jueves, 30 de abril de 2009

El rey, el cirujano y el sufí

Cierto día, el rey de Tartaria paseaba con algunos de sus nobles cuando encontró, al costado del camino, a un sabio sufí errante. El sabio exclamó:
— Le daré un buen consejo a quienquiera que me pague cien dinares.

El rey se detuvo y dijo:
— ¿Cuál es ese buen consejo que me darás a cambio de cien dinares?
— Señor — respondió el sufí —, ordena que se me entregue dicha suma y te daré el consejo inmediatamente.

El rey así lo hizo, esperando escuchar algo extraordinario. Pero el hombre le dijo:
— Este es mi consejo: nunca comiences nada sin reflexionar sobre cuál será su final.

Ante estas palabras, todos los presentes estallaron en carcajadas, diciendo que el sufí había sido listo al pedir el dinero por adelantado. Pero el rey los reconvino:
— No tienen motivo para reírse del buen consejo que este hombre me ha dado. Nadie ignora que deberíamos reflexionar antes de hacer cualquier cosa. Sin embargo, diariamente somos culpables de no recordarlo y las consecuencias son nefastas. Aprecio mucho este consejo.

Así, el rey decidió recordar siempre esas palabras y ordenó que fuesen escritas en las paredes con letras de oro e, incluso, grabadas en su vajilla de plata.

Poco después, un intrigante de la corte concibió la idea de matar al rey. Sobornó al cirujano real con la promesa de nombrarlo primer ministro si clavaba una lanceta envenenada en el brazo del soberano. Cuando llegó el momento de extraerle sangre, se colocó una bandeja para recogerla. De pronto, el cirujano vio las palabras grabadas allí: “Nunca comiences nada sin reflexionar sobre cuál será su final”.

Fue entonces cuando el cirujano se dio cuenta de que, si el intrigante se convertía en rey, lo primero que haría sería ejecutarlo y así no necesitaría cumplir su compromiso. El rey, viendo que el cirujano temblaba, le preguntó qué le ocurría, y éste le confesó la verdad inmediatamente.

El autor de la intriga fue capturado; el rey reunió a todas las personas que habían estado presentes cuando el sabio le diera el consejo, y les dijo:
— ¿Todavía se ríen del sufí?

Cuento de la tradición sufí

miércoles, 29 de abril de 2009

La sospecha

Un hombre perdió su hacha y sospechó del hijo de su vecino. Observó la manera de caminar del muchacho: exactamente como un ladrón. Observó la expresión del joven: como la de un ladrón. Observó también su forma de hablar: igual a la de un ladrón. En fin, todos sus gestos y acciones lo denunciaban culpable del hurto.

Pero más tarde encontró su hacha en un valle. Y después, cuando volvió a ver al hijo de su vecino, todos los gestos y acciones del muchacho parecían muy diferentes de los de un ladrón.

Cuento de origen desconocido

martes, 28 de abril de 2009

La pareja perfecta

Un matrimonio de recién casados mantenía fuertes discusiones, así que decidieron acudir al hombre sabio del lugar en busca de ayuda.
— La pareja perfecta es aquella en que los dos se convierten en uno — dijo el sabio.
— De acuerdo — contestaron ambos al unísono —. Pero, ¿cuál de los dos?

Cuento tomado del libro “Los 120 mejores cuentos de las tradiciones espirituales de Oriente”, de Ramiro Calle y Sebastián Vázquez.

lunes, 27 de abril de 2009

La ayuda de Dios

Un hombre se perdió en el desierto. Y más tarde, refiriendo su experiencia a sus amigos, les contó cómo, absolutamente desesperado, se había puesto de rodillas y había implorado la ayuda de Dios.
— ¿Y respondió Dios tu plegaria? — le preguntaron.
— ¡Oh, no! Antes de que pudiera hacerlo, apareció un explorador y me indicó el camino.

Cuento recopilado por Anthony de Mello

domingo, 26 de abril de 2009

El vendedor de lanzas y escudos

En el Reino de Chu vivía un hombre que vendía lanzas y escudos.
— Mis escudos son tan sólidos — se jactaba — que nada puede traspasarlos. Mis lanzas son tan agudas que nada hay que no puedan penetrar.
— ¿Qué pasa si una de tus lanzas choca con uno de tus escudos? — preguntó alguien.

El vendedor no supo qué contestar.

Cuento popular chino

sábado, 25 de abril de 2009

Yo por ti y tú por mí

Nasrudín, caminaba tranquilamente por el campo en un día soleado. Mientras miraba el paisaje, observó que delante de él otra persona también caminaba en la misma dirección. En cierto momento, éste miró hacia atrás y vio a Nasrudín a cierta distancia. Entonces pensó: “Seguramente es un atracador y está esperando la oportunidad para quitármelo todo”. En ese momento empezó a correr despavorido.

Nasrudín, que lo observaba desde atrás con atención, al verlo correr de esa forma, pensó: “Seguramente le ha pasado algo y necesita ayuda”. Y entonces él también empezó a correr a toda velocidad. De esta forma, los dos corrían por el campo uno tras otro.

El primer hombre ya no podía más y, en su debilidad, tropezó con una piedra, rodó por el suelo y quedó medio atrapado entre unos matorrales. Se quedó allí quieto y agazapado, con la esperanza de que Nasrudín no lo viera cuando pasara. Pero Nasrudín tropezó con la misma piedra, rodó igualmente y fue a parar justo encima del hombre. Éste gritaba:
— Por favor, no me hagas nada.

Nasrudín, sorprendido, se quedó mirando a la otra persona y dijo:
— Sabes qué, creo que tú estás aquí por mí y yo estoy aquí por ti.

Cuento de la tradición sufí

viernes, 24 de abril de 2009

Las preguntas

Un discípulo confundido veía cómo se agolpaban las preguntas en su mente. Un día, decidió consultar a su maestro sobre el problema que lo atormentaba:
— Maestro, ¿cómo sabré cuándo he encontrado el camino de la liberación interior?
— Sabrás que estás en la senda de la liberación cuando ya no te hagas ese tipo de preguntas.

Cuento de origen desconocido

jueves, 23 de abril de 2009

Las ediciones invisibles

Tet-sugen, un alumno de zen, asumió un tremendo compromiso: imprimir siete mil ejemplares de los libros sagrados, que hasta entonces sólo podían conseguirse en chino.

Viajó a lo largo y ancho de Japón recaudando fondos para su proyecto. Algunas personas adineradas le dieron hasta cien monedas de oro, pero el grueso de la recaudación lo constituían las pequeñas aportaciones de los campesinos. Y Tet-sugen expresaba a todos el mismo agradecimiento, prescindiendo de la suma que le dieran.

Al cabo de diez largos años viajando de aquí para allá, consiguió recaudar lo necesario para su proyecto. Justamente entonces se desbordó el río Uji, dejando en la miseria a miles de personas. Entonces Tet-sugen empleó todo el dinero que había recaudado en ayudar a aquellas pobres gentes.

Luego comenzó de nuevo a recolectar fondos. Y otra vez pasaron varios años hasta que consiguió la suma necesaria. Entonces se desató una epidemia en el país, y Tet-sugen volvió a gastar todo el dinero en ayudar a los enfermos, salvándolos de la muerte.

Una vez más, volvió a empezar de cero y, por fin, al cabo de veinte años, su sueño se vio hecho realidad.

Las planchas con que se imprimió aquella primera edición de los libros sagrados se exhiben actualmente en el monasterio Obaku, de Kyoto.

Los japoneses cuentan a sus hijos que Tet-sugen sacó, en total, tres ediciones de los libros sagrados, pero que las dos primeras son invisibles y muy superiores a la tercera.

Cuento de la tradición budista zen

miércoles, 22 de abril de 2009

El muro desmoronado

Había una vez un hombre rico en el Reino de Sung. Después de un aguacero, el muro de su casa empezó a desmoronarse.
— Si no reparas ese muro — le dijo su hijo —, por ahí puede entrar un ladrón.

Un viejo vecino le hizo la misma advertencia.

Aquella noche le robaron una gran suma de dinero al hombre rico, quien elogió la inteligencia de su hijo, pero desconfió de su viejo vecino.

Cuento popular chino

martes, 21 de abril de 2009

Atención

Un hombre está solo, hablando en voz baja. Un amigo se le acerca y le pregunta:
— ¿Estás hablando con alguien? Hace rato que veo que murmuras.
— Estoy hablando conmigo mismo — responde el hombre.
— ¿Y qué te dices?
— No sé, no me estoy prestando atención.

Cuento de origen desconocido

lunes, 20 de abril de 2009

El ciervo soñado

Un leñador de Cheng se encontró con un ciervo asustado y lo mató. Para evitar que otros lo descubrieran, lo enterró en el bosque y lo tapó con hojas y ramas.

Poco después, olvidó el sitió donde lo había ocultado y creyó que todo había ocurrido en un sueño. Lo contó como tal a toda la gente. Pero entre los oyentes hubo uno que no creyó que se tratara de un sueño. Fue a buscar al ciervo escondido y lo encontró. Lo llevó a su casa y le dijo a su mujer:
— Un leñador soñó que había matado un ciervo y olvidó dónde lo había escondido. Ahora yo lo he encontrado. Este hombre sí que es un soñador.
— Tú debes haber soñado que viste a un leñador que había matado un ciervo. ¿Realmente crees que hubo un leñador? Pero como aquí está el ciervo, debe ser verdad — dijo la mujer.
— Aun suponiendo qué encontré al ciervo por un sueño — contestó el marido —, ¿a qué preocuparse averiguando cuál de los dos soñó?

Aquella noche, el leñador volvió a su casa pensando todavía en el ciervo, y realmente soñó. En el sueño, vio quién lo había encontrado. Al alba fue a casa del otro y encontró al ciervo. Ambos discutieron y fueron ante un juez, para que resolviera el asunto. El juez le dijo al leñador:
— Realmente mataste un ciervo y creíste que era un sueño. Después soñaste realmente y creíste que era verdad... El otro encontró el ciervo y ahora lo disputa, aunque su mujer piensa que soñó que había encontrado un ciervo. Pero como aquí está el ciervo, lo mejor es que lo repartan.

El caso llego a oídos del rey Cheng, quien dijo:
— ¿Y ese juez no estará soñando que reparte un ciervo?

Cuento popular chino

domingo, 19 de abril de 2009

¿Quién está más loco?

Unos hombres fueron a inspeccionar un manicomio famoso por el acertado tratamiento que allí se daba a los pacientes. Entre los muchos enfermos, encontraron a uno de ellos extremadamente sonrojado y que desprendía un gran calor. Preguntaron a los médicos encargados sobre aquel caso tan singular.
— Es el enfermo más antiguo del hospital — contestaron aquellos sabios —. Ese hombre se cree un horno.
— ¿Y cómo, con sus conocimientos, no han podido curarlo?
— Bueno…, verán — se disculparon los médicos —, lo que ocurre es que hace un pan excelente.

Cuento tomado del libro “Los 120 mejores cuentos de las tradiciones espirituales de Oriente”, de Ramiro Calle y Sebastián Vázquez.

sábado, 18 de abril de 2009

La olla de codornices

Nasrudín salió de caza y logró atrapar media docena de codornices. Las metió en una olla, las cocinó con diversos condimentos, las cubrió con una tapa y salió a invitar a sus amigos a cenar.

Mientras él estaba afuera, alguien entró en su casa, se llevó las codornices cocinadas y dejó en su lugar otras vivas.

Un rato después, el mullah regresó con sus amigos y, orgulloso, levantó la tapa de la olla. Inmediatamente, las codornices levantaron vuelo y desaparecieron de su vista. Admirado, Nasrudín dijo:
— ¡Oh, mi Dios! Esto sí que es un milagro. ¡Querido Señor, yo sé que eres el único capaz de resucitar a los muertos! Pero, ¿puedo preguntarte qué hiciste con la manteca, la sal, la pimienta y todas las demás especias?

Cuento de la tradición sufí

viernes, 17 de abril de 2009

La no violencia

Una serpiente había mordido a tantos habitantes de la aldea que eran muy pocos los que se atrevían a aventurarse en los campos. Pero era tal la santidad del Maestro, que se corrió la noticia de que había domesticado a la serpiente y la había convencido de que practicara la disciplina de la no violencia.

Al poco tiempo, los habitantes de la aldea descubrieron que la serpiente se había vuelto inofensiva. De modo que se dedicaron a tirarle piedras y a arrastrarla de un lado a otro, agarrándola por la cola.

El pobre y apaleado reptil llegó una noche hasta la casa del Maestro para quejarse. El Maestro le dijo:
— Amiga mía, has dejado de atemorizar a la gente y eso no es bueno.
— ¡Pero si fuiste tú quien me enseñó a practicar la disciplina de la no violencia!
— Yo te dije que dejaras de hacer daño, no de silbar.

Cuento de origen desconocido

jueves, 16 de abril de 2009

El rey sabio

Había una vez un rey sabio y poderoso que gobernaba en la remota ciudad de Wirani. Este rey era temido por su poder y amado por su sabiduría.

En el corazón de aquella ciudad había un pozo cuya agua era fresca y cristalina. De ella bebían todos los habitantes, incluso el rey y sus cortesanos, porque en Wirani no había otro pozo.

Una noche, mientras todos dormían, una bruja entró en la ciudad, derramó siete gotas de un extraño líquido en el pozo y dijo:
— De ahora en adelante, todo el que beba de esta agua se volverá loco.

A la mañana siguiente, salvo el rey y su gran chambelán, todos los habitantes bebieron el agua del pozo v enloquecieron, tal como lo había predicho la bruja.

Durante aquel día, las gentes no hicieron sino susurrar entre sí en las calles estrechas y en las plazas públicas:
— El rey está loco. Nuestro rey y su gran chambelán han perdido la razón. Naturalmente, no podemos ser gobernados por un rey loco. Es preciso destronarlo.

Aquella noche, el rey ordenó que le llevasen un vaso de oro con agua del pozo. Cuando se lo trajeron, bebió copiosamente y dio de beber a su gran chambelán.

Entonces, hubo gran regocijo en aquella remota ciudad de Wirani porque el rey y su gran chambelán habían recobrado la razón.

Cuento de Gibran Khalil Gibran

miércoles, 15 de abril de 2009

La advertencia

El gurú y el discípulo estaban conversando sobre cuestiones místicas. El maestro concluyó con la entrevista diciéndole:
— Todo lo que existe es Dios.

El discípulo no entendió la verdadera naturaleza de las palabras de su mentor. Salió de la casa y comenzó a caminar por una callejuela. De pronto, vio frente a él un elefante que venía en dirección contraria, ocupando toda la calle. El jovencito que conducía al animal gritó avisándole:
— ¡Eh, oiga, apártese, déjenos pasar!

Pero el discípulo, inmutable, se dijo: "Yo soy Dios y el elefante es Dios, así que, ¿cómo puede tener miedo Dios de sí mismo?".

Razonando de este modo evitó apartarse. El elefante llegó hasta él, lo agarró con la trompa y lo lanzó al tejado de una casa, rompiéndole varios huesos.

Semanas después, repuesto de sus heridas, el discípulo acudió al mentor y se lamentó de lo sucedido. El gurú replicó:
— De acuerdo, tú eres Dios y el elefante es Dios. Pero Dios, en la forma del muchacho que conducía el elefante, te avisó para que dejaras el paso libre. ¿Por qué no hiciste caso de la advertencia de Dios?

Cuento de la tradición hindú

martes, 14 de abril de 2009

El espejo

Un campesino chino fue a la ciudad para vender la cosecha de arroz y su mujer le pidió que no se olvidase de traerle un peine.

Después de vender su arroz, el campesino se reunió con unos compañeros, y bebieron y lo celebraron largamente. Luego, un poco confuso en el momento de regresar, se acordó de que su mujer le había pedido algo, pero ¿qué era? No lo podía recordar. Entonces compró en una tienda para mujeres lo primero que le llamó la atención: un espejo. Y regresó al pueblo.

Entregó el regalo a su mujer y se marchó a trabajar sus campos. La mujer se miró en el espejo y comenzó a llorar desconsoladamente. La madre le preguntó la razón de aquellas lágrimas. La mujer le dio el espejo y le dijo:
— Mi marido ha traído a otra mujer, joven y hermosa.

La madre tomó el espejo, lo miró y le dijo a su hija:
—No tienes de qué preocuparte, es una vieja.

Cuento popular chino

lunes, 13 de abril de 2009

El buscador de la verdad

A un visitante, que se definía a sí mismo como "buscador de la verdad", le dijo el Maestro:
— Si lo que buscas es la verdad, hay algo que es preciso que tengas por encima de todo.
— Ya lo sé: una irresistible pasión por ella.
— No. Una incesante disposición a reconocer que puedes estar equivocado.

Cuento de origen desconocido

domingo, 12 de abril de 2009

El abrigo del mullah

Al bajar de la terraza de su casa, donde acababa de hacer la siesta, Nasrudín dio un traspié al pisar un escalón y rodó escaleras abajo.
— Pero, ¿qué pasa? — le gritó su mujer que, desde la cocina, había oído el ruido de su caída.
— Nada importante — respondió Nasrudín, poniéndose de pie como podía —Ha sido mi abrigo que se ha caído por la escalera.
— ¿Tu abrigo?.. Pero, ¿y ese ruido?
— El ruido ha sido porque yo iba dentro de él.

Cuento de la tradición sufí

sábado, 11 de abril de 2009

El caracol arcángel

Una vieja fábula oriental cuenta la llegada de un caracol al cielo. El animalito había venido arrastrándose kilómetros y kilómetros desde la tierra, dejando un surco de baba por los caminos y perdiendo también trozos del alma por el esfuerzo. Y al llegar al mismo borde del pórtico del cielo, San Pedro lo miró con compasión. Lo acarició con la punta de su bastón y le preguntó:
— ¿Qué vienes a buscar tú en el cielo, pequeño caracol?

El animalito, levantando la cabeza con mucho orgullo, respondió:
— Vengo a buscar la inmortalidad.

San Pedro se echó a reír francamente, aunque con ternura, y preguntó:
— ¿La inmortalidad? Y ¿qué harás tú con la inmortalidad?
— No te rías — dijo enojado el caracol — ¿Acaso no soy yo también una criatura de Dios, como los arcángeles? ¡Sí, eso soy, el arcángel caracol!

Ahora, la risa de San Pedro se volvió un poco más malintencionada e irónica:
— ¿Un arcángel, tú? Los arcángeles llevan alas de oro, escudo de plata, espada flamígera, sandalias rojas. ¿Dónde están tus alas, tu escudo, tu espada y tus sandalias?

El caracol volvió a levantar con orgullo su cabeza y respondió:
— Están dentro de mi caparazón. Duermen. Esperan.
— ¿Y qué esperan, si puede saberse? — arguyó San Pedro.
— Esperan el gran momento — respondió el molusco.

El portero del cielo, pensando que el caracol se había vuelto loco de repente, insistió:
— ¿Qué gran momento?
— Este — respondió el caracol. Y al decirlo, se estiró cuan largo era y cruzó el dintel de la puerta del paraíso, del cual ya nunca pudieron echarlo.

Cuento de origen desconocido

viernes, 10 de abril de 2009

El jardín del templo

Un sacerdote estaba a cargo del jardín dentro de un famoso templo zen. Se le había dado el trabajo porque amaba las flores, los arbustos, y los árboles. Junto al templo, había otro templo más pequeño donde vivía un viejo maestro.

Un día, cuando el sacerdote esperaba a unos invitados importantes, tuvo especial cuidado en atender el jardín. Sacó las malezas, recortó los arbustos, rastrilló el musgo, y pasó un largo tiempo juntando y acomodando con cuidado todas las hojas secas. Mientras trabajaba, el viejo maestro lo miraba con interés desde el otro lado del muro que separaba los templos. Cuando terminó, el sacerdote se alejó para admirar su trabajo.
— ¿No es hermoso? — le dijo al viejo maestro.
— Sí — replicó el anciano —, pero le falta algo. Ayúdame a pasar sobre este muro y lo arreglaré por ti.

Luego de dudarlo, el sacerdote levantó al viejo y lo ayudó a bajar. Lentamente, el maestro caminó hacia el árbol cercano al centro del jardín, lo tomó por el tronco, y lo sacudió. Las hojas llovieron sobre todo el jardín.
— Ahí está... ahora puedes llevarme de vuelta.

Cuento de la tradición budista zen

jueves, 9 de abril de 2009

El tonto y las monedas

Cierta vez, en una aldea, un grupo de personas se divertían con el tonto del pueblo. Diariamente lo llamaban al bar donde se reunían y le ofrecían elegir entre dos monedas, una grande de cinco centavos y otra pequeña, de cincuenta centavos. Él siempre escogía la mayor y menos valiosa, lo que era motivo de risas para todos.

Un día, alguien que observaba al grupo lo llamó aparte y le preguntó si todavía no se había dado cuenta de que la moneda mayor valía menos.
— Ya lo sé — respondió —, no soy tan bobo. Esta vale diez veces menos, pero el día que elija la otra, el juego se acaba y ya no voy a ganar más monedas...

Cuento de origen descoocido

lunes, 6 de abril de 2009

¿De dónde sacas las historias?

El maestro solía enseñar con parábolas y cuentos. Alguien le preguntó un día:
— ¿De dónde sacas las historias?
— De Dios — fue la respuesta —.Cuando Dios quiere que cures, te envía pacientes; cuando quiere que enseñes, te envía alumnos; cuando quiere que seas maestro, te envía historias”.

Cuento de origen desconocido

viernes, 3 de abril de 2009

La muñeca de sal

Una muñeca de sal recorrió miles de kilómetros de tierra firme, hasta que, por fin, llegó al mar. Quedó fascinada por aquella móvil y extraña masa, totalmente distinta de cuanto había visto hasta entonces.
— ¿Quién eres tú? — le preguntó al mar la muñeca de sal.

Con una sonrisa, el mar le respondió:
— Entra y compruébalo tú misma.

Y la muñeca se metió en el mar. Pero, a medida que se adentraba en él, iba disolviéndose, hasta que apenas quedó nada de ella. Antes de que se disolviera el último pedazo, la muñeca exclamó asombrada:
— ¡Ahora ya sé quién soy!

Cuento tomado del libro “El canto del pájaro”, de Anthony de Mello

jueves, 2 de abril de 2009

¿Los árboles o el viento?

Un día de viento, dos monjes discutían acerca de un árbol sacudido por el viento. El primero decía:
— Lo que se mueve es el árbol no el viento.

El segundo replicaba:
— o que se mueve es el viento, no el árbol.

Un tercer monje pasó por allí y dijo:
— No se mueve el viento y tampoco el árbol. Son vuestras mentes las que se mueven.

Cuento de la tradición budista zen

miércoles, 1 de abril de 2009

La túnica

Un hombre fue invitado a comer en la mansión de unas personas muy ricas y llegó al ágape vestido con ropas modestas. Al instante, advirtió que los anfitriones eludían su saludo y que los camareros evitaban servirle.

Como vivía cerca, corrió a su casa y se vistió con una túnica muy cara y lujosa. Así volvió al banquete, donde nadie había reparado en su ausencia. A su regreso, los dueños de la casa lo recibieron cortésmente y los criados mostraron ante él grandes ademanes de respeto.

Llegado el momento de la cena, aquel hombre se quitó la túnica y la arrojó en medio de los manjares.
— ¿Por qué haces eso? — le preguntaron extrañados los anfitriones.
— Ha sido mi túnica y no yo la que ha recibido vuestro respeto y atenciones. Que sea ella la que se quede a comer.

Dicho lo cual, el hombre abandonó aquella casa.

Cuento de origen desconocido