martes, 22 de septiembre de 2009

La escudilla vacía

Un emperador salía de su palacio para dar un paseo matutino cuando se encontró con un mendigo. Tal como era la costumbre imperial, le preguntó:
— ¿Qué quieres?

El mendigo se rió y dijo:
— Me lo preguntas como si tú pudieras satisfacer mi deseo.

Molesto por la respuesta, el monarca replicó:
— Por supuesto que puedo satisfacerlo. Simplemente, dime cuál es.

Imperturbable, el mendigo dijo:
— Piénsalo dos veces antes de realizar esa promesa.
— Te daré cualquier cosa que pidas —afirmó el emperador, picado en su amor propio—. Soy muy poderoso y no hay nada que tú desees que yo no pueda darte.
— Pues bien, aquí está mi escudilla, ¿puedes llenarla con algo?

Inmediatamente, el monarca llamó a uno de sus servidores y le ordenó que llenara de dinero el recipiente. Pero en cuanto lo hizo, el dinero desapareció. Una y otra vez repitió la operación, pero la escudilla del mendigo permanecía siempre vacía.

Muy pronto, el rumor de lo que sucedía corrió por toda la ciudad y una gran multitud se reunió frente al palacio. El prestigio del emperador estaba en juego y éste les dijo a sus servidores:
— Estoy dispuesto a perder mi imperio, pero este mendigo no debe derrotarme.

Diamantes, perlas, esmeraldas... El tesoro se iba vaciando y la escudilla parecía no tener fondo. Todo lo que se colocaba en ella desaparecía instantáneamente.

Atardecía y la gente guardaba un profundo silencio cuando el emperador admitió su derrota.
— Has ganado —le dijo al mendigo—, pero antes de que te vayas, satisfaz mi curiosidad. ¿De que esta hecha tu escudilla?

El mendigo sonrió y dijo:
— Está hecha del mismo material que la mente humana. Simplemente, está hecha de deseos.

Cuento de origen desconocido.

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