martes, 31 de agosto de 2010

Manzanas gigantes

Un sabio sufí visitó una vez a un rey para aconsejarlo en cuestiones de estado y los dos se hicieron buenos amigos. Finalizada su tarea, el sufí le dijo al rey:
— Ahora debo continuar mi marcha. Pero si alguna vez recibes noticias increíbles sobre manzanas de Basora, abre esta carta que te dejo aquí. Entonces, mi trabajo habrá concluido y a ti te quedará algo por hacer.

El sabio emprendió viaje hacia Basora y pasó allí algunos años cumpliendo sus funciones de derviche. Pero un hombre de esa ciudad pensó que el sufí tenía una cantidad de dinero escondida en una caja y lo mató. Cuando abrió la caja, solamente encontró un paquete que decía “Semillas de manzanas gigantes”.

El asesino sembró esas semillas en su huerta y, en un tiempo sorprendentemente breve, pudo recoger manzanas inmensas. Ansioso por obtener reconocimiento, buscó la manera de llegar ante el rey y, una vez allí, le dijo:
— Majestad, en este cesto traigo una manzana del tamaño de la cabeza de un hombre, que he cultivado en invierno en la ciudad de Basora.

Al principio, el rey se admiró pero luego recordó la carta del sufí y pidió que se la trajeran. Allí estaba escrito: “El hombre que cultiva manzanas gigantes es mi asesino. Que ahora se haga justicia”.

Cuento de la tradición sufí.

martes, 17 de agosto de 2010

Mañana te lo diré

El rey era un hombre joven sinceramente preocupado por las cuestiones metafísicas. Aspiraba a conquistar la liberación interior y sabía que lograrla requería muchísima motivación y un enorme esfuerzo. Comenzó a preguntarse si una persona necesitaría más de una liberación y, atormentado por esta cuestión, hizo llamar a su maestro.
— Venerable yogui. Hay una cuestión que me inquieta mucho. Yo sé hasta qué punto hay que esforzarse para hallar la Liberación pero me pregunto: ¿Basta con que una persona se libere una vez o son necesarias más liberaciones?

El yogui sólo repuso:
— Mañana, señor, te lo diré al amanecer.

El monarca ni siquiera pudo conciliar el sueño. Estaba ansioso por recibir la respuesta. Los primeros rayos del sol iluminaron su reino. Se incorporó y comenzó a ataviarse. Recordó que tenía que estar presente en una ejecución que iba a llevarse a cabo. Por haber violado y matado a varias mujeres, un hombre había sido condenado a la horca. El juez había anunciado: “Este hombre cruel y perverso debería ser ahorcado por cada uno de sus crímenes”.

Cuando el rey salió de su cámara, el yogui lo estaba esperando.
— Estoy ansioso por conocer tu respuesta —dijo el rey.
— La conocerás, señor, si me permites acompañarte a contemplar la ejecución.

El monarca y el yogui asistieron a la ejecución. El asesino fue ahorcado. Entonces el rey se volvió hacia el yogui y le preguntó:
— ¿Cuándo responderás a mi pregunta?
— Ahora mismo, majestad —repuso el yogui—. Ese hombre que acaba de ser ejecutado debería haber sido ahorcado, según el juez, una vez por cada uno de sus crímenes. ¿Pueden acaso ahorcarlo de nuevo?
— Claro que no —afirmó el monarca—. Un hombre ahorcado no puede ser ahorcado de nuevo.

Y el yogui dijo:
— Y un hombre liberado, ¿puede liberarse de nuevo?

Cuento de la tradición hindú.

lunes, 16 de agosto de 2010

Religión y tabaco

Había dos monjes que estudiaban en un seminario y a los dos les encantaba fumar. Su problema era: “¿Puedo fumar cuando estoy orando?”. No podían llegar a un acuerdo, de modo que cada uno de ellos acudió a consultar a su superior. Tiempo después, se volvieron a reunir, y un monje le preguntó al otro si su abad le había dicho que podía fumar.
— No. Me regañó mucho por el solo hecho de mencionarlo. ¿Qué te dijo tu abad?
— Mi abad estuvo encantado conmigo. Me dijo que no había problema. Pero, ¿tú qué le preguntaste?
— Le pregunté si podía fumar mientras rezaba.
— Bueno, ahí está la diferencia. Yo le pregunté: “¿Puedo rezar mientras fumo?”.

Cuento de origen desconocido.

domingo, 15 de agosto de 2010

Otro chiste sufí

Cierto día, Nasrudín entró en una tienda. El propietario se acercó para atenderlo.
— Lo primero es lo primero -dijo el mullah—. ¿Me has visto entrar a tu tienda?
— Naturalmente.
— ¿Me habías visto alguna otra vez?
— Ni una sola, en toda mi vida.
— Entonces, ¿cómo sabes que soy yo?

Cuento de la tradición sufí.

sábado, 14 de agosto de 2010

Chiste sufí

Un día, Nasrudín entró a la tienda de un hombre que vendía toda clase de objetos y preguntó:
— ¿Tienes cuero?
— Sí.
— ¿Y tachuelas?
— Sí
— ¿Y tintura?
— Sí
— Entonces, ¿por qué no te haces un par de botas?

Cuento de la tradición sufí.

viernes, 13 de agosto de 2010

La nota de sabiduría

Kakua fue el primer japonés que estudió Zen en China. No viajaba en absoluto. Lo único que hacía era meditar asiduamente. Cuando la gente lo encontraba y le pedía que predicara, él decía unas cuantas palabras y se marchaba a otro lugar del bosque, donde resultara más difícil encontrarlo.

Cuando regresó al Japón, el emperador oyó hablar de él y le hizo llegar su deseo de que predicara el Zen ante él y toda su corte. Kakua acudió y se quedó un momento en silencio frente al soberano. Luego, sacó una flauta de entre los pliegues de su vestido y emitió con ella una breve nota. Después hizo una profunda inclinación y desapareció.

Cuento de la tradición budista zen.

jueves, 12 de agosto de 2010

La diferencia entre un tonto y un sabio

Un maestro sufí les explicó a sus discípulos la diferencia entre un tonto y un sabio de la siguiente manera:
— Imaginen ustedes que dos hombres -uno tonto y el otro sabio- entran en una casa de baños. Mientras se están bañando, el agua del grifo deja de fluir. El sabio sabe que detrás de la pared hay una cañería que trae el líquido desde la fuente. Piensa que esa cañería se ha obstruido y sale del baño para pedirle al encargado que solucione el problema. El tonto, en cambio, se arrodilla delante del grifo y grita: “¡Oh, grifo, ten piedad de mí y deja salir el agua!”.

Cuento de la tradición sufí.

miércoles, 11 de agosto de 2010

El dador debe estar agradecido

Cuando Seietsu enseñaba en Kamakura, fue necesario ampliar la sede. Un rico comerciante decidió donar quinientas monedas de oro y se las llevó al maestro.

Al recibirlas, Seietsu se limitó a decir:
— Está bien. Las acepto.

El comerciante se sintió molesto por la actitud. Una persona podía vivir un año con tres monedas y él no había recibido ni siquiera las gracias por quinientas.
— Esta bolsa contiene mucho dinero. Incluso para mí, que soy rico.
— ¿Quieres que te dé las gracias por ello?
— Deberías.
— ¿Por qué habría de hacerlo? —preguntó Seietsu—. El dador es quien debe estar agradecido.

Cuento de la tradición budista zen.

martes, 10 de agosto de 2010

Cambio

A un discípulo que se lamentaba de sus limitaciones, le dijo el maestro:
— Naturalmente que eres limitado. Pero, ¿no has caído en la cuenta de que hoy puedes hacer cosas que hace quince años te habrían sido imposibles?
¿Qué es lo que ha cambiado?
— Han cambiado mis talentos —respondió el discípulo.
— No, has cambiado tú —dijo el maestro.
— ¿Y no es lo mismo?
— No, tú eres lo que tú piensas que eres, cuando cambia tu forma de pensar, cambias tú.

Cuento de la tradición budista zen.

lunes, 9 de agosto de 2010

El Conejo y el León

Un celebre Psicoanalista se encontró cierto día en medio de la Selva, semiperdido.

Con la fuerza que dan el instinto y el afán de investigación logró fácilmente subirse a un altísimo árbol, desde el cual pudo observar a su antojo no sólo la lenta puesta del sol sino además la vida y costumbres de algunos animales, que comparó una y otra vez con las de los humanos.

Al caer la tarde vio aparecer, por un lado, al Conejo; por otro, al León.
En un principio no sucedió nada digno de mencionarse, pero poco después ambos animales sintieron sus respectivas presencias y, cuando toparon el uno con el otro, cada cual reaccionó como lo había venido haciendo desde que el hombre era hombre.

El León estremeció la Selva con sus rugidos, sacudió la melena majestuosamente como era su costumbre y hendió el aire con sus garras enormes; por su parte, el Conejo respiró con mayor celeridad, vio un instante a los ojos del León, dio media vuelta y se alejó corriendo.

De regreso a la ciudad el celebre Psicoanalista publicó cum laude su famoso tratado en que demuestra que el León es el animal más infantil y cobarde de la Selva, y el Conejo el más valiente y maduro: el León ruge y hace gestos y amenaza al universo movido por el miedo; el Conejo advierte esto, conoce su propia fuerza, y se retira antes de perder la paciencia y acabar con aquel ser extravagante y fuera de sí, al que comprende y que después de todo no le ha hecho nada.

Cuento de Augusto Monterroso.

domingo, 8 de agosto de 2010

Puntos de vista

Si las Santas Apóstolas hubieran escrito los Evangelios, ¿cómo sería la primera noche de la era cristiana?

San José, contarían las Apóstolas, estaba de mal humor. El era el único que tenía cara larga en aquel pesebre donde el niño Jesús, recién nacido, resplandecía en su cuna de paja. Todos sonreían: la Virgen María, los angelitos, los pastores, las ovejas, el buey, el asno, los magos venidos del Oriente y la estrella que los había conducido hasta Belén de Judea.

Todos sonreían, menos uno. San José, sombrío, murmuró:
— Yo quería una nena.

Cuento de Eduardo Galeano.

sábado, 7 de agosto de 2010

Tres días más

Suiwo, el discípulo de Hakuin, era un buen maestro. Durante un período de retiro veraniego, llegó hasta él un alumno proveniente de una isla meridional de Japón. Suiwo le dio el siguiente problema: "Escucha el aplauso de una sola mano."

El discípulo trabajó durante tres años pero no logró resolverlo. Una noche, se acercó llorando a Suiwo y le dijo
— Debo volver al sur lleno de vergüenza porque no encuentro la respuesta.
— Espera una semana más y medita constantemente — le recomendó el maestro. Pero el tiempo transcurrió sin ningún resultado.

Cuando el alumno volvió a manifestarle su fracaso, Suiwo insistió:
— Inténtalo otra semana.

Pero siete días después, la escena se repitió. Finalmente, en su desesperación, el discípulo pidió ser liberado de la tarea. Esta vez, el maestro dijo:
— Medita durante tres días más y luego, si no encuentras la respuesta, suicídate.

Al segundo día, el discípulo alcanzó la iluminación

Cuento de la tradición budista zen.

viernes, 6 de agosto de 2010

El rey de la selva

Cuando el Tigre se abalanzó sobre el Zorro, éste gritó:
— ¡Cómo te atreves a atacar al rey de la selva!

El Tigre se detuvo, asombrado:
— ¡Tonterías! Tú no eres el rey!
— Por supuesto que lo soy —dijo el Zorro—. Todos los animales huyen de mí aterrorizados. Si quieres una prueba, ven conmigo

El Zorro se internó en el bosque con el Tigre pegado a sus talones. Cuando se acercaron a una manada de ciervos, éstos vieron al enorme felino detrás del Zorro y corrieron en todas direcciones.

Luego se aproximaron a un grupo de monos, que también huyeron ante la vista del Tigre. Entonces, el Zorro se dio vuelta y le dijo:
— ¿Necesitas más pruebas?
— No, gran rey, lo he visto con mis propios ojos.

Y, con una reverencia, el Tigre dejó ir al Zorro.

Cuento de la tradición hindú.

jueves, 5 de agosto de 2010

El poder de las oraciones

Un día, el mullah Nasrudín observó cómo el maestro del pueblo conducía a un grupo de niños hacia la mezquita.
— ¿Para qué los llevas allí? —le preguntó.
— La sequía está azotando al país —respondió el maestro—, y confiamos en que el clamor de los inocentes mueva el corazón del Todopoderoso.
— Lo importante no es el clamor, ya sea de inocentes o de criminales —dijo el mullah— sino la sabiduría y el conocimiento.
— ¿Cómo te atreves a blasfemar de ese modo delante de estos niños? —le recriminó el maestro—. ¡Deberás probar lo que has dicho, o te acusaré de hereje!
— Nada más fácil —replicó Nasrudín—. Si las oraciones de los niños sirvieran de algo, no habría un maestro de escuela en todo el país, porque no hay nada que detesten tanto los niños como ir a la escuela. Si tú has sobrevivido a tales oraciones, es porque nosotros, que sabemos más que los niños, te hemos mantenido en tu puesto.

Cuento de la tradición sufí.

miércoles, 4 de agosto de 2010

Ceguera

— ¿Puedo ser tu discípulo?
— Tan sólo eres discípulo porque tus ojos están cerrados. El día que los abras verás que no hay nada que puedas aprender de mí ni de ningún otro.
— Entonces, ¿para qué necesito un maestro?
— Para hacerte ver la inutilidad de tenerlo.

Cuento de Anthony de Mello.

martes, 3 de agosto de 2010

Un hombre de palabra

Un amigo le preguntó a Nasrudín:
— ¿Cuántos años tienes?
— Cuarenta —contestó el mullah.
— ¡Pero si me dijiste lo mismo hace tres años!
— Es que soy un hombre de palabra.

Cuento de la tradición sufí.

lunes, 2 de agosto de 2010

Doña Ruth

Una vez hubo tres hombres que miraban desde lejos hacia una casa blanca que se erguía solitaria sobre una verde colina. Uno de ellos dijo:
— Aquélla es la casa de doña Ruth. Es una vieja bruja.
— Te equivocas —dijo el segundo hombre—, doña Ruth es una hermosa mujer que vive allí consagrada a sus sueños.
— Ambos se equivocan —dijo el tercero—. Doña Ruth es la arrendataria de esta vasta tierra y extrae sangre de sus siervos.

Y continuaron su camino discutiendo acerca de doña Ruth.

Cuando llegaron a un cruce encontraron a un anciano y uno de ellos le preguntó:
— ¿Podrías contarnos algo sobre doña Ruth, la que habita aquella casa blanca sobre la colina?

El anciano levantó la cabeza y sonriendo dijo:
— Tengo noventa años y recuerdo a doña Ruth desde niño. Pero doña Ruth falleció ochenta años atrás. Y ahora la casa está vacía. Los búhos anidan en ella algunas veces, y la gente dice que el lugar está embrujado.

Cuento de Gibran Khalil Gibran.

domingo, 1 de agosto de 2010

Respuesta en las alturas

Un día, Nasrudín estaba en el techo de su casa reparando las tejas cuando un vecino golpeó a su puerta.
— ¿Qué quieres? —gritó el mullah desde las alturas.
— Baja y te lo diré.

Nasrudín descendió trabajosamente por una precaria escalera y, una vez abajo, volvió a preguntar:
— ¿Qué quieres?
— ¿Podrías prestarme dinero?

El mullah suspiró y le dijo:
— Sube conmigo al techo y te daré la respuesta.

Ambos subieron al tejado y, una vez allí, Nasrudín dijo:
— La respuesta es no.

Cuento de la tradición sufí.