Por consejo del hechicero, talló una figura de madera con la forma exacta de su enemigo. La quemó en el campo, de noche, bajo la luna. Atraído por el resplandor de la hoguera, su enemigo lo descubrió y lo mató de un lanzazo.
Cuento de Ana María Shua.
sábado, 6 de noviembre de 2010
viernes, 5 de noviembre de 2010
El negador de milagros
Chu Fu Tze, negador de milagros, había muerto; lo velaba su yerno.
Al amanecer, el ataúd se elevó y quedó suspendido en el aire, a dos cuartas del suelo. El piadoso yerno se horrorizó.
— Oh, venerado suegro —suplicó—, no destruyas mi fe de que son imposibles los milagros.
El ataúd, entonces, descendió lentamente, y el yerno recuperó la fe.
Cuento anónimo chino.
Al amanecer, el ataúd se elevó y quedó suspendido en el aire, a dos cuartas del suelo. El piadoso yerno se horrorizó.
— Oh, venerado suegro —suplicó—, no destruyas mi fe de que son imposibles los milagros.
El ataúd, entonces, descendió lentamente, y el yerno recuperó la fe.
Cuento anónimo chino.
jueves, 4 de noviembre de 2010
La bolita
Por exigencias del protocolo, un rey que tiranizaba sin piedad al pueblo, tenía que salir de su fortaleza en una carroza de oro, recorrer la Avenida Central hasta el parque en donde lo esperaba su ejército, y rendir honores a la bandera.
Tanto era el descontento que su régimen rapaz había sembrado, que el tirano temía por su vida. Sus secuaces tomaron todas las precauciones imaginables: el mandatario fue cubierto con una malla de acero; la carroza, rodeada por lanceros montados a caballo; el camino, bordeado por espadachines para impedir que el pueblo se acercara al carruaje dorado. En los techos y ventanas se distribuyeron miles de arqueros prestos a lanzar sus flechas al menor gesto sospechoso. Cerraron las vías de acceso y sólo dejaron entrar ciudadanos que habían sido celosamente registrados. Para rematar estas cautelas, colocaron escudos en la carroza y un techo de acero… ¡Comenzó el desfile!
La multitud, aterrada, no osaba mover un dedo. Un anciano que estornudó fue atravesado por cien flechas… El hijo de un guardián, sentado junto a su padre, jugaba a las canicas mientras éste vigilaba a los espectadores. El niño, al ver ese imponente y amenazador carruaje, se asustó tanto que dejó caer una de sus bolitas. Ésta rodó por entre los cascos de los caballos y fue a dar justo debajo de una rueda que, al pasar sobre ella, rebotó y salió de su eje provocando que el carro se volcara y que el tirano pereciera aplastado bajo el peso de sus blindajes.
Cuento de Alejandro Jodorowsky.
Tanto era el descontento que su régimen rapaz había sembrado, que el tirano temía por su vida. Sus secuaces tomaron todas las precauciones imaginables: el mandatario fue cubierto con una malla de acero; la carroza, rodeada por lanceros montados a caballo; el camino, bordeado por espadachines para impedir que el pueblo se acercara al carruaje dorado. En los techos y ventanas se distribuyeron miles de arqueros prestos a lanzar sus flechas al menor gesto sospechoso. Cerraron las vías de acceso y sólo dejaron entrar ciudadanos que habían sido celosamente registrados. Para rematar estas cautelas, colocaron escudos en la carroza y un techo de acero… ¡Comenzó el desfile!
La multitud, aterrada, no osaba mover un dedo. Un anciano que estornudó fue atravesado por cien flechas… El hijo de un guardián, sentado junto a su padre, jugaba a las canicas mientras éste vigilaba a los espectadores. El niño, al ver ese imponente y amenazador carruaje, se asustó tanto que dejó caer una de sus bolitas. Ésta rodó por entre los cascos de los caballos y fue a dar justo debajo de una rueda que, al pasar sobre ella, rebotó y salió de su eje provocando que el carro se volcara y que el tirano pereciera aplastado bajo el peso de sus blindajes.
Cuento de Alejandro Jodorowsky.
miércoles, 3 de noviembre de 2010
¿Emociones verdaderas?
Cuentan que, en China, un hombre ya anciano decidió regresar al lugar donde había nacido y del que salió siendo muy joven. En el camino se unió a un grupo de viajeros que seguían la misma ruta y les explicó su deseo de volver a la tierra que lo vio nacer. Después de varias monótonas jornadas, aquellos hombres decidieron divertirse a costa del viejo.
— Mira, anciano, estamos llegando a la tierra de tus antepasados, esas montañas que vemos las contemplaron tus ojos cuando eras niño.
El viejo, a pesar de no recordar nada, se sintió dichoso de ver aquellas cumbres. Horas después llegaron a unas casas en ruinas.
— Mira, anciano, seguro que entre estas piedras jugaste en tu infancia.
El viejo, al ver aquel pueblo abandonado, no pudo dejar de emocionarse. Al rato, llegaron a un olvidado cementerio.
— Mira esas tumbas —le dijeron, continuando la broma—. Aquí con seguridad están enterrados tus padres, y los padres de tus padres.
Al oír estas palabras, el anciano no pudo contener la emoción, y estalló en lágrimas. Arrodillado frente a aquellas tumbas, a aquel viejo le venían a la memoria mil y un recuerdos de su niñez, le inundaban el corazón viejas y añoradas sensaciones, la nostalgia invadía su alma con un caudal de emociones. Pero viendo aquella escena, los viajeros se compadecieron del anciano y acordaron contarle la verdad.
— Sentimos decirte esto, pero la verdad es que queda aún mucho camino hasta que lleguemos a la patria de tus antepasados. Decidimos gastarte esta broma sólo por entretenernos. Te rogamos aceptes nuestras disculpas.
El anciano se levantó en silencio, recogió sus cosas y reemprendió el camino. Llegada la noche, y ante el mutismo del viejo, sus compañeros de viaje volvieron a expresarle su pesar por la broma.
— Apreciado amigo, tu silencio nos produce hondo pesar, volvemos a pedirte perdón por nuestra conducta.
— Mi silencio nada tiene que ver con vuestra conducta que ya he olvidado —contestó el anciano—. Se debe a que no he encontrado respuesta a una pregunta que me atormenta: ¿Cómo es posible que haya emociones verdaderas cuando éstas provienen de hechos falsos?
Cuento de origen desconocido.
— Mira, anciano, estamos llegando a la tierra de tus antepasados, esas montañas que vemos las contemplaron tus ojos cuando eras niño.
El viejo, a pesar de no recordar nada, se sintió dichoso de ver aquellas cumbres. Horas después llegaron a unas casas en ruinas.
— Mira, anciano, seguro que entre estas piedras jugaste en tu infancia.
El viejo, al ver aquel pueblo abandonado, no pudo dejar de emocionarse. Al rato, llegaron a un olvidado cementerio.
— Mira esas tumbas —le dijeron, continuando la broma—. Aquí con seguridad están enterrados tus padres, y los padres de tus padres.
Al oír estas palabras, el anciano no pudo contener la emoción, y estalló en lágrimas. Arrodillado frente a aquellas tumbas, a aquel viejo le venían a la memoria mil y un recuerdos de su niñez, le inundaban el corazón viejas y añoradas sensaciones, la nostalgia invadía su alma con un caudal de emociones. Pero viendo aquella escena, los viajeros se compadecieron del anciano y acordaron contarle la verdad.
— Sentimos decirte esto, pero la verdad es que queda aún mucho camino hasta que lleguemos a la patria de tus antepasados. Decidimos gastarte esta broma sólo por entretenernos. Te rogamos aceptes nuestras disculpas.
El anciano se levantó en silencio, recogió sus cosas y reemprendió el camino. Llegada la noche, y ante el mutismo del viejo, sus compañeros de viaje volvieron a expresarle su pesar por la broma.
— Apreciado amigo, tu silencio nos produce hondo pesar, volvemos a pedirte perdón por nuestra conducta.
— Mi silencio nada tiene que ver con vuestra conducta que ya he olvidado —contestó el anciano—. Se debe a que no he encontrado respuesta a una pregunta que me atormenta: ¿Cómo es posible que haya emociones verdaderas cuando éstas provienen de hechos falsos?
Cuento de origen desconocido.
lunes, 1 de noviembre de 2010
Toma mi mano
Cierto día, Nasrudín vio a una multitud reunida en torno a un estanque. Un sacerdote con un turbante enorme en la cabeza había caído al agua y pedía ayuda para salir.
Las personas se inclinaban hacia él diciendo:
— ¡Danos tu mano, venerable señor! ¡Danos tu mano!
Pero el sacerdote no les prestaba ninguna atención y seguía chapoteando y pidiendo ayuda. Finalmente, Nasrudín dio un paso adelante.
— Dejen que me ocupe de esto —dijo. Luego, extendió su brazo hacia el hombre y le gritó: "¡Toma mi mano!".
El sacerdote se aferró a la mano del mullah, quien lo izó fuera del agua.
Más tarde la gente, sorprendida, le preguntó a Nasrudín cómo se las había arreglado para obtener la cooperación del hombre.
— Es muy sencillo —respondió el mullah—. Sabía que este miserable no le daría nada a nadie. Así que en vez de decirle" Dame tu mano”, le dije “Toma mi mano", y efectivamente lo hizo.
Cuento de la tradición sufí.
Las personas se inclinaban hacia él diciendo:
— ¡Danos tu mano, venerable señor! ¡Danos tu mano!
Pero el sacerdote no les prestaba ninguna atención y seguía chapoteando y pidiendo ayuda. Finalmente, Nasrudín dio un paso adelante.
— Dejen que me ocupe de esto —dijo. Luego, extendió su brazo hacia el hombre y le gritó: "¡Toma mi mano!".
El sacerdote se aferró a la mano del mullah, quien lo izó fuera del agua.
Más tarde la gente, sorprendida, le preguntó a Nasrudín cómo se las había arreglado para obtener la cooperación del hombre.
— Es muy sencillo —respondió el mullah—. Sabía que este miserable no le daría nada a nadie. Así que en vez de decirle" Dame tu mano”, le dije “Toma mi mano", y efectivamente lo hizo.
Cuento de la tradición sufí.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)