miércoles, 31 de diciembre de 2008

Los sueños y el pan

Había una vez tres viajeros que se encontraron en una larga y agotadora caminata a través del desierto. Decidieron compartir sus recursos para hacer el viaje más llevadero pero, después de muchos días de continuar su marcha, se dieron cuenta de que apenas les quedaba un trozo de pan y un trago de agua en el recipiente de cuero.

Comenzaron a discutir acerca de quién se quedaría con todo el alimento pero no pudieron llegar a un acuerdo. Como ya anochecía, uno de ellos sugirió finalmente que deberían dormir. Cuando despertaran, aquél que hubiese tenido el sueño más notable decidiría qué hacer.

A la mañana siguiente, los tres se levantaron con los primeros rayos del sol.

— En mi sueño — dijo el primero —, fui llevado a lugares maravillosos, de una increíble serenidad. Entonces me encontré con un hombre sabio que me dijo: “Tú mereces el alimento porque tu vida pasada y futura es meritoria y digna de respeto.”
— ¡Qué extraño! — exclamó el segundo —. Porque en mi sueño vi toda mi vida futura. Y en mi futuro apareció un hombre de gran conocimiento que me dijo: “Tú mereces el pan y el agua más que tus amigos, ya que eres erudito y paciente. Debes alimentarte bien porque estás destinado a realizar grandes hazañas”.

El tercer viajero dijo:
—En mi sueño no vi, ni oí, ni dije nada. Sentí una apremiante y misteriosa presencia que me forzó a levantarme, a buscar el pan y el agua, y a ingerirlos en ese mismo momento. Y eso es lo que hice.

Cuento de la tradición sufí

martes, 30 de diciembre de 2008

Hablar y escuchar

Un anciano solía permanecer inmóvil durante horas en la iglesia. Un día, un sacerdote le preguntó de qué le hablaba Dios.
— Dios no habla. Sólo escucha — fue la respuesta.
— Bien… ¿y de qué le habla usted a Dios?
— Yo tampoco hablo. Sólo escucho.

Cuento tomado de “La oración de la rana”, de Anthony de Mello

lunes, 29 de diciembre de 2008

La madera de sándalo

Era un hombre que había oído hablar mucho de la preciosa y aromática madera de sándalo, pero que nunca había tenido ocasión de verla.

Surgió en él un fuerte deseo de conocerla y, para satisfacer su propósito, decidió escribir a todos sus amigos y solicitarles un trozo de la misma. Pensó que alguno tendría la bondad de enviársela. Así, comenzó a escribir cartas y cartas, durante varios días, siempre con el mismo ruego: “Por favor, enviadme madera de sándalo”.

Pero un día, mientras estaba ante el papel, pensativo, mordisqueó el lápiz con el que había escrito las cartas y, de repente, olió la madera de que estaba hecho. Entonces, descubrió que era de sándalo.

Cuento popular hindú

domingo, 28 de diciembre de 2008

El perro que no podía beber

Cierta vez le preguntaron a Shibli:
— ¿Quién te guió en el Camino?

El contestó:
— Un perro.

Luego, relató lo siguiente:
— Un día, lo encontré casi muerto de sed a la orilla del río. Cada vez que veía su imagen en el agua se asustaba y se alejaba creyendo que era otro perro. Finalmente, fue tal su necesidad de beber que, venciendo su miedo, se arrojó al agua; y, entonces, “el otro perro” se esfumó. El perro descubrió que el obstáculo era él mismo y la barrera que lo separaba de lo que buscaba había desaparecido. De esta misma manera, mi propio obstáculo desapareció cuando comprendí que era mi propio ser. Fue la conducta de un perro la que me señaló por primera vez el Camino.

Cuento tomado del libro "El camino del sufí",de Idries Shah

sábado, 27 de diciembre de 2008

El monstruo del río

El sacerdote de cierta aldea era distraído en sus oraciones por los niños que jugaban ¡unto a su ventana.

Para librarse de ellos, les gritó: “¡Hay un terrible monstruo río abajo! ¡Id corriendo allá y podréis ver cómo echa fuego por la nariz!”.

Al rato, todo el mundo en la aldea había oído hablar de la monstruosa aparición y corría hacia el río.

Cuando el sacerdote vio esto, se unió a la muchedumbre. Mientras se dirigía resoplando hacia el río, que se encontraba cuatro millas más abajo, iba pensando: “La verdad es que yo inventé la historia. Pero quién sabe si será cierta…”.


Cuento de origen desconocido

viernes, 26 de diciembre de 2008

Ignorancia

Había una vez dos amigos no demasiado inteligentes. Se despertaron a medianoche y uno le dijo al otro:
— Sal fuera y dime si ya ha amanecido.

El hombre salió al exterior y comprobó que todo estaba muy oscuro. De vuelta explicó:
— Está todo tan oscuro que no me es posible ver si el sol ha salido.

Y el otro repuso:
— No seas tonto. ¿Acaso no puedes encender una linterna para ver si ha salido el sol?

Cuento de la tradición budista zen

miércoles, 24 de diciembre de 2008

Palabras

Los discípulos estaban enzarzados en una discusión sobre la sentencia de Lao Tse: “Los que saben no hablan; los que hablan no saben”.

Cuando el Maestro entró donde aquéllos estaban, le preguntaron cuál era el significado exacto de esas palabras. El Maestro les dijo: "¿Quién de vosotros conoce la fragancia de la rosa?”.

Todos la conocían. Entonces les dijo: "Expresadlo con palabras". Y todos guardaron silencio.

Cuento tomado del libro “Quién puede hacer que amanezca”, de deAnthony de Mello.

martes, 23 de diciembre de 2008

La comida y las plumas

Había una vez (y ésta es una historia verdadera) un estudiante que solía ir todos los días a sentarse a los pies de un maestro sufí, para anotar en un papel todo lo que éste decía. Estaba tan inmerso en sus estudios, que era incapaz de realizar ninguna actividad de provecho.

Una noche, cuando llegó a casa, su mujer le puso por delante un cuenco tapado con una servilleta. El la tomó y se la puso en el cuello, y entonces vio que el cuenco estaba lleno de... papel y plumas. "Como esto es lo que haces todo el día", le dijo su mujer, "intenta comértelo".

A la mañana siguiente, como de costumbre, el estudiante fue a aprender de su maestro. Aunque las palabras de su mujer lo habían entristecido, no se puso a buscar un empleo, sino que se dispuso a continuar con sus estudios. Después de unos minutos de estar escribiendo, se dio cuenta de que su pluma no funcionaba bien.

"No importa", dijo el maestro, "ve a ese rincón. Levanta la caja que hay ahí y ponla delante de ti".

Cuando se sentó con la caja y abrió la tapa, descubrió que estaba llena de... comida.

Cuento de la tradición sufí, tomado de “la sabiduría de los idiotas”, de Idries Shah

lunes, 22 de diciembre de 2008

Libros

Había un reconocido filósofo y docente que se dedicó al estudio del Zen durante muchos años. El día que finalmente consiguió la iluminación, tomó todos sus libros, los llevó al patio y los quemó.

Cuento de la tradición budista zen

domingo, 21 de diciembre de 2008

Ninguna oreja, ningún crimen

Un día, el juez le pidió a Nasrudín que lo ayudara a resolver un problema legal.
— ¿Cómo me sugerirías que castigue a un difamador? — le preguntó.
— Córtales las orejas a todos los que escuchan sus mentiras — replicó el mulá.

Cuento de la tradición sufí

sábado, 20 de diciembre de 2008

El gurú y los cocodrilos

Había una vez un joven que buscaba a un maestro capaz de enseñarle el camino de la sabiduría. En su búsqueda, llegó a un ashram presidido por un gurú que, a pesar de gozar de gran fama de santidad, era un farsante.

“Antes de aceptarte como discípulo”, le dijo el gurú, “debo probar tu obediencia. Por este ashram fluye un río plagado de cocodrilos. Deseo que lo cruces a nado”.

La fe del joven discípulo era tan grande que hizo exactamente lo que se le pedía: se dirigió al río y se introdujo en él gritando: “¡Alabado sea el poder de mi gurú!”. Y, ante el asombro de éste, el joven cruzó a nado hasta la otra orilla y regresó, sin sufrir el menor daño.

Aquello convenció al gurú de que era realmente santo, de modo que decidió hacer a todos sus discípulos una demostración de su poder. Se metió en el río gritando: “¡Alabado sea yo! ¡Alabado sea yo!”. Y, al instante, llegaron los cocodrilos y lo devoraron.

Cuento popular hindú

viernes, 19 de diciembre de 2008

El samurai y los tres gatos

Un samurai tenía problemas a causa de un ratón que merodeaba por su casa.

Alguien le dijo: “Necesitas un gato”. Entonces, buscó uno en el vecindario y lo llevó a su vivienda.

Era un felino impresionante, hermoso y fuerte. Pero el ratón era más astuto que el gato y se burlaba de su fuerza.

Por lo tanto, el samurai adoptó un segundo gato, mucho más listo que el primero. Desconfiado, el ratón sólo aparecía cuando aquél se dormía.

Entonces, le trajeron al samurai el gato de un templo zen. Tenía aspecto distraído, era torpe y parecía siempre soñoliento.

El samurai pensó: “No será éste el que me librará del ratón”.

Sin embargo, el gato, siempre soñoliento e indiferente, pronto dejó de inspirar precauciones al ratón, que pasaba junto a él sin hacerle caso.

Un día, súbitamente, lo atrapó de un zarpazo.

Cuento de la tradición budista zen, tomado del libro “La práctica del zen”, de Taisen Deshimaru

jueves, 18 de diciembre de 2008

El hombre que quería vivir eternamente

Un hombre quería vivir para siempre y fue a consultar a un sabio. Este le enseñó una vela encendida.
— ¿Ves? Tu vida es como esta vela encendida. La cera va consumiéndose poco a poco al calor de la vela. Finalmente, la cera se terminará, al igual que tu vida y no quedará nada.
— Entonces, ¿quieres decir que mi vida es como esta vela?
— Así es. Cuando se consuma la vela, se consumirá tu vida — dijo el sabio —. No puedes hacer nada para evitarlo.
— Sí, puedo hacer algo — dijo el hombre. Entonces, humedeció sus dedos y, con ellos, apagó la vela.

Cuento de origen desconocido

miércoles, 17 de diciembre de 2008

Las puertas del cielo y del infierno

Un guerrero samurai, fue a ver al maestro zen Hakuin y le preguntó:
— ¿Existe el infierno? ¿Existe el cielo? ¿Dónde están las puertas que llevan a ellos?

Hauikin le preguntó, a su vez:
— ¿Quién eres?
— Soy un samurai — le respondió el guerrero —. Hasta elemperador me respeta.

Hakuin se rió y dijo:
— ¿Un samurai, tú? Pareces un mendigo.

El samurai se sintió herido en su orgullo y olvidó para qué había venido.Sacó su espada y ya estaba a punto de matar a Hakuin cuando éste dijo:
— Esa es la puerta del infierno.

El guerrero comprendió de inmediato las palabras del maestro y volvió a envainar la espada.Entonces, Hakuin dijo:
—Ahora, has abierto las puertas del cielo

Cuento de la tradición budista zen

martes, 16 de diciembre de 2008

De médicos y dudas

Tenía un fuerte dolor de garganta y fui a una antigua farmacia del barrio. El viejo farmacéutico me recomendó una tisana de hierbas.
— ¿Será eficaz? — le pregunté.
— En caso de duda, consulte a su médico — me respondió.

Seguí su consejo y consulté a un médico, que me prescribió un antibiótico tan costoso como ineficaz. A los cinco días, mi dolor de garganta había empeorado y regresé a la farmacia.
— El doctor me recetó este antibiótico, pero no me ha curado. ¿Qué hago?
— En caso de médico, consulte a su duda — dijo sonriente el anciano. Y agregó —. ¿Quiere llevar la tisana?

Cuento de origen desconocido

lunes, 15 de diciembre de 2008

El pescador satisfecho

Un hombre muy rico se escandalizó al ver a un pescador tranquilamente recostado contra su barca y fumando una pipa.
— ¿Por qué no has salido a pescar? — le preguntó.
— Porque ya he pescado bastante por hoy — respondió el pescador.
— ¿Y por qué no pescas más de lo que necesitas? — insistió el hombre.
— ¿Y qué voy a hacer con eso? — preguntó a su vez el pescador.
— Ganarías más dinero — fue la respuesta —. De ese modo podrías ponerle un motor a tu barca. Entonces podrías ir a aguas más profundas y pescar más peces. Entonces ganarías lo suficiente para comprarte unas redes de nylon, con las que obtendrías más peces y más dinero. Pronto ganarías para tener dos barcas... y hasta una verdadera flota. Entonces serías tan rico como yo.
— ¿Y qué haría entonces? — preguntó de nuevo el pescador.
— Podrías sentarte y disfrutar de la vida —respondió el hombre.
— ¿Y qué crees que estoy haciendo en este preciso momento? — dijo sonriendo el pescador.

Cuento de origen desconocido

domingo, 14 de diciembre de 2008

Concentración

Después de ganar varios concursos de arquería, el joven y arrogante campeón retó a un maestro zen, que era reconocido por su destreza como arquero.

El joven demostró una notable técnica cuando le dio a la rama de un lejano árbol en el primer intento. Luego, partió esa flecha con el segundo tiro.
— ¡A ver si puedes igualar eso! — le dijo al anciano.

Inmutable, el maestro no desenfundó su arco, pero invitó al joven arquero a que lo siguiera hacia la montaña. Curioso sobre las intenciones del viejo, el campeón lo siguió hacia lo alto de la montaña, hasta que llegaron a un profundo abismo atravesado por un frágil tronco.

Parado con calma en el medio del inestable y peligroso puente, el maestro eligió como blanco una pequeña rama seca, desenfundó su arco, y disparó un tiro limpio y directo.
— Ahora es tu turno — dijo mientras regresaba graciosamente a tierra firme.

Contemplando con terror el abismo aparentemente sin fondo, el joven no pudo obligarse a subir al tronco, y menos a hacer el tiro.
—Eres muy hábil con el arco — dijo el maestro — pero tienes poco dominio de tu mente.

Cuento de la tradición budista zen

sábado, 13 de diciembre de 2008

Persiguiendo dos conejos

Un estudiante de artes marciales se aproximó el maestro con una pregunta: —— Quisiera mejorar mi conocimiento de las artes marciales. Además de aprender contigo quisiera estudiar con otro maestro para dominar un estilo diferente. ¿Que piensas de esta idea?
— El cazador que persigue dos conejos — respondió el maestro — no atrapa ninguno.

Cuento de la tradición budista

viernes, 12 de diciembre de 2008

Un preso singular

Había una vez un preso que solía mirar al exterior a través de una pequeña abertura enrejada en la pared de su celda. Todos los días se asomaba al ventanuco y, cada vez que veía pasar a alguien, estallaba en sonoras e irrefrenables carcajadas. El guardián de la cárcel lo observaba sorprendido, hasta que no pudo contener la curiosidad y le preguntó:
— ¿Se puede saber de qué te ríes?

Y el preso contestó:
— ¿Cómo de qué me río? ¿Estás ciego? ¿No ves que todos ellos están presos detrás de estas rejas?

Cuento popular hindú

jueves, 11 de diciembre de 2008

El brahmán astuto

En un pueblito perdido en la inmensidad del Himalaya, se reunieron un asceta, un peregrino y un brahmán. Comenzaron a comentar cuánto dedicaban a Dios, cada uno de ellos, de aquellas limosnas que recibían de los fieles. El asceta dijo:
— Mirad, lo que yo acostumbro a hacer es trazar un círculo en el suelo y lanzar las monedas al aire. Las que caen dentro del círculo me las quedo para mis necesidades y las que caen fuera del círculo se las ofrendo al Divino.

Entonces, intervino el peregrino:
— Sí, también yo hago un círculo en el suelo y procedo de la misma manera. Pero, por el contrario, me quedo para mis necesidades con las monedas que caen fuera del círculo y doy al Señor las que caen dentro del mismo.

Por último habló el brahmán:
— También yo, queridos compañeros, dibujo un círculo en el suelo y lanzo las monedas al aire. Las que no caen, son para Dios y las que caen las guardo para mis necesidades.

Cuento popular hindú

miércoles, 10 de diciembre de 2008

La felicidad

Un gato grande veía cómo un gatito intentaba agarrarse la cola. Después de un rato, le preguntó:
— ¿Por qué lo haces?

El gatito le explicó:
— Porque he aprendido que lo mejor es la felicidad, y mi cola es la felicidad.

Entonces, el gato grande le dijo:
— Yo también sé que mi cola es la felicidad, pero me he dado cuenta de que cuando la persigo se me escapa y, cuando hago lo que tengo que hacer, ella viene detrás de mí dondequiera que yo vaya.

Cuento popular hindú

El pescador y la botella mágica

Un pescador encontró entre sus redes una botella de cobre con el tapón de plomo. Parecía muy antigua. Al abrirla salió de repente un genio maravilloso que, una vez liberado, le dijo al pescador: — Te concedo tres deseos por haberme sacado de mi encierro. ¿Cuál es tu primer deseo?
— Me gustaría que me hicieras lo bastante inteligente y claro como para hacer una elección perfecta de los otros dos deseos — dijo el pescador.
— Concedido — dijo el genio —, y ahora, ¿cuáles son tus otros dos deseos?

El pescador reflexionó un momento y dijo:
— Muchas gracias, no tengo más deseos.

Cuento de la tradición sufí

Cara o cruz

Un gran general llamado Nobunaga había tomado la decisión de atacar al enemigo, a pesar de que sus tropas eran muy inferiores en número. Él estaba seguro de que vencerían, pero sus hombres no le creían demasiado. En el camino, Nobunaga se detuvo delante de un templo y dijo a sus guerreros:
— Voy a orar para pedir ayuda. Después lanzaré una moneda. Si sale cara venceremos, si sale cruz perderemos. Estamos en manos del destino.

Luego de haber orado unos instantes, Nobunaga salió del templo y arrojó la moneda. Salió cara. La moral de las tropas se elevó de golpe. Los guerreros combatieron con una valentía tan extraordinaria que ganaron la batalla.

Después de la victoria, el ayudante de campo del general le dijo:
— Nadie puede cambiar el destino. Esta victoria inesperada es una nueva prueba.
— ¿Quién sabe? — respondió el general, al mismo tiempo que le enseñaba la moneda, que tenía cara en ambos lados.

Cuento de la tradición budista zen

martes, 9 de diciembre de 2008

Los pies hacia La Meca

Un santo sufí partió en peregrinación hacia La Meca. Al llegar a las inmediaciones de la ciudad, se tendió junto al camino, agotado por el viaje. Apenas se había dormido cuando fue bruscamente despertado por un airado peregrino:
— ¡En este momento en que todos los creyentes inclinan su cabeza hacia La Meca, se te ocurre a ti apuntar con tus pies hacia el sagrado lugar! ¿Qué clase de musulmán eres?

El sufí no se movió; se limitó a abrir los ojos y a decir:
— Hermano, ¿querrías hacerme el favor de colocar mis pies de manera que no apunten hacia el Señor?

Cuento de la tradición sufí, tomado de “La oración de la rana”, de Anthony de Mello

Irascible

Un estudiante del zen acudió a su maestro y le planteó su problema:
— Tengo una irascibilidad ingobernable. ¿Cómo puedo curármela?
— Tienes una cosa muy extraña — respondió el maestro —. Quisiera verla.
— Ahora mismo no puedo mostrársela — repuso el discípulo.
— ¿Y cuándo me la puedes mostrar? — preguntó el maestro.
— Me viene de improviso — explicó el estudiante.
— Entonces — concluyó el maestro —, no ha de ser tu propia y verdadera naturaleza. Si lo fuera, podrías mostrármela en cualquier momento. Cuando naciste no la tenías; y tus padres no te la dieron. Piénsalo bien.

Cuento de la tradición budista zen

El conocimiento del derviche

Cierto derviche era respetado por su devoción y apariencia de virtud. Siempre que alguien le preguntaba cómo se había hecho tan santo, respondía:
— Yo conozco lo que hay dentro del Corán.

Un día, en un café, acababa de dar esta respuesta a alguien que le había preguntado, cuando un hombre preguntó:
— Bueno, ¿qué hay dentro del Corán?

El derviche dijo:
— En el Corán hay dos flores prensadas y una carta de mi amigo Abdullah.

Cuento de la tradición sufí

lunes, 8 de diciembre de 2008

El erudito y el filósofo

Un erudito fue una vez a ver a un filósofo práctico, para determinar los orígenes de su sistema. En cuanto le planteó su pregunta, el maestro le ofreció al erudito una deliciosa pera. Cuando la hubo comido, le preguntó si deseaba otra. El erudito saboreó la segunda pera. Entonces, el filósofo dijo:
— ¿Está usted interesado en averiguar dónde creció esta pera?
— No — dijo el erudito.
— Esa es su respuesta sobre mi sistema — dijo el maestro.

Cuento de la tradición sufí

Tarjeta de visita

Keichú, el gran maestro zen, era abad del templo principal de Kyoto. Cierto día, el gobernador de la ciudad fue a visitarlo por primera vez. El asistente de Keichú le presentó la tarjeta del visitante, en la que estaba escrito: “Kitagaki, Gobernador de Kyoto”.
— No tengo nada que ver con esa persona — dijo Keichú al asistente —. Ve y dile que se marche.

El asistente devolvió la tarjeta pidiendo disculpas.
— El error fue mío — dijo el gobernador. Y con un lápiz tachó las palabras “Gobernador de Kyoto” —. Ve a preguntar de nuevo a tu maestro.
— ¡Ah! ¿Es Kitagaki? — exclamó el maestro cuando leyó la tarjeta —. Quiero recibir a esa persona.

Cuento de la tradición budista zen

Dejar pasar la luz

Un padre solía llevar con él a misa a uno de sus hijos, de tres o cuatro años. Iban siempre a una iglesia que tenía unos vitrales con imágenes. Un día, el pequeño le preguntó a su padre:
— ¿Quiénes son los que están en las ventanas?

El padre, sin más explicaciones, le dijo:
— Son santos.

Algún tiempo después, se hablaba en su casa de la beatificación de un sacerdote santo. Y el padre le preguntó al pequeño:
— ¿Tú sabes lo que es un santo?
— Sí — dijo el niño —. Santos son los que dejan pasar la luz.

Cuento de la tradición católica

domingo, 7 de diciembre de 2008

La estatua

Había una vez una estatua, a la salida de un pueblo, que señalaba con el índice de la mano derecha. Colgado del dedo había un cartel con la inscripción “Para obtener un tesoro, golpea en este sitio”.

Su origen era desconocido pero generaciones de hombres habían golpeado el índice de la estatua con martillos, palos y toda clase de objetos. Como estaba hecha de la piedra más dura, los golpes no le hacían mella y el significado del mensaje se mantenía oculto.

Cierto día, un sabio, que permanecía absorto mirando la estatua, observó que exactamente al mediodía la sombra del dedo señalador, ignorada por siglos, marcaba un sitio en el zócalo al pie de la imagen.

Colocó una pequeña piedra para recordar el lugar, consiguió un pico y una pala, y con no poco esfuerzo hizo saltar la losa. Esta resultó ser una compuerta en el techo de una caverna subterránea que ocultaba incontables tesoros. Pero como el sabio amaba más los conocimientos que la riqueza, volvió a dejar la losa en su lugar para que otra persona tuviera la oportunidad de descifrar el misterio que él había descubierto.

Cuento de la tradición sufí

El tonto en la ciudad

Había una vez un tonto que llegó a una gran ciudad y quedó confundido por la cantidad de gente que había en las calles. Temiendo que, si se dormía, al día siguiente no podría encontrarse a sí mismo en medio de semejante muchedumbre, ató un globo a su tobillo a fin de poder reconocerse.

Un bromista, dándose cuenta del hecho, esperó a que se durmiera, le sacó el globo y lo ató a su propia pierna. Luego, se acostó a dormir en el piso junto a él. El tonto despertó primero y vio el globo. Inmediatamente pensó que el otro hombre era él y lo zamarreó gritando:
— Si tú eres yo, entonces, ¿quién soy yo, y dónde estoy?

Cuento popular judío

El anillo del rey

Había una vez un rey cuyo poder se extendía sobre el mundo entero y a quien le gustaba rodearse de hombres sabios. Cierto día, les dijo:
— Ha surgido un extraño deseo en mi corazón. Quiero que fabriquen para mí un anillo de tal clase que, al verlo, me ponga alegre si estoy triste y me entristezca si estoy alegre.

Los sabios deliberaron durante muchos días y noches sin encontrar la solución al curioso pedido del rey. Una tarde, estaban discutiendo la cuestión mientras tomaban té en la plaza del mercado, cuando pasó por allí un humilde herrero que escuchó sus palabras.
— Señores, disculpadme la intromisión — dijo haciendo una reverencia —, yo fabricaré el anillo que el rey desea.
— Por las herramientas que llevas, vemos que eres un simple herrero — contestaron los sabios conteniendo una sonrisa —. ¿Podrás resolver un problema que a nosotros nos ha desvelado durante días y noches?
— Mañana por la mañana, el rey tendrá su anillo — repuso el hombre.

Al día siguiente, bien temprano, el artesano se presentó en palacio y los sabios lo llevaron ante la presencia del rey. Una vez allí, el hombre extrajo de su bolsa un anillo de hierro forjado en el cual estaban grabadas las palabras: “ESTO TAMBIEN PASARA”.

Admirado por la sabiduría del herrero, el rey lo nombró su consejero principal y lo colmó de honores.

Cuento de la tradición sufí

sábado, 6 de diciembre de 2008

El rey y su bufón

Un rey estaba sentado melancólicamente a la orilla de un arroyo. Su estado asustaba e inquietaba a los emires, ya que nada lo distraía. Entonces, le prometieron al bufón favorito del rey llenarlo de presentes si lograba hacerlo reír.

A pesar de los esfuerzos, el bufón no conseguía distraer a su rey, que seguía contemplando el arroyo sin levantar la cabeza. Finalmente, el bufón le preguntó al rey:
— ¿Qué ves en ese arroyo?

Y el rey le respondió:
— Veo a un insolente que siempre me fastidia.

Entonces, el bufón le dijo:
— Oh, rey del mundo, tu servidor tampoco es ciego. Ve lo mismo que tú.

Cuento de la tradición sufí

El tartamudo

Había una vez un rabí que era tartamudo. Un día, en un juicio, decidió en contra de una persona que era grosera. El perdedor se enojó y empezó a llamarlo mentiroso, estafador, sobornado, ignorante y otros calificativos por el estilo. Entonces, el rabí replicó:
— ¡Y tú eres un tar… ta… mu… do!
— ¿Yo tartamudo? — preguntó el litigante.
— Claro que sí — contestó el rabí —. Si tú me llamas lo que eres, yo puedo llamarte lo que soy.

El hombre partió avergonzado.

Cuento de la tradición jasídica

¿Más exigente que Dios?

Rabí Moisés Leib le dio una vez su última moneda a un hombre de mala reputación. Sus discípulos se lo reprocharon y él les respondió:
— ¿Puedo ser más exigente que Dios, que me dio la moneda a mí?

Cuento de la tradición jasídica

viernes, 5 de diciembre de 2008

El campesino hambriento

Cierta vez, en el antiguo Japón, un campesino no tenía con qué alimentar a su familia. Desesperado, recordó la costumbre que prometía una fuerte recompensa al que fuera capaz de desafiar y vencer al maestro de una escuela de sable.Aunque no había tocado un arma en su vida, el campesino desafió al maestro más famoso de la región.

El día fijado para el duelo, delante de un público numeroso, se enfrentaron los dos hombres. El campesino, sin mostrarse nada impresionado por la fama de su adversario, lo esperaba a pie firme. El maestro de sable se sintió un poco preocupado por tanta determinación. "¿Quién será este hombre que parece tan tranquilo?", pensó. "Jamás un simple campesino hubiera tenido el valor de desafiarme. ¿Será un enviado de mis enemigos?"

El campesino, empujado por el hambre, se adelantó resueltamente hacia su rival y levantó la espada sobre su cabeza. El maestro dudó, desconcertado por ese gesto que dejaba totalmente al descubierto el pecho de su adversario y pensó: "Es tan bueno en el arte del combate que ni siquiera necesita defenderse". Entonces retrocedió, movido por el miedo. Antes de que comenzara siquiera el asalto, sintió que sería derrotado, bajó la espada y dijo:
— Me has vencido. Entre todas las escuelas de lucha, la mía es la más renombrada. Es conocida con el nombre de "escuela que en un solo gesto lleva diez mil golpes". ¿Puedo preguntarte, respetuosamente, cuál es el nombre de tu escuela?
— La escuela del hambre — contestó el campesino.

Cuento de la tradición budista zen

Los dragones

Al rey Seko le gustaban mucho los dragones. Las paredes de su palacio estaban llenas de pinturas de dragones; los suelos lucían con mosaicos de dragones; en los salones había dragones esculpidos en estatuas, en frisos...

Una mañana, al levantarse el rey Seko y abrir la ventana, un gran dragón entró por ella y le mostró sus fauces. El rey, completamente conmocionado, se desmayó.

Al rey Seko sólo le gustaban las imitaciones de dragones. Le daban miedo los auténticos dragones.

Cuento de la tradición budista zen

Las críticas

Cierta vez, el maestro Nasrudín y su hijo emprendieron un viaje. El maestro prefirió que su hijo viajara montado en el burro y él ir caminando. En el camino encontraron a un hombre que dijo:
— ¡Miren a ese niño joven y fuerte! Así es la juventud de hoy en día. No tiene respeto por los mayores. ¡El va montado sobre el burro y hace caminar a su pobre padre!

Cuando esas personas quedaron atrás, el niño se sintió muy avergonzado e insistió en caminar y que su padre fuera montado sobre el burro.

Poco más tarde, se cruzaron con otras personas, que dijeron:
— ¡Miren eso! Ese pobre niño tiene que caminar mientras que su padre monta sobre el burro.

Cuando hubieron pasado a esas personas, Nasrudín dijo a su hijo:
— Creo que lo mejor será que los dos caminemos. Así nadie se quejará.

Continuaron su viaje, ambos caminando. Poco más tarde, se encontraron con otros, quienes dijeron:
— ¡Miren a esos tontos! ¡Ambos caminan bajo este sol ardiente y ninguno de ellos monta sobre el burro!

Ante esto, Nasrudín se volvió hacia su hijo y dijo:
— Esto sirve para demostrar qué difícil es escapar de las opiniones de las personas.

Cuento de la tradición sufí

jueves, 4 de diciembre de 2008

Amor a los pobres

Cuando Levi Izjak fue nombrado rabino de Berditschev, convino con los dirigentes de la comunidad en que no lo invitarían a las reuniones salvo que quisieran introducir una innovación de importancia en las costumbres.

En la primera asamblea a que lo llamaron preguntó:
— ¿Qué innovación proponen ustedes?
— Queremos — le explicaron — que los pobres no tengan que pedir limosna en las puertas de las casas. Pondremos una alcancía en la sinagoga para que las personas pudientes echen en ella sus óbolos, que se repartirán entre los necesitados.
— Hermanos míos — repuso el rabí —, les he pedido que no me distrajeran en mis estudios y que no me invitaran a las reuniones que ustedes celebran, a no ser por alguna innovación en los usos y costumbres de la comunidad.
— ¡Pero maestro, lo que le aconsejamos hoy es una innovación!
— Creo que se equivocan. Era una antigua costumbre en Sodoma Y Gomorra. Hay una conocida historia sobre una doncella de Sodoma que entregó pan a un mendigo y fue repudiada. ¿Quién sabe? Quizá tenían ellos también una alcancía en la sinagoga, para que los pudientes depositasen allí sus limosnas y no debiesen mirar a los pobres a los ojos.

Cuento de la tradición jasídica

Respira sobre ella

Una vez, la cabra de un pobre campesino contrajo una enfermedad llamada sarna. En aquella época, la sarna se curaba aplicando una bolsa de brea sobre las partes enfermas. Sin embargo, este hombre era muy puro y simple. Llevó la cabra ante Nasrudín y le dijo:
— Señor, yo sé que usted es un hombre religioso. Por favor, respire sobre ella y cúrela.
— Muy bien — respondió Nasrudín —, respiraré sobre ella si lo desea. Pero si yo fuera usted, no vacilaría en ponerle, además, un poco de brea.

Cuento de la tradición sufí

El pozo y el balde

Un día, Ebrahim llegó a un pozo. Hizo bajar el balde y éste emergió lleno de oro. Lo vació y volvió a bajarlo, y esta vez emergió lleno de perlas. Con buen humor, volvió a vaciarlo.

“Oh, Dios”, gritó, “me estás ofreciendo un tesoro. Yo sé que eres todopoderoso y Tú sabes que nada de esto me engañaría. Dame agua para que pueda hacer mis abluciones”.

Cuento de la tradición sufí

miércoles, 3 de diciembre de 2008

Camino embarrado

Dos monjes budistas andaban juntos por un camino embarrado mientras llovía intensamente. Al llegar a un recodo, vieron a una hermosa joven con kimono de seda, que no se animaba a cruzar un charco.
— Vamos, niña — dijo inmediatamente uno de los monjes y, levantándola en brazos, la llevó del otro lado.

El otro monje guardó silencio hasta la noche, cuando llegaron a un templo en que alojarse. Entonces, ya no se pudo contener:
— Los monjes — dijo — no nos acercamos a las mujeres, sobre todo si son jóvenes y hermosas. Es peligroso. ¿Por qué has hecho eso?
— Yo he dejado allá a la muchacha — repuso el otro — ¿Tú todavía la traes contigo?

Cuento de la tradición budista zen

Demasiado apuro

El rabí de Berditschev, al ver a un hombre que andaba muy apurado por la calle, sin mirar ni a derecha ni a izquierda, le preguntó:
— ¿Adónde corres así?
— A ganarme el sustento — respondió el hombre.
— ¿Cómo sabes con certeza — replicó el rabí — que tu sustento corre delante de ti y que has de perseguirlo a la carrera? ¿Quién sabe? Tal vez esté detrás de ti y sería conveniente esperarlo en lugar de huir de él como lo haces.

Cuento de la tradición jasídica

El anillo

Un pobre llamó a la puerta de rabí Shmelke. No había dinero en la casa y entonces el rabí le dio un anillo. Un momento después, su mujer lo abrumó con reproches por regalar una alhaja tan valiosa, con una piedra tan grande y preciosa, a un pordiosero desconocido. Rabí Shmelke mandó llamar al pobre y le dijo: “Acabo de saber que el anillo que te di es de gran valor. Ten cuidado de no venderlo por muy poco dinero”.

Cuento de la tradición jasídica

martes, 2 de diciembre de 2008

El pájaro cautivo

Había una vez un mercader que tenía enjaulado un pájaro originario de la India. Como, a pesar de mantenerlo cautivo, sentía aprecio por él, le dijo:
— Partiré de viaje a tu tierra natal. ¿Quieres que te traiga algo de allí?
— Ya que no estás dispuesto a darme la libertad, visita la jungla en que nací y anuncia a mis hermanos que me tienes cautivo- respondió el pájaro.

El mercader así lo hizo y, apenas les hubo dado la noticia, un pájaro silvestre semejante al que retenía en la jaula cayó al suelo y quedó inmóvil. El comerciante pensó que debía ser un pariente de su ave y se sintió triste por haber sido la causa de su muerte.

De regreso al hogar, el pájaro le preguntó si traía buenas nuevas de la India.
— Me temo que no —respondió el mercader —. Uno de tus parientes sufrió un colapso y cayó a mis pies cuando mencioné tu cautiverio.

Apenas hubo dicho estas palabras, el ave tambaleó y se desplomó en el fondo de la jaula. “La noticia de la muerte de su pariente también lo ha afectado”, pensó el mercader. Y, entristecido, recogió al pájaro y lo depositó con cuidado en el alféizar de la ventana. De inmediato, el ave revivió y voló al árbol más cercano.
— Lo que creías una tragedia era un mensaje que me enviaba mi hermano — dijo el pájaro —. El me indicó la manera de escapar de ti.

Y se alejó volando, libre al fin.

Cuento popular árabe

El río y el desierto

Había una vez un río que, después de un largo recorrido, llegó a las orillas del desierto ardiente. En vano quiso atravesarlo porque, cada vez que lo intentaba, la arena le absorbía el agua.
— ¿Qué puedo hacer? — se lamentó el río en alta voz.
— Puesto que el viento atraviesa el desierto — le contestó una voz misteriosa que provenía de las arenas rojizas-, tú también puedes hacerlo.
— Pero, ¿cómo voy a poder? — preguntó el río sorprendido —. El viento no tiene más que volar, en cambio yo...
— Déjate absorber por el viento — respondió la voz —. El te llevará más allá de las arenas.

Entonces, el río se abandonó en brazos del viento, que lo convirtió en nubes. Luego, el viento empujó las nubes a través de las arenas y lo dejó caer en forma de lluvia sobre unas montañas que había del otro lado. Así, el río pudo atravesar el desierto, tal como le había dicho la voz.

Cuento de la tradición sufí

El preso y la hormiga

Había una vez un preso que llevaba años viviendo absolutamente solo en su celda. No podía ver a nadie ni hablar con persona alguna, y le servían la comida a través de una ventanita que había en la puerta.

Cierta mañana, entró una hormiga en su solitario encierro. El hombre contempló fascinado cómo el insecto caminaba por el suelo áspero de la celda. Desde ese momento y, durante las largas jornadas, lo tomaba en la palma de la mano, le daba miguitas de su pan y lo guardaba por la noche bajo su plato de hojalata.

Y un día, de pronto, descubrió que había tardado diez largos años de reclusión en comprender el encanto de una hormiga.

Cuento tomado de “La oración de la rana”, de Anthony de Mello

lunes, 1 de diciembre de 2008

El precio de la comida

Un hombre pobre paseaba por las calles con sólo un pedazo de pan en la mano. Al pasar por un restaurante, vio unas deliciosas albóndigas friéndose en una sartén. Con la esperanza de capturar un poco de ese delicioso aroma, sostuvo el pedazo de pan por encima de la sartén por unos pocos segundos y luego se lo comió. Le pareció que realmente había mejorado su sabor. Sin embargo, el dueño del restaurante, que lo había visto, lo agarró por el cuello y lo condujo ante el juez, que era un hombre justo. El dueño del restaurante exigía que el pobre campesino pagara por las albóndigas.

El juez lo escuchó atentamente, extrajo dos monedas de su bolsillo y le dijo:
— Párese junto a mí por un minuto.

El dueño del restaurante obedeció y el juez sacudió su puño, haciendo sonar las monedas en el oído del demandante.
— ¿Para qué hace esto? — preguntó el dueño.

El juez respondió:

— Acabo de pagar por sus albóndigas. Con seguridad, el sonido de mi dinero es un justo pago por el aroma de su comida.

Cuento de la tradición árabe

El poder de la sugestión

Un grupo de alumnos de Nasrudín, encabezados por Ismael, el de peor conducta y asistencia, organizaron una broma para su maestro.

Se dispersaron una mañana por el camino que recorría Nasrudín para ir a la escuela y, apenas éste salió de su casa, se encontró con el primer bromista, que le dijo:
— Maestro, estás pálido y ojeroso, ¿estás seguro de sentirte bien?

Nasrudín sonrió y, sin contestarle, continuó su camino.

Un segundo alumno apareció a los pocos metros y exclamó:
— Nasrudín, qué mal lo veo. ¿No sería mejor que se metiera en la cama por unos días?

Nasrudín comenzó a preocuparse un poco.

Ocho alumnos más se le acercaron a lo largo del camino con comentarios del mismo tipo. En ese punto, el maestro ya sudaba frío y las piernas le temblaban. Al llegar tambaleante a la puerta de la escuela, se encontró con Ismael, que lo esperaba con los brazos abiertos, diciéndole:
— Nasrudín, se lo ve terriblemente mal.
— Es verdad — dijo el maestro- y en ese mismo instante se desmayó.

Nasrudín debió guardar cama por un mes, y los alumnos tuvieron las vacaciones esperadas.

Cuento de la tradición sufí

La medalla

Había una madre que no conseguía que su hijo pequeño regresara a casa antes del anochecer, después de jugar.

Para asustarlo, le dijo que había unos espíritus que salían al camino tan pronto se ponía el sol. Desde aquel momento, el niño ya no volvió a retrasarse.

Pero cuando creció, tenía tanto miedo a la oscuridad y a los espíritus que no había manera de que saliera de noche.

Entonces, su madre le dio una medalla y lo convenció de que, mientras la llevara consigo, los espíritus no se atreverían a atacarlo. El muchacho salió a la oscuridad bien aferrado a su medalla.

La madre había conseguido que, además del miedo que tenía a la oscuridad y a los espíritus, se agregara el miedo a perder la medalla.

Cuento tomado del libro “El canto del pájaro”, de Anthony de Mello