martes, 2 de marzo de 2010

Los dos lados

Un cierto rey de los francos, amante de la pompa, se vanagloriaba de su dominio de la filosofía. Le pidió a un sufí conocido como "El Agarin" que lo instruyera en la Elevada Sabiduría. El Agarin dijo:
— Te ofrecemos observación y reflexión, pero primero tienes que aprender cómo aumentarlas.
— Ya sabemos cómo aumentar nuestra atención porque hemos estudiado todos los pasos preliminares hacia la sabiduría de acuerdo con nuestra propia tradición —dijo el rey.
— Muy bien —repuso Agarin—, le haremos a Vuestra Majestad una demostración de nuestra enseñanza en un desfile que debe celebrarse mañana.

Se dieron las órdenes necesarias y, al día siguiente, los derviches de Agarin desfilaron por las estrechas calles de aquella ciudad andaluza. El rey y sus cortesanos se agrupaban a ambos lados del itinerario: los nobles a la derecha y los caballeros a la izquierda.

Cuando terminó la procesión, el Agarin se volvió hacia el rey y dijo:
— Majestad, por favor, preguntad a vuestros caballeros, que están enfrente, cuáles eran los colores de la ropa de los derviches.

Todos los caballeros juraron sobre las escrituras y por su honor que los vestidos eran azules.

El rey y el resto de la corte se quedaron sorprendidos y confundidos, porque eso no era en absoluto lo que ellos habían visto.
— Todos nosotros hemos visto con claridad que iban vestidos de marrón —dijo el monarca—. Y entre nosotros se encuentran hombres de gran santidad y fe y muy bien considerados.

Ordenó a todos sus caballeros que se dispusieran a un castigo y a la degradación.

Los que habían visto las ropas de color marrón se pusieron a un lado para ser premiados.

Después de esto, el rey le dijo al Agarin:

— ¿Qué encanto has realizado? ¿Qué maldad es ésta que lleva a los caballeros más honorables de la cristiandad a faltar a la verdad?

El sufí respondió:
— La mitad de las ropas que se veía desde vuestro lado era marrón. La otra mitad de cada vestido era azul. Sin preparación, tus expectativas hacen que tú mismo te engañes sobre nosotros. ¿Cómo podemos enseñarle nada a nadie en tales circunstancias?

Cuento de la tradición sufí.

No hay comentarios: