo atribulaba el estado del animalito que decidió que era necesario ponerlo en libertad. Tramó un plan. Sabía cuándo dejaba el anciano su casa para ir a efectuar la compra. Iba a aprovechar esa ausencia y a liberar al pobre loro. Un día después, el invitado se apostó cerca de la casa del anciano y, en cuanto lo vio salir, abrió la puerta con una ganzúa y entró en el salón, donde el loro continuaba gritando: “¡Libertad, libertad!” Al invitado se le partía el corazón.

¿Quién no hubiera sentido piedad por el animalito? Rápido, se acercó a la jaula y abrió la puerta de la misma. Entonces el loro, aterrado, se lanzó al lado opuesto de la jaula y se aferró con su pico y uñas a los barrotes de la jaula, negándose a abandonarla mientras seguía gritando: “¡Libertad, libertad!”.

Cuento tomado del libro “101 cuentos clásicos de la India”.

viernes, 23 de octubre de 2009

El engaño

Cuando Nasrudín era joven, vivía cerca de su casa un hombre orgulloso, que se jactaba de que nadie podía engañarlo.
— Espérame aquí un rato —le dijo el mullah—, y pensaré una forma de engañarte.

Nasrudín se marchó. Tres horas más tarde, el arrogante todavía estaba esperando que el mullah regresara.
— ¿Qué haces aquí? —le preguntó alguien que pasaba.
— Estoy esperando que Nasrudín encuentre la forma de engañarme. ¡Hace horas que lo espero y todavía no ha regresado!

Cuento de la tradición sufí.

jueves, 22 de octubre de 2009

La cucaracha soñadora

Era una vez una Cucaracha llamada Gregorio Samsa que soñaba que era una Cucaracha llamada Franz Kafka que soñaba que era un escritor que escribía acerca de un empleado llamado Gregorio Samsa que soñaba que era una Cucaracha.

Cuento de Augusto Monterroso.

miércoles, 21 de octubre de 2009

El canto del pájaro

El discípulo se quejaba constantemente a su maestro:
— No haces más que ocultarme el secreto último del Zen.

Y se resistía a creer sus negativas.

Un día, el Maestro lo llevó a pasear por el monte. Mientras andaban, oyeron cantar a un pájaro. — ¿Has oído el canto de ese pájaro? —le preguntó el Maestro.
— Sí — respondió el discípulo.
— Bien; ahora ya sabes que no te he estado ocultando nada.
— Sí — asintió el discípulo.

Cuento tomado del libro “El canto del pájaro”, de Anthony de Mello.

martes, 20 de octubre de 2009

El agua del Paraíso

Un pobre beduino llamado Harith, vivía desde siempre en el desierto. Su existencia era muy dura: comía insectos y, de vez en cuando, un puñado de dátiles o un poco de leche. Cazaba ratas para aprovechar su piel y hacía cuerdas con las fibras de las palmeras, que intentaba vender en las caravanas.

Sólo bebía el agua salobre que encontraba en los pozos enfangados.

Cierto día, apareció un nuevo río en la arena. Harith probó aquella agua desconocida, que era amarga y salada, e incluso un poco turbia. Pero le pareció que el agua del verdadero Paraíso acababa de deslizarse por su garganta. Llenó dos botas de piel de cabra, una para él y otra el califa Harun Al-Rashid, y se puso en camino hacia Bagdad.

A su llegada, tras un penoso viaje, les contó su historia a los guardias y fue llevado ante el soberano. Harith se postró a sus pies y le dijo:
— No soy más que un pobre beduino y no conozco nada más que el desierto, pero lo conozco bien. Conozco todas las aguas que allí se pueden encontrar. Por eso he decidido traerte ésta para que la pruebes.

Harun Al-Rashid probó el agua del río amargo. Toda la corte lo observaba. Bebió un buen trago y su rostro no expresó ningún sentimiento. Se quedó pensativo un instante y de pronto pidió que el hombre fuera llevado y encerrado, con la orden estricta de que no viese a nadie. El beduino, sorprendido y decepcionado, fue encerrado en una celda.
— Lo que para él es el agua del Paraíso —dijo el califa a su corte—, no es más que una desagradable bebida para nosotros. Pero tenemos que pensar en la felicidad de ese hombre.

Al caer la noche, hizo traer nuevamente al beduino. Ordenó a sus guardias de que lo acompañasen de inmediato hasta la entrada del desierto, sin permitirle ver ni el río Tigris ni ninguna de las fuentes de la ciudad, sin darle otra agua que la suya para beber.

Cuando el beduino se iba del palacio en la oscuridad de la noche, vio por última vez al califa. Éste le dio mil monedas de oro y le dijo:
— Te doy las gracias. Te nombro guardián del agua del Paraíso. La administrarás en mi nombre. Vigílala y protégela. Que todos los viajeros sepan que te he nombrado para tal puesto.

El beduino, feliz, besó la mano del gran califa y regresó rápidamente a su desierto.

Cuento popular árabe.

lunes, 19 de octubre de 2009

Primera lección

El hijo de un experto ladrón le pidió a su padre que le enseñara los secretos del oficio. El viejo ladrón estuvo de acuerdo y, esa noche, se llevó a su hijo a robar una gran casa. Mientras la familia estaba dormida, condujo sigilosamente a su joven aprendiz a un cuarto que tenía un armario. Luego, le dijo que entrara al armario a elegir algunas ropas.

Cuando lo hizo, su padre cerró rápidamente la puerta dejándolo adentro. Entonces salió de la casa, golpeó ruidosamente la puerta delantera, despertando a la familia, y se escabulló antes de que alguien lo viera.

Horas después, el hijo volvió a casa completamente agotado.
— ¡Padre! —gritó con ira— ¿Por qué me encerró en ese armario? Si no me hubiera desesperado por miedo a que me capturaran, nunca me habría escapado. ¡Tuve que usar todo mi ingenio para salir!

El viejo ladrón sonrió.
— Hijo, has tenido tu primera lección en el arte del robar casas.

Cuento de origen desconocido.

domingo, 18 de octubre de 2009

La mayor vanidad

Cierta vez, un sabio sufí les pidió a sus discípulos que dijeran cuáles eran las vanidades que habían tenido antes de iniciar sus estudios con él.

El primero dijo:
— Yo imaginaba ser el hombre más hermoso del mundo.

El segundo dijo:
— Yo creí que, en mi condición de religioso, era uno de los elegidos.

El tercero dijo:
— Yo me creí capaz de enseñar.

El cuarto dijo:
— Mi vanidad fue mayor que todas ésas, pues creí que podía aprender.

Entonces, el sabio observó:
— La vanidad del cuarto discípulo sigue siendo la mayor: la vanidad de mostrar que en un tiempo tuvo la máxima vanidad

Cuento de la tradición sufí.

sábado, 17 de octubre de 2009

Bodhidarma

Bodhidarma, el gran patriarca del Zen, fue requerido por uno de sus discípulos para que le transmitiera enseñanzas. Bodhidarma le dijo:
— Vuélvete completamente vacío y silencioso, luego ven a verme y te instruiré.

Después de dos años, el discípulo regresó y le dijo:
— Maestro, ya estoy vacío y silencioso.

Y Bodhidarma le dijo:
— Pues ahora deshazte de ese vacío y de ese silencio.

Cuento de la tradición budista zen.

viernes, 16 de octubre de 2009

Cómo ser sabio

— Padre —preguntó un día el hijo más joven de Nasrudín—, ¿cómo puedo llegar a ser tan sabio como tú?
— Si un hombre erudito habla, escúchalo —contestó el mullah—, y si hablas tú, escúchate.

Cuento de la tradición sufí.

jueves, 15 de octubre de 2009

Entrada

Una vez, un monje visitó al maestro Gensha para saber dónde estaba la entrada al camino de la verdad. Gensha le preguntó:
— ¿Oyes el murmullo del arroyo?
— Sí, lo oigo —respondió el monje.
— Pues allí está la entrada —le dijo el maestro.

Cuento de la tradición budista zen.

miércoles, 14 de octubre de 2009

Equilibrio

Chuang Tsé, el gran maestro taoísta, dijo, refiriéndose a un hombre:
— Es un ladrón, pero un maravilloso flautista.

Los discípulos no habían salido de su perplejidad cuando el maestro agregó:
— También es un maravilloso flautista, pero un ladrón.

Cuento de la tradición taoísta.

martes, 13 de octubre de 2009

Lavar los platos

Cuando un monje le pidió a Tchao Tchu que lo instruyera en el Zen, éste le dijo:
— ¿Has tomado tu desayuno?
— Si, maestro, lo he tomado.
— Entonces, vete a lavar los platos.

Esta respuesta abrió súbitamente los ojos del monje a la verdad del Zen.

Cuento de la tradición budista zen.

lunes, 12 de octubre de 2009

El elefante

Había una vez un cachorro de elefante que escuchó decir a alguien: “Mira, allá va un ratón”.

La persona que lo dijo estaba realmente viendo un ratón, pero el elefante pensó que se estaba refiriendo a él.

Había muy pocos ratones en ese país y, en todo caso, preferían quedarse en sus agujeros, y sus voces no eran muy fuertes. Pero el cachorro de elefante bramó por todas partes, embelesado por su descubrimiento: “Soy un ratón”.

Lo dijo tan fuerte, tan frecuentemente y a tanta gente que en la actualidad existe un país en el que toda la gente cree que los elefantes son ratones.

Es verdad que, de tiempo en tiempo, los ratones han tratado de argumentar con aquellos que sostienen la creencia de la mayoría, pero siempre se los ha hecho huir.

Cuento tomado del libro “Cuentos de Oriente para niños de Occidente”, de A. H. D. Halka.

domingo, 11 de octubre de 2009

¿Quién es usted?

El emperador, que era un budista devoto, invitó a un gran maestro de Zen al palacio para hacerle preguntas acerca del budismo.
— ¿Cuál es la verdad más alta de la santa doctrina budista? —preguntó el emperador.
— El inmenso vacío... y ni una huella de santidad —contestó el maestro.
— Si no hay santidad —dijo el emperador—, entonces ¿quién o qué es usted?
— No lo sé —contestó el maestro.

Cuento de la tradición budista zen.

sábado, 10 de octubre de 2009

Piensan siempre lo contrario

Un discípulo le preguntó a Hejasi:
— ¿Qué es lo más divertido de los seres humanos?

Y el sabio respondió:
— Piensan siempre lo contrario. Tienen apuro por crecer y después lamentan la infancia perdida. Pierden la salud para tener dinero y después pierden el dinero para tener salud. Piensan tan ansiosamente en el futuro que descuidan el presente y, así, no viven ni el presente ni el futuro. Viven como si no fueran a morir nunca y mueren como si no hubiesen vivido.

Cuento de la tradición sufí.

viernes, 9 de octubre de 2009

Mis pertenencias

Un día, Nasrudín salió al jardín muy temprano para plantar algunos brotes. Al llegar la noche, los arrancó y se los llevó dentro de su casa. La esposa le preguntó:
— ¿Qué haces?

Y él respondió:
— Los tiempos están tan malos que no quiero dejar ninguna de mis pertenencias afuera, donde cualquiera me las puede robar.

Cuento de la tradición sufí.

jueves, 8 de octubre de 2009

Diamantes y polvo

Tras una larga vida hogareña, un matrimonio de ancianos decidió renunciar al mundo y dedicar el resto de sus existencias a la meditación y a peregrinar a los más notables santuarios.

En cierta ocasión, cerca de un templo himalayo, el marido vio en el sendero un fabuloso diamante. Con gran rapidez, colocó un pie sobre la joya para ocultarla. Pensó que, si su esposa la veía, tal vez surgiera en ella un sentimiento de codicia que pudiese contaminar su mente y retrasar su evolución mística. Pero la mujer descubrió la estratagema y, con voz apacible, comentó:
— Querido, me gustaría saber para qué has renunciado al mundo si todavía haces distinción entre el diamante y el polvo.

Cuento de origen desconocido.

miércoles, 7 de octubre de 2009

¿Qué es mejor?

Decía un maestro a sus discípulos:
— Un hombre bueno es aquél que trata a los otros como a él le gustaría ser tratado. Un hombre generoso es aquél que trata a otros mejor de lo que él espera ser tratado. Un hombre sabio es aquél que sabe cómo él y otros deberían ser tratados, de qué modo y hasta qué punto

Alguien le preguntó:
— ¿Qué es mejor: ser bueno, generoso o sabio?
— Si eres sabio, no tienes que estar obsesionado con ser bueno o generoso. Estás obligado a hacer lo que es necesario.

Cuento de origen desconocido.

martes, 6 de octubre de 2009

Convertir la teja en un espejo

A la muerte de su maestro, Ba se convirtió en monje peregrino, lo cual significaba que no debía pasar más de una sola noche en un mismo sitio. Así, estuvo peregrinando, sin morada fija, hasta llegar al monte Heng, al sur del gran río Yangtsé.

Cerca de un monasterio solitario, se hizo una cabaña de ramas y empezó a dedicarse a la meditación día y noche.

Al otro lado de la misma montaña de Heng vivía Nangaku, discípulo de Eno, el sexto patriarca Zen, desde hacía catorce años. En sus paseos, Nangaku se había fijado varias veces en aquel monje sentado, meditando a todas horas. Pero, un día, se detuvo y le dijo:
— ¿Qué haces tú ahí?
— Medito —contestó Ba.
— ¿Qué quieres conseguir con eso? —preguntó Nangaku.
—Llegar a ser un iluminado.

Nangaku no dijo nada. Recogió una teja caída del monasterio y empezó a frotarla contra una piedra. Luego de un rato, Ba le preguntó:
— ¿Y qué haces tú ahí?
— Estoy frotando una teja contra una piedra.
— ¿Para qué? —preguntó Ba.
— Para convertirla en un espejo.
— Eso es imposible — le dijo riendo Ba.
— Es tan imposible como que tú te conviertas en un iluminado por sentarte a meditar.

Cuento de la tradición budista zen.

lunes, 5 de octubre de 2009

Dormido

Saádi de Shiraz relata esta historia acerca de sí mismo:
— Cuando yo era niño, era un muchacho piadoso, ferviente en la oración y en las devociones. Una noche, estaba velando con mi padre mientras sostenía el Corán en mis rodillas. Todos los que se hallaban en el recinto comenzaron a adormilarse y no tardaron en quedarse profundamente dormidos. De modo que le dije a mi padre:
— Ni uno sólo de esos dormilones es capaz de abrir sus ojos o alzar su cabeza para decir sus oraciones.

Y mi padre me replicó:
— Mi querido hijo, preferiría que también tú estuvieras dormido como ellos, en lugar de criticarlos.

Cuento de la tradición sufí.

domingo, 4 de octubre de 2009

¿Quién puede hacer que amanezca?

Un discípulo le preguntó a su maestro:
— ¿Hay algo que yo pueda hacer para llegar a la iluminación?
— Tan poco como lo que puedes hacer para que amanezca porlas mañanas.
— Entonces, ¿para qué sirven los ejercicios espirituales que tú mismo recomiendas?
— Para estar seguro de que no estás dormido cuando el sol comience a salir.

Cuento tomado del libro “¿Quién puede hacer que amanezca?”, de Anthony de Mello.

sábado, 3 de octubre de 2009

¿Qué pides a cambio de tu alma?

Una vez Satanás, que hablaba con un hombre, le dijo:
— ¿Qué pides a cambio de tu alma?
— Exijo riquezas, posesiones, honores... También juventud, poder, fuerza... Exijo sabiduría, genio... renombre, fama, gloria... placeres y amores... ¿Me darás todo eso?
— No te daré nada.
— Entonces, no te daré mi alma.
— Tu alma ya es mía.

Cuento de la tradición sufí.

viernes, 2 de octubre de 2009

El tesoro escondido

Había una vez, en China, un sacerdote muy rico y avaro. Amaba las joyas y las coleccionaba, guardadas bajo siete llaves y ocultas a los ojos de todos.

Este hombre tenía un amigo que, cierto día, le expresó su interés por ver las gemas. El avaro aceptó y, durante largo rato, ambos contemplaron el maravilloso tesoro.

Cuando llegó el momento de partir, el invitado le dijo:
— Gracias por darme el tesoro.
— No me agradezcas algo que no has recibido —dijo el sacerdote—, puesto que no te he dado las joyas.
— He tenido tanto placer como tú mirándolas —repuso el amigo—, excepto que no tengo el problema y el gasto de comprarlas y cuidarlas.

Cuento de origen desconocido.

jueves, 1 de octubre de 2009

El paraíso imperfecto

— Es cierto —dijo mecánicamente el hombre, sin quitar la vista de las llamas que ardían en la chimenea aquella noche de invierno—; en el Paraíso hay amigos, música, algunos libros; lo único malo de irse al Cielo es que allí el cielo no se ve.

Cuento tomado del libro “La oveja negra y demás fábulas”, de Augusto Monterroso.