Cierta vez, mientras el demonio atravesaba el desierto de Libia, llegó a un lugar donde un grupo de amigos suyos trataba de atormentar a un santo ermitaño mediante imágenes de los siete pecados capitales. Pero la fuerza de voluntad de aquel santo hombre era demasiado poderosa para ellos, de modo que éste pudo desbaratar fácilmente sus diabólicas intenciones.
Tras observar el miserable fracaso de estos diablillos, el demonio avanzó dispuesto a darles una lección. “Lo que están haciendo es muy torpe”, les dijo, “Permítanme un momento”. Y le susurró al santo: “Tu hermano acaba de ser nombrado obispo de Alejandría”.
En el acto, una mueca de maligna envidia nubló el rostro sereno del ermitaño.
“Esta”, explicó el demonio a sus diablillos, “es la clase de cosa que suelo recomendar”.
Cuento de Arthur Conan Doyle.
martes, 9 de agosto de 2011
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